4. NEO-RURALISMO / ESCAPISMO. Las temáticas del D’A siguen entrelazándose: si la juventud perdida puede ser una causa o una consecuencia de la crisis y el apocalipsis puede leerse como una alegoría de esta misma, el neo-ruralismo se presentaba en el festival como una táctica ideal de escapismo ante el callejón sin salida que nos ha tocado vivir. De nuevo, tampoco es algo nuevo: fuera de nuestras fronteras hemos presenciado desde la celebración de lo rural en «Le Quattro Volte» a esa tensión siempre presente en el cine de Apichatpong Weerasethakul entre tradición y modernidad (en la que la primera siempre le gana la partida a la segunda). En nuestro país, sin embargo, no nos hemos quedado atrás a este respecto, con insignes defensores de lo rural como Miquel Serra, Marc Recha, Daniel V. Villamediana o Jonathan Cenzual… A ellos vienen a sumarse Stefan Butzmühlen y Cristina Diz, quienes hicieron de la relación homosexual de los personajes de «Sleepless Knight» (en la foto) una excusa para regalar al espectador con un espacio mental de sosiego y tranquilidad (tan rayano al aburrimiento, algo que nunca ocultan -el protagonista está anclado en el pueblo por todo menos por voluntad propia-, sino que incluso potencian y señalan). Con ciertos matices, también podríamos considerar «La Plaga» como un alegato a favor de un mundo periférico a la locura urbanita: un terreno baldío y árido en muchos sentidos, pero también mucho más humano de lo que podemos encontrar en las calles de las grandes ciudades.
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5. TENSIÓN TRANSNACIONAL. Teniendo en cuenta que la edición de este año del D’A celebraba una retrospectiva del cine rumano de la última década, era inevitable rastrear en la totalidad de la programación los signos de ese cine transnacional que lleva algunos años buscándole los pliegues a las fronteras internacionales. Aun así, y probablemente porque este ya es un tema bastante sobado, la transnacionalidad hacía acto de presencia en el festival por la vía de la tensión (muy acorde con el resto de temáticas de crisis y apocalipsis). Así lo constató «California Dreamin’» (de Cristian Nemescu), donde las relaciones entre americanos y rumanos en un pequeño pueblo capturan la línea de actuación yanki en ciertas problemáticas internacionales: conseguir lo que desean a cualquier precio y, a posteriori, desentenderse de los resultados catrastóficos de su acción. Y, de nuevo, «A Última Vez Que Vi Macau» volvía a dar en la diana al utilizar las relaciones entre Portugal y su antigua colonia Macao (en la que, según afirma perplejo el narrador, ya nadie habla portugués) como prefacio secreto de un Apocalipsis en el que se confunden los rasgos de identidad de ambos países. Ambas películas coincidieron en arrojar contra el espectador una conclusión inquietante: el cine puede obviar las fronteras… pero estas nunca fueron tan poderosas.