Por muchos ríos de tinta que derrochemos a la hora de discutir qué es bueno y qué es malo, y aunque tengamos poderosas razones para afirmar que algo es lo uno o lo otro, lo cierto es que la percepción musical es una experiencia profundamente personal. Incluso los que valoramos con cifras exactas aquello que estamos escuchando, debemos reconocer que no seremos nunca ni exactos, ni objetivos. Y, habiendo dejado claro esto, quizá tan obvio pero a veces tan polémico, nada de lo que diga a partir de esta frase irá destinado a convencerte de nada. De hechom en el próximo párrafo te vas a cansar de leer sobre mí y mi relación con el dúo de Bristol. ¿Por qué? Porque Fuck Buttons apuntan todas sus flechas al estómago: su música sólo se puede entender desde la vivencia más visceral. Su música no se absorbe a base de juicios analíticos, sino a golpes.
El primer golpe que me atestaron Fuck Buttons fue de camino a algún sitio, pocos instantes después de un brillante amanecer que anunciaba un día caluroso y largo. Ya conocía su primer LP, «Street Horrrsing« (ATP Recordings, 2008), pero este había pasado sin pena ni gloria por mi colección de mp3s. Sin embargo, algo despertó mi curiosidad lo suficiente como para preparar mi primera escucha de «Tarot Sport» (ATP Recordings, 2009) antes de salir de casa con altas expectativas, casi con nerviosismo. Lo que intuía era cierto. Aquello que se desató en mí, caminando por las calles desiertas a la vez que «Surf Solar», primera bomba del disco, soltaba sus detonaciones, una tras otra, en lo que terminaría siendo un festival furioso y apabullante de sonidos, será algo imposible de olvidar. A los pocos minutos, el suelo había dejado de ser una superficie plana de cemento y me sorprendí subiendo por la empinada ladera de un volcán que escupía bolas de fuego a diestro y siniestro. Recuerdo que, cuando quedaban pocos metros para alcanzar la deslumbrante cima, tuve que pausar la música, pararme y respirar. Probablemente quería gritar, y explotar junto a ellos. Fuck Buttons me habían lanzado su torpedo y el resultado fue: tocado. Tocadísimo.
Mi primera escucha de «Slow Focus» (ATP Recordings/The Orchard Records, 2013), entre las blancas paredes de mi oficina, al comienzo con una mezcla de escepticismo y tímida decepción que dio paso al hartazgo y poco después a un «ya me lo pongo luego«, nunca será comparable a ese bautismo de fuego que había ocurrido cuatro años antes. Pero esto es mis vísceras hablando. No es razón para disuadirte de su disfrute, sino al contrario: Fuck Buttons siguen creando experiencias sonoras que merecen ser vividas, paisajes que merecen ser explorados. En mi opinión, el mayor problema de «Slow Focus», el cual no deja de ser un tercer trabajo más que digno, es que hace uso continuo de la misma fórmula que probaron en el primero y perfeccionaron en el segundo. Pero, mientras que en «Tarot Sport» la tensión se descargaba en algunos, contados, momentos de catarsis liberadora, aquí esta solo llega en plenitud al final, con «Hidden Xs». El ambiente hasta ese momento es demasiado autocontenido, demasiado sofocante. Ya sabemos que Fuck Buttons son chicos dados a los excesos, pero un poco de aire es sano y, al fin y al cabo, todos necesitamos respirar.
Poco respiro vas a encontrar aquí: la mayoría de los cortes apuntan alto, y no bajan el listón de angustia hasta que comienza el siguiente. «Brainfreeze» abre el disco y marca la pauta a seguir para el resto: rápido desarrollo inicial, se alcanza el clímax a mitad de camino, y desde ahí tirando con todo hasta el final, leve descanso mediante si es que lo hay. Es como una apisonadora que da poco lugar a concesiones; sólo en «Year Of The Dog» (cuyos arpegios recuerdan a Petar Dundov, ese gran olvidado del pasado año) y «Prince’s Prize» (si Autechre a día de hoy intentaran hacer algo «comercial», les saldría esto) siguen un camino algo distinto. Y se agradece. Son también los temas más cortos. En «Stalker» y «Hidden Xs» (los más largos), Fuck Buttons echan el órdago a todo. Diez minutos cada uno para explayarse a gusto y volver a mostrar al mundo de qué va el rollo este. Muchos se sorprendieron cuando la música de Andrew Hung y Benjamin John Power fue largamente reproducida en la ceremonia inaugural de los pasados Juegos Olímpicos en Londres. Inesperado, quizá, pero comprensible: temas del anterior álbum como «Olympians» (el nombre lo dice todo) poseen un elemento de épica triunfante que no desentona en absoluto en esa exhibición de poderío físico, de lucha y sufrimiento. Estos ingleses a veces suenan, de hecho, como los hijos gamberros de Vangelis. Danny Boyle no se equivocó.
La influencia y la importancia que en la escena actual poseen Fuck Buttons es innegable, a pesar de su naturaleza eminentemente excesiva. Revisitando «Street Horrrsing» se pueden oír ecos de su furia tribal en trabajos recientes de The Knife y Planningtorock, y su sonido árido y abrasivo surge de los comienzos de Shellac y Big Black, continúa volando junto a mitos del post-rock como Mogwai y acaba en las incursiones en terrenos industriales que últimamente han efectuado gente tan dispar como Kanye West y Sigur Ros. Su vocación experimental los emparenta con los clásicos del IDM. Y, a pesar de todo, Fuck Buttons siguen sonando como nadie. Y lo hacen porque apuestan todo a una carta, la suya, y les ha salido bien. Pero cuidado, que la osadía les puede conducir a esa peligrosa línea que separa a los artistas con fuerte personalidad de los que acaban siendo una caricatura de sí mismos. Personalmente, su admirable propuesta ya me empieza a cansar, pero volvemos al principio: lo mejor es comprobarlo por uno mismo. Darle al play, sumergirse en su locura sonora y disfrutar. O no.
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