En este artículo no solo nos preguntamos por qué no está todo el mundo hablando de «Fleabag»… Sino que explicamos por qué todo el mundo debería hacerlo.
No soy yo mucho de debatir en redes sociales sobre las series en curso. Para empezar, porque siempre voy a destiempo y acabo viendo todas las series con varios meses de retraso. Y, segundo y sobre todo, porque los spoilers me la pelan y de hecho incluso me dan bastante vidilla (siempre diré lo mismo: saber qué va a ocurrir te ofrece un mayor espacio mental para apreciar cómo está ocurriendo, y eso es lo que suele ser más interesante), pero lo que no puedo soportar es que la gente dé su opinión antes que yo… Y, de alguna forma u otra, acabe influyendo en mi visión de la serie en cuestión.
Sea como sea, resulta que la segunda temporada de «Fleabag» me la tragué en tres días justo en la resaca del final de «Juego de Tronos«. Y que, de hecho, el debate generado en redes sociales por esta serie de HBO me hizo pensar que, cuando todos vemos algo a la vez, el nivel de la conversación aumenta varios puntos por encima de la media de ese Twitter adicto al aforismo ramplón o de ese Facebook adicto a nada porque Facebook ya no lo mira ni el Tato. Lo que me condujo a la siguiente pregunta: ¿por qué hemos estado todos tan empeñados con debatir una serie tan frustrante como «Juego de Tronos» cuando podríamos haber estado celebrando el nivelón de calidad de «Fleabag«?
Pero no. Nada. En mi timeline no hay ni una puñetera mención a «Fleabag«. Y lo cierto es que no lo entiendo. Me cuesta entenderlo. Me niego a entenderlo. ¿Cómo puede ser que esta maravilla esté ahí, en Amazon Prime, y que casi nadie le esté prestando la atención debida? Porque mira que, además, resulta que la serie lo tenía todo para que esta segunda temporada se convirtiera en un verdadero petardazo: la primera tanda de episodios se convirtió en un verdadero grower que fue creciendo en los años posteriores a su estreno gracias al boca oreja y, sobre todo, Phoebe Waller-Bridge se ha convertido en uno de los personajes más estimulantes (y conocidos) de la actualidad audiovisual.
«Killing Eve», serie que también está dirigida por Waller-Bridge (aunque en un registro dramático diametralmente opuesto) la ha puesto en boca de absolutamente todo el mundo. Y, en las últimas semanas, una de las noticias más impactantes ha sido no solo que ella será la encargada de escribir el guion de la nueva película de James Bond, sino que ha prometido que esta será una entrega de la saga que por fin hará justicia a las mujeres (tan tipificadas en sangrantes clichés a lo largo y ancho de esta serie de películas). ¿No era suficiente todo esto para que la gente corriera en masa a ver la segunda temporada de «Fleabag«?
Parece ser que no. Pero, bueno, como siempre he sido más de celebrar lo positivo que de escarbar en lo negativo para quedarme ahí, con la mierda embarrando mis rodillas, vamos a obviar esta sensación de que «Fleabag» debería ser una serie mucho más popular de lo que es… Y pasemos a dar algunas claves que expliquen por qué «Fleabag» debería ser una serie mucho más popular de lo que es.
Empezando, evidentemente, por su ejemplar visión de cómo ha de ser un personaje femenino en el siglo 21. Phoebe Waller-Bridge parece tener una cosa muy pero que muy clara: para que un personaje femenino sea fuerte en pantalla, ya sea esta grande o pequeña, no ha de ser «fuerte» en los términos de un personaje masculino. Ha de ser «fuerte» en términos de coherencia con su propia feminidad, y eso implica una cierta ración de neurosis que, sinceramente, al final ya no sé si viene pareja a la feminidad o al mero hecho de existir en este siglo tan esquizoide. (Por cierto, desde aquí animo a que las futuras ficciones masculinas exploren las neurosis de los hombres, que también son cosa fina y merecen ser diseccionadas para acabar de resquebrajar por fin la idea del macho como personaje pivote de la ficción clásica.)
