Pensándolo bien antes de ponerme a escribir, no dejaba de darle vueltas a que me resulta tremendamente difícil catalogar de «concierto» la experiencia del directo de Future Islands que se pudo ver (y sentir) el pasado 16 de febrero en La Boite (Madrid). Ya no es que su música sea de una calidad indudable, sino que su presencia en el escenario y el vínculo que se crea con el espectador casi corresponde más a una performance que a un directo de pop electrónico.
Es imposible no quedarse con la mirada fija en Samuel T. Herring, cantante y único acaparador de todos los flashes en los conciertos de Future Islands. Vestido a lo Don Draper de «Mad Men» y con una cara del tipo bebé recién nacido, Herring no paró ni un segundo de pasearse por el escenario, mirar fijamente a cada persona de las primeras filas, golpearse, gritar, escupir, aunque también susurrar con ternura, sonreír y dedicar largas pausas con ojos de esperanza e ilusión puestos en el infinito. Una mezcla entre niño tierno, diabólico y enfurecido que nos dejó con la boca abierta durante toda la actuación. Tan pronto sentíamos miedo como amor. Pero lo bueno de todo esto es que Future Islands no sólo tienen a un gran showman por cantante, sino que también suenan estupendamente en directo. Sus canciones, que podrían pecar de excesiva languidez en estudio, son temazos bailables cuando se trasladan al escenario.. Así lo prueba que más de uno no pudiera controlarse y acabara saltando frente al bebé diabólico enfurecido.
De hecho, Future Islands son tan maravillosos que incluso me hicieron olvidar al grupo telonero: Modulok Trio, una especie de The Rapture meets LCD Soundsystem que podría sonar muy bien por la descripción teórica, pero cuidado, desconfiad: pasan más tiempo ensayando sus caras de desfase y poses de rockerito trasnochado que componiendo buenos temas. Un mal rato para olvidar dentro de una noche para enmarcar.
[Alejandro Masferrer] [FOTOS: Josefina Andrés]