El Festival do Norte 2014 debería haber sido la edición recordada por el cambio de recinto… Pero más bien será recordada por el diluvio universal.
[dropcap]“E[/dropcap]l diluvio duró sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches, las montañas fueron cubiertas y las aguas crecieron quince codos por encima”. Este pasaje de «La Biblia» que relata el aguacero universal que, supuestamente, inundó el planeta miles de años ha, fue el que se le pasó por la cabeza a muchos de los asistentes al capítulo 2014 del Festival do Norte, aunque -por suerte- reducido a día y medio de molesta y creciente lluvia. Intervalo temporal suficiente para que la misma cogiera desprevenidas tanto a la parte de la concurrencia que no cree en la utilidad de las nuevas apps meteorológicas como a una organización que parecía no haberlas consultado con antelación para paliar los negativos efectos de una climatología inestable y muy poco estival.
Ya fuera por esa falta de previsión, un exceso de confianza, una mala coincidencia o, sencillamente, la combinación de ese conjunto de factores, la edición de la renovación del certamen pontevedrés -que presentaba como principales modificaciones sus fechas veraniegas, su aumentada duración y el desplazamiento de Vilagarcía de Arousa al isleño municipio vecino de A Illa de Arousa- será recordada por la forma en que, en sólo tres días, se pasó del verano a la primavera y, finalmente, al otoño de tintes invernales. Una indeseada (e indeseable) situación que dejó en evidencia los problemas organizativos de un proceso de cambio que, a priori, ya entrañaba grandes dificultades: adaptación a un espacio inédito, ampliación de servicios y actividades para un variado público y complejidad logística.
Pero los obstáculos vividos sobre el terreno insular y la humedad reinante durante sus dos jornadas más largas no deberían empañar el ordenado y satisfactorio desarrollo de la materia más importante del Festival do Norte 2014: su cartel artístico, para todos los gustos e impecable, que constató la buena salud de la actual escena alternativa gallega; la fortaleza de algunos de los nombres de la ídem española que han conquistado los circuitos comerciales y las virtudes de otros de sus miembros que se mueven en terrenos más restringidos; y el poderío de varios grupos foráneos de estilos y orígenes diversos que, en determinados casos, pisaban por vez primera tierras galaicas.
Independientemente de su mejor o peor despliegue o mayor o menor atractivo en directo, todos ellos empatizaron, sobre todo la última noche, con una audiencia que veía cómo su -en teoría- idílica estancia en A Illa de Arousa se diluía como un azucarillo en agua. La música, al fin y al cabo, funcionó como el gran consuelo de un público soliviantado, crítico y embutido en chubasqueros multicolor que acabó saltando de charco en charco en pos de la felicidad festivalera.
[dropcap]J[/dropcap]UEVES, 3 DE JULIO. (Breve) Verano. Situar el escenario principal de un festival de música -en este caso, el SON Estrella Galicia– en pleno puerto marítimo tiene sus pros y sus contras: a favor, la belleza del marco en que se encuadra; en contra, las limitaciones del espacio y la constante brisa costera que suele enfriar la temperatura del ambiente, por muy caluroso que sea el día. Tal sensación recorría el cuerpo del gentío que iba accediendo al Varadero do Xufre con cuentagotas tras acoplarse al ritmo vital de la isla y pensar cómo encararía una inauguración que, al realizarse en jueves, resultaba un tanto extraña al ser novedad en el evento arousano.
Cuando Linda Guilala ejecutaron la primera nota del Festival do Norte 2014, la atmósfera del coqueto recinto portuario todavía se encontraba desangelada, lo que no impidió que las brumas shoegaze del grupo vigués lo envolviesen y le diesen calor a través de canciones cargadas de dulce energía, feedback de la escuela Ride y distorsión modulada marca de la casa My Bloody Valentine. Entre tal maraña eléctrica, la voz de Eva iba y venía de igual modo que el sonido se balanceaba en función de la dirección del viento marítimo mientras el trío destapaba las esencias de su excelente EP “Xeristar” (Elefant, 2014). Piezas como “Chicas Guapas (Que Van a Trabajar en Moto)”, “Haciendo Daño”, la nadadoriana “Lo Siento Mucho” o la twee-gaze “Sábados de Tormenta” -título que involuntariamente presagiaría lo que ocurriría 48 horas después…- integraron el núcleo duro de un set efervescente, potente y emotivo según dictase el momento. La versión en clave shoegaze de “Carlos Baila” de Family cerró una actuación que confirmó el salto cualitativo que Linda Guilala han logrado con su último trabajo.
El Último Vecino todavía disponen de un único álbum, su debut homónimo “El Último Vecino” (Domestica Records, 2013), lo que impide hacer comparaciones con respecto a obras anteriores dentro de su discografía. Pero los barceloneses demostraron sobre las tablas que no las necesitan para concluir que han dejado el listón muy alto dentro del revisionismo ochentero patrio desprovisto de poses artificiales y forzadas. Las de su alma máter, Gerard Alegre -carismático sin querer y ataviado con una indumentaria traída directamente de los 80 en un DeLorean-, reflejaban una autenticidad que reforzaba su repertorio, ya se desviase hacia New Order (“Qué Más Da”), el tecnopop español primigenio (“Otra Vez Asustado”) o el synthpop de lírica resignada (“Antes Siempre Esperaba”). De fondo se apreciaban ecos de clásicos nacionales de diferente pelaje como La Dama Se Esconde, Azul y Negro o Mecano, y de referentes contemporáneos como Future Islands que rebotaban entre cristalinos acordes de guitarra y teclados gomosos. Para muchos de los presentes, El Último Vecino pasó a ser el primero de sus listas personales.
