Ya estamos a tope con el Festival de San Sebastián 2015… Y nuestra primera crónica tiene dos protagonistas claros: «The Assassin» y «Anomalisa».
Primer fin de semana del Festival de San Sebastián 2015 en la butxaca. Hemos dejado atrás un puñado de buenas películas, un par de cintas mediocres, una contractura en el trapecio y alguna crisis de hipoglucemia, y es el momento de repasar algunas de las películas más destacadas en lo que llevamos de festival…
Quizás la primera gran obra imprescindible de la presente edición del Zinemaldia en orden cronológico llegaba de la mano de Hou Hsiao-Hsien en la Sección Perlas. La flamante ganadora del (ahora podemos decirlo: merecidísimo) premio a la mejor dirección en Cannes retuerce el género del wuxia por la vía del éxtasis estético, en esta historia de dualidad entre los lazos a la familia por lo genético o por la adoptivo. Creo que hace mucho que no gozaba tanto con el sentido de la composición del gran plano como el que hace Hsiao-Hsien en «The Assassin» (en la foto). De esta manera, el autor convierte su cinta casi en un western paradójico, en tanto que despojado de su épica otrora intrínseca, cuando aleja su mirada, pues aunque los elementos argumentales de la obra podrían invocar a lo heroico y a la redención, aquí quizás importa más la suma de elementos formales que conforman finalmente un relato bastante más íntimo de lo que a priori parece.
Veo por ejemplo un enorme y nada disimulado erotismo en «The Assassin«, desde los continuados planos con velos interpuestos y cortinas circundantes o la gama de rojos intensos que predomina en las escenas interiores hasta la gracia casi estática de los recorridos de la cámara o de los movimientos de los personajes, en una pequeña y sutil coreografía secreta. Incluso se advierte una cierta fisicidad atribuida a elementos no corpóreos, tanto en el plano visual (la densa niebla que cubre las laderas de las montañas) como en el sonoro. Cautivadora, exquisita y de una brillantez ornamental casi dolorosa, los entregados aplausos al final de la proyección de «The Assassin» están plenamente justificados. En minúsculas pero con todas las letras: obra maestra.
Con mayúsculas, pero con unas mayúsculas torcidas y fluorescentes, se debería escribir «Mi Gran Noche«, de Álex de la Iglesia, una de las películas más esperadas por casi todo el mundo, a juzgar por la enorme cola que se formaba a la puerta de la sala una hora antes de su proyección. Una vez vista, confirmamos que se formó la gozadera. Con un Raphael estelar (e interestelar) y con Mario Casas emulando una especie de híbrido entre David Bisbal y el Hansel (Owen Wilson) de «Zoolander«, «Mi Gran Noche» trae inmediatamente a la memoria a la, a mi juicio, obra aún no superada de su autor, la notable “Muertos de Risa”. Igual de reveladora a la hora de mostrar las vergüenzas y sacarle los colores a una cierta España que (nos hacen creer que) aún vive anclada en esa rémora cultural, pero no mediante el retrato del patetismo de secano que de alguna forma traía consigo la cinta protagonizada por Santiago Segura y El Gran Wyoming, sino por la vía de la hipérbole, el despiporre y la bufonada. «Mi Gran Noche» es un sanísimo descalzaperros en el mejor sentido del término, sólo ocasionalmente hilarante, excesiva, naif y gloriosamente absurda. Esencialmente, una auténtica barbaridad entendida como relativo a lo bárbaro, a lo bruto e imprudente. Más allá de cualquier otra consideración, una auténtica barrabasada.
A Denis Villeneuve se le dan genial los thrillers: este señor es a los thrillers lo que el Sr. Ferrero es al chocolate. Ya venía dando pistas en el doblete que se marcó en el 2013 con «Enemy» y «Prisoners» (cuando también descubrió que triunfaba usar una única palabra a modo de título), y en «Sicario«, quizás la más difícil de las tres de llevar a su terreno, lo confirma. La temática de película, que trata de cárteles de droga mexicanos, es por sí dispersa y caótica, pero Villeneuve resuelve el problema sin romper la atmósfera con una extensa explicación aguafiestas de alguno de sus personajes. En vez de eso utiliza una táctica muy suya: mantiene la atención del espectador con momentos tensión contenida y escenas morbosas puntuales, sin excederse, marcando así un camino de luces rojas en medio del camino oscuro. Con una fotografía impecable, pero que tampoco se pase de artística para no robar protagonismo a la historia, consigue tejer una historia que mantiene al espectador pegado a la silla durante dos horas.
