«Foxcatcher» podría ser la típica película «basada en hechos reales»… Pero Bennett Miller consigue llevarla mucho más allá en lo psicológico y formal.
«Foxcatcher» se abre con imágenes en blanco y negro de cacerías pretéritas impregnadas de nobleza petulante y aristocracia galopante: la tradicional muestra de fuerza del hombre (pudiente) sobre la naturaleza (impasible) personificadas en una caza del zorro de la que se ha extirpado cualquier atisbo de brutalidad primigenia para substituirla por una liturgia limpia, aséptica y enterrada debajo del signo del dinero. Ante estas imagenes, el espectador puede decantarse por pensar dos cosas bien distintas: por un lado, estas imágenes podrían ser una muestra objetiva del pasado de la granja Foxcatcher en la que se centrará la acción del film de Bennett Miller, pero también habrá quien piense que es una metáfora de la trama que vendrá a continuación, una transposición al mundo moderno de la eterna lucha de las clases bienestantes que se creen en posesión de la verdad humanista absoluta contra la brutalidad natural libre y pura.
La cuestión es que, a la vez que ambas posturas son comprensibles y asumibles, al final resulta más interesante pensar que el propio director se esfuerza en que estas dos vías sean verdad a la vez que demuestra que son mentira, dejando al espectador (y a su propia voluntad de autor) en un punto medio que no es tierra de nadie, sino isla poblada por un bosque exuberante. Al fin y al cabo, es a lo que se dedica este realizador: tanto en «Truman» como en «Moneyball«, Miller había preferido quedarse detrás de la barrera y ampararse en el «basado en hechos reales» antes que mojarse realmente. Aun así, el director siempre ha mostrado una verdadera maestría a la hora de fortificar personajes de una gran complejidad psicológica: la trama puede estar prefijada por lo que ocurrió realmente, pero es en la exploración de las psiques dañadas donde Bennett Miller brilla especialmente.
En «Capote» abordó el proceso criminal detrás de «A Sangre Fría», y en «Moneyball» hizo lo propio con el equipo que revolucionó el funcionamiento (económico) del deporte yanki. «Foxcatcher» es un suma y sigue de las dos anteriores películas del director: un lienzo en el que se trenzan los hilos criminales y las psiques dañadas de «Capote» con las complejas relaciones del dinero y el deporte de «Moneyball«. Un suma y sigue que actúa como todo suma y sigue debería actuar: sumando y amplificando. Está claro que la lectura más accesible en la epidermis de «Foxcatcher» es la socio-económica: la película parte de los hermanos Schultz (interpretados por Channing Tatum y Mark Ruffalo), dos ganadores de medalla de oro olímpica en la categoría de lucha libre, para narrar cómo sus vidas quedan despedazadas al verse arrojadas -voluntariamente- entre los dientes implacables de la familia Du Pont.
Los dos únicos supervivientes de este linaje predestinado a la extinción, una madre en sus últimas horas y un hijo con evidentes problemas mentales, viven varados en un típico caso de «madre defraudada con las elecciones de su hijo e hijo dañado psicológicamente por la consciencia de los sentimientos de su madre«. La madre ha volcado su vida en la cría de caballos, un arte ancestral y bello por naturaleza; mientras que el hijo (sublimemente interpretado por un Steve Carell enterrado bajo toneladas de maquillaje) ha hecho lo mismo con la luche libre. Para ello, no sólo contrata a Mark Schulz como estrella del equipo Foxcatcher, sino que acaba ofreciendo su granja / gimnasio como centro de entrenamiento del equipo de lucha libre norteaméricana de cara a las Olimpiadas. Las desesperadas ansias de aceptación de John Du Pont le llevan a tratar a los deportistas de la misma forma que su madre trata a los corceles: con un falso cariño surgido de una posición de superioridad que no duda ni un instante en trocarse en despotismo cuando las cosas no salen lo suficientemente bien como para proporcionar al entrenador el éxito y la satisfacción necesitada con ansia.
Ahí está la lectura más evidente: las relaciones de poder deshumanizadas que el dinero impone incluso en áreas como el deporte. Unas relaciones que quedan ejemplificadas a la perfección en la relación entre Mark Schulz y John Du Pont: justo cuando todo empieza a deslizarase hacia el terreno de los lazos paternofiliales, cuando parece que Du Pont conseguirá lo que quiere de Schulz a través del cariño, el dinero se impone como moneda de cambio y la superficie de «Foxcatcher» se resquebraja en un sonoro y doloroso quebrar de huesos que la deja irreconocible. Ahí está la muestra de valentía (o de cobardía, depende de cómo y quién lo mire) de Bennett Miller: atenerse a los hechos, anteponer lo que realmente ocurrió aunque eso signifique alejarse de la coherencia formal que el espectador está esperando, de la plenitud de un retrato psicológico siguiendo unos cánones conocidos.
Por el contrario (y aquí me mojo: según mi punto de vista, de forma sublime), Bennett Miller conduce a su «Foxcatcher» hacia el derrumbe psicológico al que toda la película nos ha estado dirigiendo como reses hacia el matadero. Desde el principio, todo un conjunto de recursos formales han alimentado una atmósfera tensa y antinatural (los silencios alargados con tirantez, la escasísima música atonal y sofocante, la magistral filmación de los cuerpos y de la lucha libre con una belleza inquietante y con un gusto extremo por los planos cerrados en los que el cuerpo se disecciona en partes que pierden su sentido individual para ofrecer un nuevo sentido grupal y violento), por mucho que hacia la mitad del metraje se introduzcan elementos que ayudan a distendir ligeramente el ambiente (algunas canciones diegéticas y planos como esa mano de David sobre la espalda de su hermano mientras Mark vomita en un momento de particular fragilidad emocional y psicológica). Y, al final, cuando la tragedia irrumpe en la acción y aniquila la posibilidad de un cierre coherente, de explicaciones que contenten al espectador medio, «Foxcatcher» se transforma en el retruécano autoral que Miller se negó a firmar en sus dos anteriores trabajos. Por fin.