Austra ya hace tiempo que aparecen entre los favoritos de los incondicionales del electropop germinado en la segunda década del siglo XXI. Buena culpa de ello la tiene su lideresa, Katie Stelmanis, cuya figura de diva con vestido ondeado por la brisa nocturna y, sobre todo, su impresionante voz llenaron un escenario en el que confluyeron sonidos etéreos con toques new age, suaves cantos chamánico-tribales y ritmos bailables para danzar bajo la luz de la luna. Con todo, y a pesar de la pegada de “Home”, “Forgive Me” o “Lose It” multiplicada por diferentes juegos lumínicos, un estimulante sintetizador y una absorbente percusión, daba la sensación de que la propuesta del combo canadiense no cuajaba del todo entre el respetable. ¿Hubiera sido recibida con mayor agrado durante el atardecer? Antes de que se pudiera resolver dicha duda, las incursiones de Austra en el cosmic disco y el dance (la reciente “Habitat”) caldearon el foso y llevaron a más de uno al éxtasis galáctico sin moverse de A Illa de Arousa. La reinterpretación de “Nothing Compares 2 U” de Prince (o Sinéad O’Connor, como prefieran), con Stelmanis superándose a nivel vocal, puso el broche a un concierto que fue de menos a más y situó a los de Ontario en la cumbre de la jornada inicial del festival.
A Veronica Falls no se les exigía (ni falta que hacía) que dieran el concierto de sus vidas para colocarse en el peldaño superior de ese imaginario podio del primer día. Bastaba con que ofreciesen con firmeza su visión del indiepop unas veces oscura y otras luminosa. Esta segunda vía fue la que eligieron en la ínsula arousana, siguiendo la línea de su último disco, “Waiting For Something To Happen” (Bella Union, 2013). Un hecho que repercutió positivamente en la progresión de su set, en el que primaron las melodías adhesivas, los estribillos de velcro, los ágiles rasgueos digitales à la The Wedding Present (“Broken Toy”, “Right Side Of My Brain”) y el constante empaste de la voces de Roxanne Clifford y James Hoare. Eso sí, la alegría coral de “Waiting For Something To Happen” o el brío de “Found Love In A Graveyard” que ocultaban el lado siniestro de los londinenses no evitaron que, durante algunos tramos, su patrón sonoro llegase a la audiencia de una manera repetitiva. Por fortuna, el arrebato eléctrico de “Come On Over” en el desenlace hizo añicos toda posibilidad de creer que Veronica Falls habían actuado como unos simples funcionarios del pop guitarrero.
Tal etiqueta sí que se podría aplicar sin problema a Is Tropical en el subgénero de la electrónica que colisiona con el rock (y viceversa). “I’m Leaving” (Kitsuné, 2013) los situó el año pasado en el frente del pelotón que pretende aunar los dos estilos citados para alcanzar elevadas cotas comerciales, rastreando la huella de astros como Justice o medianías como Jamaica. Más próximos a los segundos, el grupo más francés de Londres también ha accedido a un territorio peligroso: el del one hit wonder, simbolizado en una “Dancing Anymore” (cantada por ¿la novia de Gary Barber? con un extraño brebaje en mano) que provocó estallidos de euforia entre el personal y tarareos que se prologaron durante todo el fin de semana en cualquier lugar de A Illa -desde los chiringuitos de playa hasta los supermercados del pueblo-. Nadie parecía recordar que Is Tropical poseen en su zurrón otro LP –“Native To” (Kitsuné, 2011)-, un detalle secundario teniendo en cuenta que el protagonismo recaería en el contenido del disco que incluye su gran hit. Si eliminamos este de la ecuación presentada por los londinenses, su resultado final fue anodino, insustancial y plano, pese a su aspecto de fórmula ideal para enardecer a las masas indie a base de rock accesible y cánticos comunales regados de cerveza Estrella Galicia y chupitos de Jägermeister. Is Tropical debieron haberse ahorrado el innecesario bis…
Digitalism (en su papel de djs) también se movieron a piñón fijo para elaborar el set que cerraría la noche por todo lo alto. En un formato austero, sin proyecciones ni juegos de luces especiales, combinaron material propio (“Idealistic”, “Pogo”) y ajeno para confeccionar una sesión que repartió bombo y platillo por doquier. Jens Moelle e Ismail Tüfekçi sabían que las almas que habían aguantado hasta la madrugada pedían quemar zapatilla, con lo que se centraron en pasar por su batidora techno-electro-house tracks que iban de The Chemical Brothers a Boys Noize y remezclas de temas de Beastie Boys o The Clash. La juventud bailó y sudó. Así que, misión cumplida.