¿Qué opina nuestra redactora más joven (de tan solo 21 años) de la lista de Forbes con los 30 «entrepreneurs» menores de 30 más relevantes del 2017?
Con 23 años, Bernini ya había terminado “El Rapto de Prosperina”, la célebre escultura en la que la vida está tan hecha de piedra que deviene carne. Con 19 años, Kai Kloepfer ya ha ganado un millón y medio de dólares con su modelo de pistola que sólo se dispara al contacto con la huella dactilar de su propietario. Con 26, Joshua Nussbaum ya ha invertido trece millones de dólares a través de la empresa Compound. Casi dos billones y medio de dólares son en cambio los que ya ha invertido Rachel Hunter, de 27 años, en deuda inmobiliaria y capital privado. Y yo, con 21 años… pues ya casi tengo 22.
Lo que tienen en común todos los nombres citados -a excepción de Bernini, mero recurso retórico- es que todos ellos tienen su propio huequito en la anual lista que, desde hace seis años, la revista Forbes publica con los menores de 30 años más influyentes del momento: “30 under 30”. Niños, niños. Futuro, futuro. Con 20 categorías -desde ciencia a “social entrepreneurship”, pasando por música, medios, celebrities o capital de riesgo- y 30 puestos por categoría, el resultado de esta monumental lista son nada más y nada menos que 600 perfiles de los jóvenes más prometedores, poderosos y relevantes para el recién empezado año.
La apostilla va variando levemente a cada edición: desde los “young disruptors […] impatient to change the world” de 2011, hasta los “young game changers, movers and makers” de 2015, los “young entrepreneurs, breakout talents and change agents” de 2016 y, finalmente, los “600 of the brightest entrepreneurs, innovators and game changers” de 2017. Apunto que sería muy interesante analizar cómo va cambiando el lenguaje en cada una de las listas y observar así el desarrollo de la semántica empresarial a partir de estos términos. También apunto que he dejado las apostillas en su lengua original porque “emprendedor”, el término más recurrente en las dos últimas ediciones, no suena tan ambrosíaco en su traducción, y nada es más dulce para mis oídos que la palabra entrepreneur. Entrepreneur, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. La punta de la lengua emprende un viaje de cuatro pasos desde el borde del paladar para deshacerse, en el cuarto, en el filo del mismo mañana. En. Tre. Pre. Neeeuuuurrr. Tengo que irme a cambiar de bragas.
No todos son nombres desconocidos, sobre todo si miramos las categorías de Art & Style, Celebrities o Music: también son brillantes y poderosas menores de 30 Hilary Duff, Margot Robbie, Petra Collins o Elle Fanning. Y Kylie Jenner, claro. La Kardashian más rica de todo el klan junto a su hermana Kim. Es curioso que, sin embargo, en estas categorías no reconozca el nombre de ningún hombre. No es mi intención ponerme aquí a analizar y desglosar la lista, pues me parecería un acto de árido egoísmo privar al lector del deleite que supone descubrir las espléndidas hazañas de estos brillantes entrepreneurs por su cuenta. Me limitaré, pues, a contestar a la pregunta que se me planteó en un correo, a la que este artículo es respuesta: “Patri, como menor de 30, ¿qué opinas de los 30 under 30 de Forbes?”
Yo también creo que el emprendimiento capitalista y el desarrollo basado en los estudios de mercado son la solución a los problemas del mundo.
La respuesta es bien sencilla: me parece una absoluta maravilla y la defendería a muerte con una pistola que solamente disparase al reconocer mi huella dactilar (si pudiera permitírmela). Es más, si por un casual el editor jefe de Forbes, Randall Lane, y yo nos encontrásemos en un restaurante, le diría que estoy plenamente de acuerdo con lo que reza su perfil en la página: yo también creo que el emprendimiento capitalista y el desarrollo basado en los estudios de mercado son la solución a los problemas del mundo. No sin antes regalarle una de las botellas de vidrio de Lokai, la empresa fundada por el veinteañero forbesiano Steven Izen, cuyo precio de 28 euros nos permitiría beber tan cómodamente como de cualquier otra botella, es cierto, pero no estaríamos donando un 10% a la caridad con nuestra compra. Y no hay nada que me haga sentir mejor que un par de mis euros estén destinados a alguna causa social: me hace sentir tan pura y llena de vida como el agua que bebería junto al señor Lane. Y aquí me vais a perdonar, pero no entiendo en absoluto aquellos que ven en esta categoría de los entrepreneurs -que ya no es solo laboral, sino también social- un instrumento que naturaliza el capitalismo tiñéndolo de dinamismo social y laboral.
¿Cómo puede cambiarse el mundo si no es tomando una postura activa dentro del capitalismo, produciendo productos (¿he dicho productos? quería decir soluciones) que reafirmen lo que todos ya sabemos (es decir: que el capitalismo es una máquina perfecta de la que solo un loco no querría formar parte)? Pensad en Bartleby, el estrambótico y célebre personaje de Herman Melville. Copista en un despacho de abogados en Wall Street, un día se le solicita hacer un trabajo que va más allá de su contrato (revisar las copias), y dice que preferiría no hacerlo. Pero, Bartleby, si da igual que eso no estuviera en tu contrato: ¡es sentido común revisarlas! Se trata de ser versátil, Bartleby, de ser un trabajador proactivo. Entiendo que, en tu época, «proactividad» fuese una palabra sin significado alguno, todo al contrario que ahora, pero tienes que hacer un esfuerzo si quieres ser un «trabajador inteligente», Bartleby. Daría lo que fuese por haber podido hablar con ese desdichado y explicarle lo que es un trabajador inteligente. Europa Press lo explica genial aquí: para no sentirte esclavo de tu empleo, ¡es tan sencillo como esforzarte en ser más humilde y valiente!
Si Bartleby hubiese sido más humilde, si solamente no se hubiese empeñado en contestar «preferiría no hacerlo» a cada mínima cosa que le mandaba su jefe sin precisar siquiera qué es exactamente lo que prefería no hacer o por qué, si hubiese aún siquiera emprendido una confrontación directa con su superior, puede que su destino hubiese sido bien otro. Y es que razonar un «no» es aún producción de significado, y producir significado es conversar en los términos de la comunidad, ¿y qué nos une en comunidad si no nuestro sistema político? Derribadlo y derruiréis con él toda comunidad de hombres tal y como la conocemos. Pero dónde sólo hay silencio no hay nada que hacer: es un residuo social inútil y, como tal, no podemos identificarlo, no podemos apropiarnos de él, reutilizarlo, agregarlo. Escapa a toda absorción por parte del sistema. Sea como sea, lo importante aquí es que, al fin y al cabo, la desafortunada resistencia pasiva de Bartleby no hizo más que llevarle a la muerte por inanición, y sinceramente a mi me gustaría seguir viva para poder seguir emprendiendo con cada respiración que emito.
Creo que no me queda más que reiterar nuevamente mis deseos de larga vida a Forbes, a los entrepreneurs y al emprendimiento, a las fuentes de interior, a los tenedores eléctricos, a los cochechitos de bebé que lleven patinetes incorporados para que la diversión sea doble, a los trabajadores inteligentes, a los que entienden que aceptar un trabajo no remunerado económicamente no es para tanto porque lo que ganas en formación y prestigio no te lo dará nadie más, al Espectáculo, a hablar siempre y todo el rato, a firmar manifiestos y a los sondeos, a producir siempre y sin cesar, ya sean objetos o discursos… Pero, si me disculpáis, preferiría no seguir, que me estoy empezando a emocionar.