EL JUEGO. «Max Payne 3» es un viejo conocido… Y, como viejo conocido, siempre que te lo encuentras es necesario pasarte un rato poniéndote al día y descubriendo qué es lo que ha cambiado en su vida. Porque, en este caso en concreto, muchos han sido los cambios. Para empezar, esta tercera entrega es la primera que no viene realizada por el estudio Remedy ni escrita por Sam Lake: estos dos nombres fueron los encargados de crear una saga que quedó en el imaginario colectivo jugón por la vía de una dinámica de juego tan loquer como el Bullet Time (ya sabes: ralentizar el tiempo para poder apuntar más fácilmente y ver cómo zumban las balas a tu alrededor disponiendo así de un mayor tiempo de reacción). Y aunque siempre habrá aquí cierto poso de melancolía al recordar aquellos (lejanos) buenos tiempos, tampoco es que nos vaya a durar mucho teniendo en cuenta los nuevos padres de la criatura: «Max Payne 3» viene producido por Rockstar (¿puede existir mejor carta de presentación a día de hoy?) y escrito por Dan Houser, quien ya nos embaucó con «Red Dead Redemption» y con muchas de las entregas de «GTA«. Con semejantes credenciales, ¿no te quema el mando en las manos y sientes la necesidad imperiosa de pulsar el start?
PRIMERA PARTIDA. La acción comienza de forma magnánima: con Max en la azotea de un edificio lujoso desde el que se divisan las favelas de Sao Paulo. La calidad visual es sorprendente a unos niveles pocas veces vistos (y lo dice alguien a quien la «ilusión de realidad» de los juegos de última generación nunca acaba de convencer), aunque lo cierto es que también ayuda que, desde un buen principio, la voz de Payne actúe de narrador en primera persona que va punteando la historia de forma taciturna y fardona en lo más similar que encontraremos jamás al discurso interior del héroe silencioso del cine clásico. Vamos bien… Muy bien. Y es que, poco después de enterarnos de que Max trabaja como parte vital en la seguridad de una familia acomodada de Sao Paulo, unos tiparracos bien chungos irrumpen en la fiesta dispuestos a secuestrar tanto al jefe de la familia como a su jovencísima esposa. Es hora de entrar en acción: saltas por encima de la barandilla y te deslizas por un tejado hacia el piso inferior, activando por vez primera el Bullet Time. La sensación de «flotar» en el espacio no podría ser más acertada, con Max a medio camino entre el cielo y la tierra. A partir de aquí, lo vital es ir descendiendo pisos al rescate de la gente que te paga.
¿Dónde está el truco? En el principal acierto de «Max Payne 3«: ya desde los primeros minutos de juego, cuando el protagonista se está metiendo un buen lingotazo alcohólico, intuímos dos cosas: 1. Que el héroe (ya en una fase crepuscular de su vida) no está pasando su mejor momento y 2. Que lo suyo con la bebida es un pequeño gran problema. Lo tremendo del caso es que ese «problema» afecta a la percepción del propio jugador: a un montaje videoclipero a lo MTV, con nerviosos movimientos de cámara en mano, cortes incoherentes y palabras interrelacionándose con diversos elementos del plano hay que sumar las distorsiones continuas de la imagen, muy en la línea de errores analógicos de video VHS, que ayudan a transmitir a la perfección al jugador la sensación de alcoholismo continuo del personaje protagonista. Una sensación realmente intensa y angustiosa cuando tu principal cometido es ser lo más preciso posible a la hora de cargarte a los secuestradores (por cierto: ya en esta primera toma de contacto con el juego entra en acción el «último disparo», una camara lentísima y muy sangrienta que roza el mal gusto… pero que se sale con la suya a la hora de estilizar la violencia a un modo puramente oriental y cinematográfico). La desazón del jugador es inmediata… Y dulcísima.
A partir de aquí, y una vez has salvado a tus jefes, el juego te introduce en otro de sus aciertos: la especularidad de un relato que se fracciona en mil partes y que corre hacia adelante y hacia atrás (de hecho, me he dejado explicar que antes de la azotea, vives otros dos momentos de la vida de Max que, en ese momento, supones que han de ser de un futuro cercano desde el que el protagonista nos explica su historia), introduciéndote de pleno en la confusa mente de un borracho que no parece distinguir entre pasado y presente. El segundo capítulo, de esta forma, sigue con la historia principal elevando el listón a un nivel de traca: ocurre en la discoteca exclusivísima de un rascacielos (con esa capacidad que tienen los chicos de Rockstar de plasmar UNA FIESTA DE VERDAD en sus juegos: con musicón, drogas y desfase al máximo), donde vuelven a secuestrar a la mujerzuela de tu jefe y donde te ves implicado en una maratón loquísima que te llevará por los diferentes espacios del club e incluso en un trepidante viaje en helicóptero en el que tendrás que conservar la vida de la hermana de tu jefa disparando a todo aquel que se le acerque. En la variedad está el acierto.
A partir de ahí, y con un primer fracaso a tus espaldas (finalmente, secuestran a la mujer del hombre que te paga), el ritmo no decae… De hecho, en «Max Payne 3» el ritmo no decae nunca. Literalmente. Los capítulos se van sucediendo a una velocidad vertiginosa, de tal forma que pronto te ves en un estadio de fútbol vacío, en plena noche, para pagar el rescate de la secuestrada. Empiezas bien: los raptores se quedan la pasta y encima te disparan en el hombro, llevando así la sensación de percepción distorsionada del mundo a un punto máximo al sumarse el alcohol y el dolor físico (esto es un giro realmente sublime por parte de Rockstar). Sin duda, si tienes tiempo libre, puede que esta primera partida de «Max Payne 3» sea la más larga de tu historia particular. Pero es que el ritmo impecable, la historia que supura magnetismo, el gameplay intuitivo y adictivo, ese protagonista cachondón y seductor de una forma crepuscular, los gráficos tremendos y la dificultad ponderadísima hacen que abandonar la partida sea prácticamente imposible. Di adiós a tu vida social durante un tiempo.
¿QUÉ PASARÁ? Que te pulirás el juego al completo en menos que canta un gallo… Y no precisamente porque sea corto, sino más bien porque «Max Payne 3» se consume como quien se traga una maratón de cine de Hong Kong: todo está pensado para que la concatenación de subidones de adrenalina te deje con ganas de más y más. Y lo mejor de todo es que, en este caso, una vez agotado el modo historia, tienes para rato en un multijugador que apunta maneras: diferentes modalidades de juego (en equipos, en todos contra todos) y, sobre todo, una dinámica de desbloqueo de contenidos que te obligará a jugar y jugar y jugar y jugar to the max. To the Max Payne, vamos. Perdonad el chiste malo.
DISPONIBLE EN… PS3 (versión jugada), Xbox 360 y PC.
[Raül De Tena]