La primera temporada de «Fleabag» desarmaba a la par que enamoraba precisamente gracias a esa obsesión de Waller-Bridge por dejar claro que su personaje (del que nunca sabremos cómo se llama más allá de ese Fleabag -saco de pulgas- del título) era un cúmulo de disfunciones. En esta segunda temporada, ella misma disecciona esas disfunciones en una tronchante visita a una terapeuta, haciendo especial hincapié en el hecho de que siempre ha usado el sexo como forma de dar sentido a una existencia dañada por la relación con su familia… y por un trauma con una amiga que no revelaré aquí porque a mi los spoilers plin, pero al resto del mundo sé que no le hacen ni pizca de gracia.
Siguiendo este punto de partida, la segunda temporada de «Fleabag» se muestra realmente genial en dos direcciones distintas: una previsible y la otra totalmente sorprendente. La previsible es esa vulneración de la cuarta pared que Waller-Bridge explora de formas cada vez más cachondas. A la actriz y directora le basta una mirada a cámara para conseguir que el espectador sienta un cálido lazo de empatía hacia su personaje y lo que está viviendo, sobre todo en esos sinsentidos familiares en los que todos nos hemos visto alguna vez en nuestra vida. De alguna forma u otra.
Su retrato de la familia, de hecho, sigue siendo el gran acierto de «Fleabag» como serie… Pero si la primera temporada se esforzaba en mostrarnos que la protagonista se merecía de alguna forma u otra el desprecio de su familia, en esta segunda tanda de episodios vivimos una especie de redención en la que Fleabag no solo recupera el amor de sus seres queridos, sino que incluso consigue que reconozcan que la tarada no es ella, sino que más que probablemente son ellos. Así lo confirma su padre: «De todos nosotros, probablemente tú seas las que mejor sepa en qué consiste amar. Por eso te duele tanto«, le dice.
El concepto de redención, por cierto, va parejo a la segunda dirección que explora «Fleabag» en esta nueva temporada y que es una total sorpresa. Un poco a modo de ficción literaria tradicional, aquella en la que cada nuevo capítulo (y aquí entendemos «capítulo» como «temporada») disertaba sobre un tema diferente introduciendo nuevos elementos dinamizadores (pensemos en el «Ulises» de Joyce como epítome de esta práctica literaria, donde cada capítulo es casi un libro en sí mismo), aquí Phoebe Waller-Bridge se saca de la manga una trama en la que su protagonista se enamora de… ¡un cura!
Y esto, que en otras manos podría ser una excusa para explorar los entresijos de la -imposible e improbable- fe religiosa en este siglo, en las suyas se convierte en un arma de alto voltaje a la hora de desarmar clichés. El cura es un malhablado aficionado al alcohol con un concepto bastante rupturista del fervor religioso. Y Fleabag ni se planteará la fe cristiana como opción para acercarse al motivo de sus anhelos… Ni hablar. Esta trama está ahí por las posibilidades cómicas de la religión cristiana. Pero también como metáfora preciosa de una redención que adquiere un significado más profundo todavía con la renuncia final. Y hasta aquí puedo leer.
De hecho, espero que esto de haber dejado varios spoilers en el aire de forma misteriosa sirva para que todos aquellos que todavía no habéis visto «Fleabag» corráis a hacerlo inmediatamente y comprobéis que esta es la ficción definitiva porque no es comedia ni drama ni tragedia ni nada que se le parezca, sino que no es nada y lo es todo a la vez. Como la vida misma. Y luego ya sabéis lo que tenéis que hacer: me añadís a vuestras redes sociales y charlamos sobre la serie. Porque necesito amigos que no estén todo el día hablando de «Juego de Tronos«. O lo que es peor y ya lo veo venir: ¡»El Cuento de la Criada«! ¡No por favor! ¡Salvadme de este peñazo inminente! [Más información en la web de «Fleabag» en Amazon Prime Video]