La fórmula mágica, sin embargo, no funciona con todo tipo de ingredientes, y menos con una baraja de personajes, que por qué llamarlos personajes cuando puedes decir clichés con patas. Un malo malísimo, el antihéroe, una Emily Blunt que se pasa la película con cara de que alguien le está echando Fortasec en el café cada mañana. La ola gigante de Hollywood ha barrido el esqueleto de una buena película y lo único que queda es esa piel tan característica… que no se sostiene de pie. Restándole así veracidad, «Sicario» viene a parecerse a otra película que hemos visto antes. A otras diez, incluso. La imagino fácilmente: dentro de un año, estrenándose en “El Peliculón” de Antena 3. Y creo que la mayoría de nosotros diferimos del concepto de “peliculón” de esta cadena.
Es difícil adentrarse en la sala para ver «Me & Earl & The Dying Girl» (con su premisa teen) sin prejuicios, y es difícil no perderlos a los quince minutos de metraje. Porque no, esta no es una versión más de «Bajo La Misma Estrella«, sino una vuelta de tuerca simpatiquísima al género. El film presenta a Greg, un chico algo inadaptado que, junto a su colega Earl, dirige versiones modificadas de películas famosas y al que la vida le da un giro de 180º cuando su madre le obliga a hacerse amigo de Rachel, una chica que padece leucemia.
Como conductor, un humor que se crea de la simple colisión de personajes estupendos; y, como paradas del viaje, todo un conjunto de referencias cinéfilas a gogó que hicieron que en su estreno en el festival la sala estallase a carcajadas durante gran parte de la película. Agrada porque no busca la complicidad del público más joven a la fuerza sino que este parece surgir naturalmente. El ritmo acelerado, la cámara llevada al milímetro (que recuerda a un Wes Anderson encocado) y unos personajes que son esculpidos a su propio entorno, «Me & Earl & The Dying Girl» es no solo la perfecta película de sobremesa, sino un clásico instantáneo de la comedia dramática. Entre esa cinefilia es real y coetánea (llegan a imitar a Werner Herzog), vemos en la pared de una escena el póster de «La Jeteé«, film en el que el narrador dice «nada diferencia los recuerdos de los momentos habituales; sólo más tarde se dan a conocer cuando muestran sus cicatrices«, y es así como días después de haberla visto solo con escuchar «The Big Ship» de Brian Eno se nos encoja el corazón. Casi como si alguien que ha aprendido de los directores maestros del siglo XX (y no de otros directores de películas teenager) hiciese una película para los adolescentes del siglo XXI.
Finalmente, “Anomalisa” creemos que merece un punto y aparte. La película de animación de Charlie Kaufman y Duke Johnson nos ha parecido lo suficientemente importante dentro del marco del Zinemaldia como para enfrentar dos visiones complementarias, que aquí más que nunca deberían cobrar todo el sentido: la de una mujer de 21 años y la de un hombre de 38 años.
«Anomalisa» vista por Ainhoa. Charlie Kaufman llevaba ya siete años sin ponerse detrás de una cámara o una máquina de escribir, desde la grandiosa (tanto en intenciones como en resultados) «Synecdoche, New York«. Y es imposible no tomar esta otra como punto de partida para descifrar «Anomalisa«, que viene a ser su contraportada: contraria y complementaria. Porque allá donde «Synecdoche, New York» es una muestra del todo para representar una parte de dicha totalidad, «Anomalisa» es una pequeña historia que, en base a la repetición, lo representa todo. Michael Stone es un motivador personal sumido en la más tediosa de las rutinas vitales, al que todas las caras y todas las voces le parecen iguales: es en medio de esa homogeneidad que se cruza con la anomalía, una mujer llamada Lisa en los pasillos de un hotel de Cincinnati. Pero esto no es ninguna historia sobre manic pixie dream girls, Kaufman deja muy claro a través de una mirada personal que el centro de el/su mundo es él mismo. y Michael resulta, como ha pasado en cada uno de sus guiones, un alter ego propio. Autocriticando este hecho en «Adaptation«, Kaufman es ahora más consciente que nunca de que su drama personal del genio depresivo es un problema universal y que yace aquí la verdadera sinécdoque.
