Nuestra segunda crónica del Festival de Sitges 2014 se rinde ante dos películas magistrales: «Jamie Marks is Dead» de Carter Smiht y «Maps to the Stars» de David Cronenberg.
[dropcap]V[/dropcap]enga, que ya sólo queda el empujoncito final… Para los que llevamos una semana inmersos en el Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya, saber que tan sólo nos quedan tres días de sesiones maratonianas es una especie de alivio: la libertad está cerca. Y aunque todos tenemos claro que en cuanto llegue el martes ya estaremos echando de menos el ambiente excepcionalmente buenrollero del Festival de Sitges, ahora mismo sólo hay espacio para el cansancio. O, por lo menos, para el cansancio físico, porque aquí no hay posibilidad de cansancio mental: está siendo esta una de las ediciones con un nivel medio más elevado. La bonanza cualitativa se nota, sobre todo, en el Auditori, donde otros años ha habido un mayor desequilibrio entre obras relevantes y concesiones al público fan tradicional que quiere ver ciertas cintas sin importarle la calidad. Este año, sin embargo, muchos de los títulos que en otras ediciones se hubieran visto en los espacios periféricos han asaltado el Hotel Melià. Y lo cierto es que eso le está sentando de puta madre al Festival de Sitges 2014.
Tomemos, por ejemplo, la sublime «Jamie Marks is Dead«: su única coartada para estar presente en el Auditori era que uno de sus protagonistas es una especie de aparición fantasmática. A saber: adolescente comúnmente acosado por los matones de la clase aparece muerto en medio de un bosque y, a partir de ahí, dos de sus compañeros de clase (un chico y una chica) empiezan a verle como si siguiera vivo. Ella decide obviar la presencia del fantasma, pero él cae totalmente en la trampa de pensar que puede ayudarle, que puede darle lo que sea que está buscando para que complete su tránsito hacia «el otro lado». A partir de aquí, Carter Smith filma a sus personajes con un sentido de la estética magnánimo, de una languidez más propia de una editorial de moda que de una película. Pero, sobre todo, lo que consigue el director es mantener a ralla la pulsión seductora de hace caer la trama de «Jamie Marks is Dead» en un juego homoherótico, en una especie de «Otto or Up With Dead People» tomada en serio. Por el contrario, la intención de Smith parece guardar lealtad continuamente a la voluntad de dejar al descubierto la curiosa relación que tienen algunos adolescentes con la muerte: su obsesión morbosa, el modo en el que se ven abducidos primero y hechos prisioneros después, la forma en la que esta relación angustiante les roba las palabras una a una… Y, claro, evidentemente, como en toda lucha entre Eros y Tanathos, siempre hay algo de sexual en ella. Pero lo que en manos de otro director podría haberse convertido perfectamente en una peli de descubrimiento homosexual por la vía fantasmal, aquí queda en una deliciosa ambigüedad que no hace más que engrandecer la hechura de «Jamie Marks is Dead«.
Y si la película de Carter Smith pilló a la audiencia de Sitges por sorpresa, no puede decirse lo mismo de «Maps to the Stars«: el mero hecho de que venga firmada por David Cronenberg ya te pone en guardia, de tal forma que los (más que probables) shocks tienden a quedar minimizados. Pero, ¡ojo!, que parece que en esta ocasión lo que pretende el director es precisamente sorprender por la vía de la no sorpresa: «Maps to the Stars» es uno de los films más contenidos de Cronenber (incluso «Un Método Peligroso» resulta más agresiva tanto en su forma como en su psicología). Podría entenderse como una especie de chanza folletinesca que ironiza sobre el cine de «pobre niña rica y famosa» de Sofia Coppola, pero lo cierto es que algunos de los momentos más gloriosos del film (los encuentros del personaje de Mia Wasikowska con sus padres, las apariciones de niños muertos ante el actor adolescente) obligan a tomarte esta sátira del mundo de Hollywood mucho más en serio de lo que se infiere a partir del tratamiento despiadado con el que Cronenberg maltrata a la actriz insoportable interpretada por Julianne Moore o al misticismo subnormal de John Cusack. Habrá quien considera «Maps to the Stars» como una película menor del director, pero lo cierto es que aquí lucen muchas de sus constantes (cuerpos deformes, incestos voluntarios, mundos de fantasía pesadillesca incapaces de lidiar con la realidad), y lo mejor de todo es que lucen sin necesidad de ser exhibicionistas.
