Aquí en Donosti seguimos desvirtualizando a buena gente con talento y viendo películas de todos los pelajes, pero ya sintiendo el vacío premonitorio e inmisericorde propio de las cosas que llegan a su fin. Resumiendo, y con lagrimones: penúltima crónica del Festival de San Sebastián 2013.
Diálogos enloquecidos a velocidades vertiginosas son la punta de lanza de la sátira política «Quai d’Orsay«, el último trabajo del veterano Bertrand Tavernier. La adaptación del cómic de Abel Lanzac y Christophe Blain narra la inmersión en el centro neurálgico de la política exterior del gobierno francés del joven Arthur Vlaminck (Raphaël Personnaz), que es contratado para crear los discursos del ministro Alexandre Taillard (Thierry Lhermitte). Tavernier logra hilar con brío las situaciones a veces descacharrantes que se van sucediendo en este, podríamos llamar, slapstick verbal. Lhermitte está encantadoramente cafre como el ministro obsesionado con un libro de citas de Heráclito, mientras que el contrapunto lo aporta un excelente Niels Arestrup como jefe de gabinete. En «Quai d’Orsay» se agradece su tono sarcástico liviano, que hace que la sátira funcione prácticamente a todos los niveles receptivos. Un cierto exceso de metraje y la inclusión de pequeñas tramas carentes de relevancia argumental condicionan una sensible tara en el ritmo a nivel de su tramo final, pero es difícil plantearle otros reproches a esta a ratos hilarante película. Por mucho que ambas cintas difieran radicalmente en su espíritu, si en la edición anterior fue François Ozon el que aportó la dosis de inteligencia en la comedia con «En La Casa«, este año parece que su compatriota Tavernier quiere seguirle los pasos con la no tan redonda pero igualmente aplaudible «Quai d’Orsay«.
Siguiendo con la Sección Oficial, a muchos no nos cuadraba a priori la inclusión en la misma de un film en apariencia menor, desprovisto de pretensiones y sin grandes nombres como es la venezolana «Pelo Malo» de Mariana Rondón. Una vez vista, su elección no nos parece tan descabellada. Recreada en la Caracas más marginal, «Pelo Malo» narra de una forma cercana y sincera el rechazo homófobo y visceral de una madre a su hijo, un niño de nueve años obsesionado con alisarse el pelo para parecerse a un cantante de éxito en la foto de la escuela. En el juego de miradas constante entre madre e hijo que plantea Rondón, permanentemente rodeadas por el caos de una ciudad que se prepara para llorar a su presidente, la cinta resulta incluso simpática a pesar de su contexto intolerable e increíblemente cruel, especialmente gracias al magnífico trabajo de sus protagonistas, donde destaca el joven Samuel Lange.
Y si algo no le falta a «The Railway Man» son nombres: Colin Firth, Nicole Kidman, Jeremy Irvine, Stellan Skarsgård… ¿Qué le falta entonces? Todo lo demás: personalidad, buen gusto, ritmo y, sobre todo, consideración con la inteligencia del espectador. «The Railway Man» narra, haciendo especial incidencia en los flashbacks, la vida del atormentado Eric Lomax, un ex-soldado que combatió en la II Guerra Mundial con el ejército británico y que resultó aprisionado y torturado por el bando japonés. Basado en un hecho real, como se encarga el realizador Jonathan Teplitzky de recordarnos al principio y al final de la película (un poquito de por favor, Teplitzky), la cinta cae en un pozo sin fondo por lo que respecta al interés de la trama, principalmente en base a una dirección acartonada, impersonal, que juguetea peligrosamente con el estándar telefílmico y que neutraliza incluso cualquier amago de épica, que es lo mínimo exigible si quieres contar una historia de esta manera. En cuanto al reparto, Skarsgård y muy puntualmente Firth son los únicos que salvan un poco los muebles, ya que la diva Kidman se dedica a entregar una master class de cursilería trasnochada que a ratos llega a provocar lágrimas, sí, pero de vergüenza ajena. Por ahora, este prescindible biopic puede considerarse como una de las indiscutibles decepciones del festival.