[dropcap]1.[/dropcap] DEL TRANSGÉNERO AL POST-FORMATO. La forma más habitual de definir cualquier concepto o imagen es a través del enfoque, de mostrar sus contornos con una híper-resolución que ponga de relieve todas sus partes con el mayor detalle posible… Pero existen muchos otros métodos de definición a la hora de abordar conceptos e imágenes. Uno de ellos sería, por ejemplo, el opuesto al mencionado unas líneas más arriba: contra la definición al milímetro, también puede jugarse a la definición a través del difuminado, de las transparencias ambiguas donde el objeto de estudio se transparenta y permite concebir las fronteras a través de la relación de superposición de ese objeto con respeto a lo que tiene debajo o a los lados. Más que concebir las fronteras como algo totalista, nunca está de más considerar que los confines de un territorio nunca son una línea divisoria absoluta, sino una tierra de nadie donde un paisaje se funde con el siguiente.
El cine hace tiempo que juega al difuminado. Las primeras muestras de ello llegaron cuando, hace ya algunas temporadas, una galopante obsesión por definir (o desdibujar) la frontera entre la ficción y la no ficción embargó a los directores de medio mundo. Pero no sólo de aventureros dispuestos a perderse en la frondosa jungla entre la ficción y la no ficción vivió esta generación obsesionada con el transgénero, sino que pronto este espíritu aterrizó en prácticas tan (a priori) ajenas como, por poner un ejemplo preclaro, el mumblecore: de repente, los hermanos Duplass investigaban cuán profunda podían plantar la semilla del cine de terror en un film puramente mumblecore en «Baghead«, mientras que Aaron Katz cogía la comedia romántica y le partía el cuello para convertirla en un noir apático en su «Cold Weather«. El año pasado, el D’A dejaba al descubierto que el transgénero ya estaba de vuelta de todo y que la nueva preocupación era la transnacionalidad…
Hasta que el Festival D’Autor 2014 ha puesto sobre la mesa otra certeza: que ya no hoy transgénero que valga ni transnacionalidad que brille, ahora la preocupación está en el formato. ¿El trans-formato? ¿El post-formato? Sea como sea, muchas son las películas que han podido verse en el festival que han llevado hasta el extremo las posibilidades de su formato físico, poniendo en tela de juicio ya no sólo que la limpieza del plano tradicional sea el mejor medio narrativo, sino dejando bien claro que el espectador es un ente inteligente capaz de asimilar una propuesta por mucho que esta quede enterrada debajo de una montaña de ruido formal. Con «El Futuro» como faro guía, quedó claro que esta preocupación por el post-formato sólo es la punta de un iceberg que irá dejándose ver en futuros años. [RDT]
STRAY DOGS. «Stray Dogs» es una película que pillará en bragas a los advenedizos del cine de Tsai Ming-liang, a los que tan sólo conozcan su vertiente más accesible (aquella «El Sabor de la Sandía» que muchos todavía no comprendemos en el seno de su filmografía) o de su reciente e híper-estilizado homenaje al legado de la Nouvelle Vague (la hipnótica y fascinante «Visage«)… Para el resto, el germen de todo eso que ha sorprendido a propios y a extraños en el último film del director Ming-liang ya estaba presente en otros de sus trabajos: el retrato seco y cortante de un estilo de vida homeless y vagabundo ya constaba en en la desarmante «I Don’t Want To Sleep Alone«, mientras que en»Goodbye Dragon-Inn» el realizador ya dio fascinantes muestras de una capacidad innata para dilatar el plano, llevando al límite no sólo la antinarratividad sino incluso ese peligroso terreno en la que lo contemplativo se disuelve en lo moroso. El pasado avala al realizador a la hora de abordar su nueva cinta como post-cine, como un cine que captura una realidad que no puede ser contenida en formatos clásicos y que ha de buscar nuevas propuestas formales.