El toque de Dan Harmon es más sutil de lo que esperaba, aunque sigue metido en el arduo trabajo de romper el cuarto muro del cine -a su manera-: él hace series sobre personajes que ven series. Esta cotidianeidad se traduce al film con personajes que se sacuden el miembro después de mear, que hacen un cunnilingus mal o que tardan en responder a preguntas porque están masticando comida, y el producto es que una animación hecha con figuras de plástico sea mucho más realista que con cualquier película de carne y hueso de la cartelera. Los toques de humor de Harmon son también mucho más controlados de lo que se esperaba y guardándose para momentos asiduos, lo que, de cierta manera, evita que eclipse la propia historia.
Charlie Kaufman, que es un celebrity en la industria por sus guiones redondos y originales aparece con lo que a primera vista parece el más común y cotidiano de su carrera (quitando ciertas peculiaridades), pero a medida que la trama avanza la serpiente muerde su propia cola y se muestra el propio uroboros. Puede que este eterno retorno del que nos hablaba Nietzsche sea el mensaje más desalentador y condenado de la filmografía de Kaufman.
«Anomalisa» vista por David. Sinécdoque, Cincinnatti. O el triste sentido de una vida entera condensada en una noche. En su última obra, Charlie Kaufman vuelve a jugar con la geometría narrativa. En este caso, la circularidad de «Anomalisa» da forma a una de las más precisas disecciones por planos de los gozos y, sobre todo, las miserias que alberga la cotidianidad en el hombre actual. Poco o nada me detendré en el prodigio técnico que es la película, aunque qué irónico y significativo me resulta el hecho de que una de las obras cinematográficas recientes que retrata de forma más diáfana y cercana la experiencia íntima del ser humano y la ridiculez intrínseca ligada a la misma esté protagonizada por figuras no humanas, en una especie de transmutación de la nueva vieja carne por la vía del stop motion. Así, en un relato que podríamos catalogar como costumbrismo urbanita, «Anomalisa» destila una magia triste, donde lo real y lo pararreal se entrelazan en forma de pesadillas maravillosas al respecto del nuevo hombre-masa y coños mal comidos.
La circularidad viene subrayada por la circunstancia de que «Anomalisa» se abre y se cierra con una carta escrita por una mujer cuyo destinatario es el mismo hombre. Ese viaje radial que plantean Kaufman y Duke Johnson tiene por tanto en su final un eterno retorno a la casilla de salida, una puerta cerrada a la concreción del amor porque el miedo es real y posiblemente definitivo, aunque exista un matiz de esperanza para quien quiera verlo. Es cuanto menos llamativo que haya un remanente de los Joel y Clementine de «Eternal Sunshine of the Spotless Mind» en la relación de Michael Stone y Lisa, los protagonistas de esta pequeña elegía moral, ya que, aunque es cierto que es la voz de ese hombre inútil la que resuena durante todo el metraje, la última palabra la tiene siempre la mujer en lo que parece una discreta obsesión del autor a la hora de revelar al mundo un cierto conflicto interno sobre el macho empequeñecido y ridículo en el casus belli emocional.
En definitiva, «Anomalisa» vuelve a reflexionar sobre la intratable metástasis de la repetición de patrones sentimentales y conductuales y sobre la certeza de que el problema está en los ojos del que mira. Y es que si resulta que las chicas sólo quieren divertirse, qué pena que los hombres hayan olvidado cómo hacerlo. [TEXTOS: David Martínez de la Haza y Ainhoa Marzol]