[dropcap]3.[/dropcap] CRISIS (DE VALORES). Si la crisis fue el omni-tema de la edición pasada del Festival D’Autor, este año tocaba matizar el concepto. Porque, cuando hablamos de «la crisis», en realidad estamos hablando de «muchas crisis diferentes» y, tal y como ya nos han machacado una y otra vez, lo jodido de esta crisis no está siendo el derrumbe del sistema económico o la erosión de la confianza en las deslustradas estructuras políticas: lo peor está siendo que las circunstancias hacen mermar a marchas forzadas las escasas reservas de humanidad y moral que parecían quedarnos. Hablando en plata: la crisis (o, más bien, las crisis) están sacando lo peor de nosotros como personas (cada vez menos) humanas y como sociedad (cada vez menos) empática. Hobbes se frotaría las manos placenteramente al comprobar que la existencia precaria del ciudadano medio del siglo XXI nos ha obligado a todos a aceptar a pies juntillas que el hombre es un lobo para el hombre… Y, evidente, esta desesperación existencial, esta angustia provocada por no poder ver la luz al final del túnel, debía reflejarse de alguna forma u otra en films como «Vic + Flo Ont Vu Un Ours«, donde la posibilidad del romance queda aplastada debajo de una trama de thriller que viene a demostrar que no hay escapatoria, que la buena voluntad no nos salvará de la muerte ni nos hará inmunes a todo lo jodido que está pasando ahí fuera. Pero el film de Denis Côté no ha sido el único en poner usar la coletilla «de valores» detrás del término «crisis»… [RDT]
NORTE. THE END OF HISTORY. La crisis no es algo que ocurra siguiendo un ordenado patrón narrativo greco-romano donde hay una presentación, un nudo y un desenlace bien definidos. Tampoco es algo que pueda resumirse en noventa minutos o que deba encapsularse en duraciones atomizadas… La crisis es algo extensivo, exhaustivo, desbordante. Es un fenómeno que se extiende en el espacio y en el tiempo, que lo abarca todo, que lo devora todo. La crisis es algo que ha fulminado el concepto de tiempo y que se ha convertido en un continuo en nuestras vidas. Así las cosas, es inevitable pensar que las cuatro horas de duración de «Norte. The End of History» no es excesiva para nada, sino que incluso puede que se quede corta: si de lo que se trata es de exponer el vergonzoso cuerpo desnudo de las clases más desfavorecidas en la Filipinas actual, mejor obligar al espectador a sostener la mirada ante este dilatado sopor existencial en el que el dolor y el sufrimiento se filtran de forma lenta e indolora, como una gota malaya.
Rizando el rizo de esta cinta de fascinante tempo que hace pensar en la posibilidad de que Apichatpong Weerasethakul dirigiera un folletín telenovelesco del tipo «Sangue do meu Sangue«, Lav Diaz incluso se permite llevar las fronteras del discurso un poco más allá al unir las disquisiciones filosóficas pseudo-revolucionarias (todo lo revolucionarias que pueden ser cuando sabes que tienes un colchón económico) de un estudiante de buena cuna que comete un asesinato que será la semilla de todas las desgracias de una familia de clase baja rozando la pobreza. Los ecos de Dostoyevski se dejan sentir en una trama que, sin embargo, se centra menos en el sentimiento de culpa del protagonista y prefiere desnudar la realidad de una actualidad en la que no hay castigo para los malvados… Sólo hay dolor para los desamparados. [RDT]
THINGS PEOPLE DO. ¿Qué es lo que desencadena que un hombre que disfruta de una vida aparentemente perfecta se deslice progresivamente hacia la criminalidad? “Things People Do” explora las consecuencias finales de la crisis económica en el individuo, en un drama que peca justamente de quedarse demasiado en la superficie, de mostrar sin más y, finalmente, de no interesarnos demasiado. El debut en la dirección del israelí Saar Klein, montador de “La Delgada Línea Roja” (Terrence Malick, 1998) o de “El Caso Bourne” (Doug Liman, 2002), entre otras, se salda con una película impersonal, insustancial, en la que quizás destacan por encima de la medianía imperante en el film esa atmósfera enrarecida que se crea ocasionalmente y un Wes Bentley recuperado para la causa, de expresión casi lunática, al borde de la implosión psíquica, casi retomando quince años después al Ricky Fitts de “American Beauty” (Sam Mendes, 1999). [DMDLH]
LUTON. Desde sus primeros minutos, «Luton» juega a poner a prueba la paciencia del espectador, ya sea a través de la puesta en escena (planos larguísimos preñados de inactividad, anti-narratividad galopante) o de los destellos de argumento fugaz que la pueblan (como ese momento en el que un dependiente de una tienda cochambrosa tiene que lidiar con el pasotismo de un repartidor o ese otro en el que un joven ha de soportar a su abuela senil sorbiendo la sopa con sonoras chupadas durante una comida aburrida hasta decir basta).Este clima de letargo, de vivir sin vivir mientras el mundo a tu alrededor atenta contra tu paciencia, es precisamente el mayor logro del film de Michalis Konstantatos… O, por lo menos, es el mayor logro hasta que el espectador se da cuenta de la verdadera intención del director.
Sin ánimo de entrar en spoilers, simplemente diré que el último tramo del film (no más del 10% de su duración) advierte de que, si pones a prueba la paciencia de la gente, esta tendrá que estallar tarde o temprano, deberá buscar vías de escape para liberar la tensión acumulada debido a esta mierda de contrato social que a veces nos toma por gilipollas. A este respecto, la mirada final de uno de los protagonista a cámara en un momento en el que el llanto de un niño está sacándole de quicio -por mucho que exteriormente se comporte con corrección más que política- es mucho más que un eco del cierre de «Los 400 Golpes» (repetido de forma esteril hasta la saciedad en el cine actual): en este caso, es una mirada de pura empatía que viene a preguntarnos «¿no estás tú también hasta las pelotas?». [RDT]
UN CASTILLO EN ITALIA. Es esta la perfecta ejemplificación de lo que conocemos por “problemas del primer mundo”. «Un Castillo en Italia» se centra en las reflexiones existenciales de una mujer perteneciente a la burguesía francesa y las excentricidades con las que ella y su familia tratan de calmar esa inestabilidad interior. A medio paso entre la comedia y el drama, la película dirigida y protagonizada por Valeria Bruni Tedeschi abrió el festival con un tono desenfadado que dejó para el recuerdo escenas tan memorables como la de la propia Valeria frotándose el abdomen con agua bendita. En general, el film presenta a personajes atormentados (como el joven actor enamorado de la protagonista –Louis Garrel-, cuyas actuaciones en set no distan mucho del drama de su vida) que buscan sin éxito una forma de resarcirse, de comenzar de nuevo, ciegos ante el hecho de que la ruina ya se ha apoderado de sus vidas. Un filme autobiográfico que pierde fuerza y gracia conforme se acerca el verano (se divide en invierno, primavera y estío) pero cuyos créditos retumbarán en nuestras mentes un buen ratito más. [EE]