De esta forma, habrá quien considere que la última media hora final de «Stray Dogs» es droga dura (en el mal sentido de la palabra), pero basta considerar todo lo que hemos visto y vivido en la hora y media anterior para convenir en que la película no podía acabar de otra forma. Tsai Ming-Liang compone un fresco casi pictórico en el que se suceden los encuadres como retratos totalizantes de la crisis como Apocalipsis: trabajos precarios que aniquilan la autoestima del ser humano, lugares inhóspitos (re)convertidos en hogares preñados de decadencia y herrumbre, deambulares sin rumbo a merced de la meteorología, la pérdida gradual de la humanidad (como en esa inquietante escena en la que el protagonista actúa como Cronos devorando a sus hijos personificados en una col a la que le han pitado unos ojos y una boca)… La sociedad actual como un paisaje en ruinas, como ese paisaje en ruinas que los protagonistas miran sin un rastro de empatía en los ojos durante treinta minutos mientras Tsai Ming-liang nos propone un endiablado juego: ¿cuánto tiempo es capaz el espectador de aguantarle la mirada al paisaje en ruinas de la humanidad que la crisis se está llevando por delante? [RDT]
EL FUTURO. La idea es sencilla, pero no por ello menos terrorista. La prerrogativa de Luis López Carrasco es poner delante del espectador una fiesta en la que la superficie, el papel de regalo indique que nos encontramos en pleno año 1982. Los extractos sonoros que abren el film ayudan a situarnos cronológicamente en una época de convulsión socio-política, pero a partir de ahí lo único que «veremos» (entrecomillado de forma exhaustiva) es una concatenación sin sentido de fugaces copas y drogas compartidas, de trazos de diálogos inconexos, de momentos surrealistas (como el de una de las chicas dando de mamar al personal) y de fogonazos de placer hedonista. Rara vez permite Carrasco que el espectador acceda de forma frontal a las imágenes de la fiesta: siempre hay objetos o personas entre la cámara y los momentos robados y, cuando no es así, el propio formato se degrada en múltiples formas para impedir que el espectador acceda libremente a una narratividad clásica y ordenada.
A excepción de una conversación en torno al terrorismo de ETA (realmente, la única que ancla la cinta en un tiempo concreto), el resto de «El Futuro» acaba siendo una especie de líquido amniótico en el que flotan unos usos y unas costumbres que bien podrían ser de los años 80, de los 90 o del siglo 21. A ello hay que sumar la concatenación final de planos de fachadas de tal forma que cada uno de esos planos retrata un edificio de una década diferente, siempre avanzando hacia el presente. El discurso es evidente: Carrasco no sólo está retratando a este país de pandereta como una sociedad anclada en el hedonismo. Por mucho que más allá de las cuatro paredes de nuestros lugares de despilfarro la historia siga su curso, lo único que parece preocuparnos es vivir una eterna juventud fiestera en el que la actualidad política y social se ven forzosamente aniquiladas. Lo jodido no es que «El Futuro» retrate un pasado que podría ser nuestro presente: lo jodido es que somos una Sociedad Sísifo destinada a repetir nuestros patrones de conducta hasta que ese pasado también sea nuestro futuro. Este es el verdadero «no future«. [RDT]
REDEMPTION. Máxima expectación para volver a ver material de Miguel Gomes. El cineasta construye en el cortometraje “Redemption” un collage de bellísima factura a partir de found-footage casero, relatos apócrifos de juventud mediante voz en off y un uso magistral de la partitura (brutal y maravillosamente simbólica la atronadora obertura de “Parsifal”) para acercarse al cine político desde una postura absolutamente transgresora y personal, que trasciende en realidad cualquier barrera genérica, como ya ocurría con su anterior y celebradísima “Tabú” (Miguel Gomes, 2012). “Redemption” parte de cuatro reflexiones falsamente autobiográficas (no revelaremos aquí la identidad de sus protagonistas) para convertirse en una gran reflexión en sí misma acerca de la Europa actual. Brillante tanto formal como conceptualmente, estamos quizás ante la mayor joya del festival y una de las obras cinematográficas más intensas, inteligentes y bellas en lo que va de siglo. [David Martínez de la Haza]
LOS DUEÑOS. La ópera prima de los argentinos Ezequiel Radusky y Agustín Toscano narra con un tono moderadamente cómico el conflicto entre una acaudalada familia (esos “dueños” del título) propietaria de una finca y los empleados de dicha finca, que tienen por costumbre asentarse en el chalet cuando los amos salen. Se trata de una obrita menor, ya que el film se queda a ratos en unas peligrosas medias tintas. Pero, más allá de cuestiones argumentales o de ritmo, cuando más me interesa “Los Dueños” es en los momentos en que lleva esa (digamos) lucha de clases a un contexto transgenérico, en un juego mutante en el que el planteamiento original de comedia negra, negrísima, coquetea en ocasiones con el misterio, gracias a la ubicación de una cámara que se esconde entre arbustos (exteriores) o mobiliario (interiores), o incluso con la ciencia-ficción, como si estuviéramos ante un combate por la supervivencia entre invasores e invadido. [DMDLH]