«Goodnight Mommy» llegaba a Sitges como «la película de la co-guionista de Ulrich Seidl«. Para mí, personalmente, esto ya era motivo para hacer cuatro horas de cola si hacía falta… Pero me sorprendió cuando un colega periodista se despidió de mi con un «¡suerte!» antes de que yo entrara a la sala. Lo entiendo, claro: Seidl no es plato del gusto de todo el mundo. E incluso para los que gustan de este plato, es algo que puede atragantársete si no lo ingieres en el momento adecuado y a la velocidad óptima. Pero, ojo, que no quiero extenderme con Seidl porque, al fin y al cabo, el film de Severin Fiala y Veronika Franz poco tiene que ver con el director de la trilogía «Paraíso«. Es esta una película de puro género: la historia de dos hermanos gemelos que empiezan a sospechar que su madre no es su madre cuando esta vuelve de una operación de cirugía estética con la cara completamente vendada (en una referencia nada velada a ese árbol genealógico que empieza en «Les Yeux Sans Visage» y acaba en «La Piel Que Habito«) es tratada como un thriller negrísimo y claustrofóbico. Podrían haber explorado los claroscuros de la identidad que la trama pone en bandeja pero, en vez de eso, Fiala y Franz prefieren centrarse en la construcción de una atmósfera hermética, un crescendo de paranoia que acaba estallando en un chorreo de violencia muy Haneke y que se resuelve de forma (¿demasiado?) tramposa. Aunque, la verdad, llegados a este punto del film, ¿a quién le amarga un dulce en forma de trampa?
«A Girl Walks Home Alone At Night» partía como favorita en muchas de las quinielas del festival… No era para menos: una historia de vampiros, amor y crimen mafioso en Irán. El potencial era infinito. Pero el problema del film de Ana Lily Amirpour se explicita en dos de las imágenes más poderosas de la cinta: por un lado, esa vampira que viste el chador tan típico de las fundamentalistas religiosas (las mismas que fueron retratadas despiadadamente por la Marjane Satrapi de «Persépolis«); por el otro, ese mafioso cuyas pintas no ocultan en ningún momento la referencia directa al Ninja de Die Antwoord (de hecho, la directora salió a presentar el film con una camiseta de este cantante). La primera imagen es la verdadera potencia de «A Girl Walks Home Alone At Night«: la majestuosa figura de la vampira con chador hace pensar en lo sublime que hubiera sido si Amirpour hubiera sido suficientemente valiente como para revisitar el mito vampírico desde el imaginario iraní… Pero, al final, la película se ve engullida por imágenes referenciales como la del cantante de Die Antwoord: el film es un álbum de cromos del cine indie yanki y de otras referencias cinematográficas puramente occidentales, con lo que más que la identidad de la directora acabamos por visualizar un aburrido slideshow de otras identidades ya demasiado conocidas. ¿No hubiera sido genial si Ana Lily Amirpour hubiera tenido menos necesidad de mirar hacia fuera de las fronteras de su país y un poquito más hacia dentro?
Como en la primera crónica del Festival de Sitges 2014, me resulta inevitable volver a recurrir al apartado de «pelis no tan buenas», esta vez sobre todo al respecto de esa «The Voices» que podría haber sido un film más que interesante (lo tiene todo: una revisión con brío del típico relato esquizofrénico de evasión de la realidad, una Marjane Satrapi dándole caña a su dirección cada vez más colorista, actrices polivalentes como Anna Kendrick y Gemma Arterton…) si no fuera porque Ryan Reynolds es un error garrafal de casting. En el apartado de «pelis inconcebiblemente malas», por su parte, habrá que incluir a esa «Cold in July» que corre por delante del espectador como pollo sin cabeza: hay muchas películas dentro de esta, pero Jim Mickle no sólo fracasa estrepitosamente a la hora de acotar la ambición de cada uno de los arcos argumentales, sino que incluso parece dejarse llevar en uno de los ejercicios de soberbia narrativa más sonrojantes que se verán en este año 2014.