Nuestra segunda crónica del Festival de San Sebastián 2014 arranca con el «Pasolini» de Abel Ferrara… Pero ante la que se rinde es «The Tribe».
[dropcap]S[/dropcap]eguimos pernoctando en Donostia, pasando un bochorno más mediterráneo que cantábrico, mosto va, mosto viene, viendo películas sin apenas descanso y acumulando contracturas cervicales y cierta vidriosidad corneal. Como sin duda los detalles médicos que atañen a quien esto escribe os interesan entre poco y nada, vamos directamente a comentar algunas de las películas que seguimos disfrutando en este Festival de San Sebastián 2014, que no han sido pocas.
Empezábamos el día con uno de los platos fuertes. De entrada, el esquivo “Pasolini” de Abel Ferrara no es una pieza fácil de atrapar. El autor neoyorquino reniega de la provocación primaria y de la extensión de su reciente y también biográfica “Welcome to New York”, y condensa en un suspiro de cine denso y áspero las últimas horas de vida de Pier Paolo Pasolini. Confieso que escribo esto apenas un par de horas después de terminar su visionado, y las sensaciones que provoca en mí la cinta parecen mutar a una velocidad no calculada: desde la decepción inmediata a la progresiva asunción de que debe haber algo grande oculto en esta película. El compendio de imágenes y claroscuros de “Pasolini” me apresa sin conmoverme, en una sensación tan cercana al hastío como a la atracción. Quizás la clave y la redención de “Pasolini” haya que encontrarlas en ese pequeño, maravilloso y nihilista relato final adherido al desenlace de la película, con la sorprendente aparición de Ninetto Davoli: si buscamos infructuosamente el paraíso (la ilusión), podremos poner la distancia necesaria a la Tierra (la verdad) para poder detectar la belleza que ella alberga. Seguramente, este “Pasolini” necesite esa distancia para poder ser admirado como la magnífica obra que se intuye que quizás sea.
Mathieu Amalric se duplica en “La Chambre Bleue”, adaptación de una novela del prolífico escritor de novel negra Georges Simenon, donde ejerce de director y actor protagonista, y crea con ello un curioso juego de subjetividades. Me interesa por encima de todas las cosas en “La Chambre Bleue”, ejemplar drama pasional teñido de thriller judicial, la construcción tanto de los personajes como del relato en sí. El juego de subjetividades que mencionaba obedece a que aquí básicamente conocemos la visión (¿la verdad?) del Amalric actor-personaje a través de la visión (¿la verdad?) del Amalric director. A base de constantes flashbacks y flashforwards y con una puesta en escena basada en la concatenación de planos sincopados, Amalric entrega un puzzle más complejo de lo que pueda parecer a priori. Así, la tragedia que nace primariamente en el individuo y después metastatiza en el núcleo familiar, finalmente infiltra todos los estratos de la sociedad pública para volver a modo de boomerang golpeando al mencionado individuo. En esencia, nos quedamos con la sensación de que “La Chambre Bleue” es un pequeña joyita, que cautiva tanto por su liviandad como por su acertada revisión de la condición humana.
También “Plemya (The Tribe)” es un ajuste de cuentas con la condición humana. La durísima película ucraniana firmada por Myroslav Slaboshpytskiy muestra la radicalidad de la naturaleza violenta del hombre (una nueva vuelta de tuerca al homo homine lupus) en un contexto casi primitivo: un grupo de jóvenes sordomudos que sobreviven en una especie de institucionalización diverticular moral al margen de cualquier atisbo de socialización, o, al menos, de socialización tal y como podemos entenderla actualmente. En “The Tribe” no se escucha ni una sola palabra, puesto que toda comunicación es en lenguaje de señas, como tampoco leemos ningún subtítulo u oímos ninguna nota musical. Esta averbalidad, que a priori podría parecer caprichosa y finalmente comprobamos que no lo es tanto, anda en consonancia con el relato, un esplendoroso y espeluznante conjunto de planos sostenidos -ocasionalmente larguísimos, en un notable alarde técnico- configurando una composición que a veces llega a rozar la perfección. De visión incómoda (no fueron pocas las deserciones durante su proyección en el pase de prensa), todo en “The Tribe” es un gran Mane Thecel Phares, un anticipo terrorífico de la implosión global en el seno de una humanidad que nace equivocada, pero también un conjunto iconográfico indudablemente fascinante. Dentro de su innata malignidad, una hermosísima película.
La exaltación de la belleza, siguiendo unos patrones más occidentalizados y culturalmente asumidos, es el eje motriz de “Casanova Variations”. Estamos ante un ejercicio con cierta querencia experimental vehiculado a mayor gloria de John Malkovich, que se interpreta a sí mismo interpretando a Giacomo Casanova en una obra teatral intercalada con numerosas arias de la dupla Mozart / Da Ponte convenientemente retocadas para adaptarse a la biografía del escritor veneciano. Así, Michael Sturminger recoge elementos propios de la ópera, del teatro, del mockumentary y del cine de época, con no pocos toques de humor, ensamblando una obra tan apasionante como parcialmente errada. Su evidente principal talón de Aquiles es una duración a todas luces excesiva, que se resiente por culpa de elongar innecesariamente un desenlace que pide a gritos una mayor premura en su resolución. Sin embargo, creo que no hay muchas más reticencias que se le puedan aplicar a esta “Casanova Variations”. Pomposa, de una retórica desatada (da la impresión que a John Malkovich le encanta escucharse a sí mismo, para gozo del espectador) y, no menos importante, con una cuidada selección de las arias escogidas para apuntalar la narración, la obra de Sturminger es una rara avis que será difícil ver fuera del circuito de festivales y que merece toda la atención del buen aficionado.
[TEXTO: David Martínez de la Haza / Deborah Moreno]