«Our Little Sister», «Amama» y la polémica «High-Rise» de Ben Wheatley protagonizan nuestra segunda crónica del Festival de San Sebastián 2015.
Mucha gente parecía tener en la mente el recuerdo aún reciente de la notabilísima «Loreak» como referencia ante el visionado de «Amama» de Asier Altuna durante este Festival de San Sebastián 2015. Será por aquello de que ambas cintas tienen autoría vasca, ambas se vieron en este festival y ambas llegaron con la premisa de cine intimista. Sin embargo, la referencia más concreta y cercana que asumo a la hora de enfrentarme a «Amama» está en el cortometraje documental de Altuna presentado en el Zinemaldia hace dos años, «Zela Trovke«. Como ocurría allá, en esta «Amama«, una suerte de genealogía íntima sobre una familia vasca fuertemente arraigada a un caserío, lo radicular está marcado a fuego en el paisaje: lo circundante no es ajeno al relato, sino que lo modula, prácticamente lo dicta.
«Amama» narra con notable intensidad a pesar de su cadencia pausada las tensiones que surgen y se entrelazan en una familia a la hora de asumir su propia herencia como núcleo y la mutación de sus raíces y su historia, en un enfrentamiento clásico entre tradición y modernidad. Por la naturaleza de la temática, probablemente estén justificados para remarcar dichas tensiones esos pequeños segmentos intercalados a modo de videoarte, en forma de manchurrones de modernidad sobre el lienzo de lo atávico. Encuentro incómodo, a veces chirriante, ese énfasis a la hora de derruir abruptamente con estos recursos el tono creado durante la globalidad del relato, por otra parte tan acertadamente áspero y sobrio. Quizás pueda ser «Amama«, junto con «Evolution» de Lucile Hadzihalilovic, una de las cinta más polarizantes en lo que llevamos de Sección Oficial, pero quizás también sea una de las que más opciones tenga a la hora de ser galardonada cuando se haga público el palmarés.
Y si hablábamos de intersecciones que desajustan el equilibro tonal de una película, nada de eso ocurre en la preciosa «Our Little Sister«. La última película de Hirokazu Kore-Eda continúa la senda temática propuesta en «Still Walking» y en «De Tal Padre, Tal Hijo«, e incide en el retrato costumbrista de familias con pequeños y medianos conflictos en su seno abiertos a partir de un hecho no esperado, aquí manifestado mediante la irrupción de una muchacha en la vida de tres hermanas que conviven juntas y con las que compartía progenitor. Como suele ser habitual en Kore-Eda, resulta difícil ya no empatizar, sino finalmente casi llegar a enamorarse de la galería de personajes, principales y secundarios, que habitan en esta sencilla historia sobre la familia y su herencia emocional, la muerte y el perdón.
Qué naturalidad y qué maestría la del cineasta japonés a la hora de enseñar cuán fácil parece hacer las cosas bonitas cuando se hacen bien. Qué forma de mostrar afecto hacia esos personajes, y qué manera de presentarlos, de dibujarlos, especialmente a las cuatro hermanas protagonistas, con apenas un pequeño detalle: una mirada, una sonrisa, una cierta manera de vestir. Es además «Our Little Sister» un pequeño prodigio narrativo, de una fluidez y liviandad que empiezan a parecer realmente inimitables, donde el poso melodramático que inundaba «De Tal Padre, Tal Hijo» desaparece, encontrando un tono más amable, más cercano a «Still Walking«, por ejemplo. No sé si mucha gente admitirá que «Our Little Sister» es su película favorita del festival, pero estoy bastante seguro que prácticamente nadie podrá decir que no le ha gustado. Y si alguien te lo dice, llama urgentemente a un médico, porque esa persona va por ahí andando sin el corazón en su sitio. En definitiva, la expresión “reconciliarse con la vida” adquiere todo su sentido tras ver cine así.
En las antípodas del tono planteado por Hirokazu Kore-Eda llegaba una de las que está llamada a ser una de las películas más importantes del año. Esperábamos que la confluencia de un director tan ocasionalmente brillante e imaginativo como es Ben Wheatley con un la obra del novelista J.G. Ballard, autor de la también llevada magistralmente al cine «Crash» por medio de David Cronenberg, pudiera albergar momentos de gran cine. Tras poder verla, en mi modesta opinión creo que efectivamente «High-Rise» es gran, enorme cine.
Llama la atención la precisión de Wheatley a la hora de enmarcar el contexto tanto espacial como temporal en un punto indeterminado e insignificante, en el que no importa lo que está ocurriendo (si es que hay algo ocurriendo) fuera del edificio futurista donde se desarrolla la historia, y donde los únicos inputs del exterior parecen ser algunos avisos meteorológicos. El microcosmos formado por dicho edificio (tan importante o seguramente incluso más que los protagonistas de carne y hueso) y sus habitantes se postula como metáfora misma de un cierto tratado social desequilibrado y, como todo desequilibrio, con una tendencia unívoca hacia la autodestrucción. Como en tantas otras películas capitales en la historia del cine, el espacio determina el pathos general de la obra: «High-Rise» no sólo superpone la claustrofobia / acrofobia a la lucha de clases creando un estado de caos absoluto pero también regenerador, sino que revela cómo la evolución moral articula de algún modo la (r)evolución formal de la película, en tanto que el geometrismo y la pulcritud lineal en su inicio degeneran en una visualidad sincopada y polipoética maravillosa y devastadora.
Se trata, en definitiva, de una obra a primera vista inabarcable, generadora de una cantidad obscena de imágenes memorables e indivisibles del contexto musical que las acompaña. Una película que induce a extenderse sobre ella más de lo que podemos extendernos ahora, no ya mediante una reseña convencional, sino con todo un dossier que intente revelar todas las ecuaciones que se plantean mediante su significado y su significante, y en el que seguir debatiendo sobre su curiosa y depravada circularidad, sobre sus formas de retratar de forma oscilante y finalmente indistinguible la belleza y la miseria o sobre las reflexiones sobre la economía de mercado, el mantra hobbesiano y el eterno retorno estoicista. Una fascinante película, que reubica -como «Spring Breakers«, como «La Gran Belleza«- el núcleo mismo la narración cinematográfica reciente.