Hacemos nuestra última parada en el camino en forma de crónica antes de dar el sprint final del Festival de Cinema D’Autor de Barcelona 2015.
Es hora de hacer un pequeño alto en el camino justo antes del dar el sprint final en este Festival de Cinema D’Autor De Barcelona 2015 que hace ya más de una semana que nos tiene entretenidos (e ilusionados y sorprendidos y un poco alucinados, si se me permite la megalomanía típica cuando te encuentras en medio de un festival como este, en el que lo único que haces es ver buen CINE con mayúsculas). Todavía queda todo un fin de semana de propuestas gourmet, y mi recomendación básica es que todo aquel que tenga un mínimo de ganas de aprovechar al máximo estos dos últimos días de festival recurra a nuestras crónicas anteriores (aquí y aquí) y a nuestro top 10 de imprescindibles del certamen (aquí) como una especie de brújula con la que guiarse entre lo que resta por ver.
Es una pena, sin embargo, que no haya ningún otro pase de la que, sin lugar a dudas, ya se ha convertido en una de las películas más importantes del festival: «Corn Island» destaca, para empezar, por el hecho de sintetitzar y concretar todo un conjunto de rasgos expansivos del cine de autor más reciente provinente de esa Europa colindante con Rusia. El film de Giorgi Ovashvili opta por el silencio como medida temporal para crear un espacio físico, un espacio en el que el drama pueda habitar sin miedo a convertirlo en un gesto ni excesivo ni trágico. Cualquier crítico desalmado podría decir que la primer media hora de la cinta consiste básicamente en una versión georgiana de «Bricomanía» en la que un señor mayor se dedica a construir una cabaña en medio de una isla que parece flotar en medio de una tierra de nadie… Pero los acostumbrados al (y adoradores del) cine del vacío narrativo entenderán inmediatamente que esta puerta de entrada es el mejor método para establecer un ritmo mental y un estado de ánimo imprescindibles para asimilar lo que vendrá después.
Y es que, al fin y al cabo, «Corn Island» tiene mucho de drama clásico en el que se sintetizan grandes temas como la importancia de la herencia como refuerzo de la memoria, la imposible lucha del hombre contra la naturaleza o el eterno florecer de la juventud (física y sensual) en un entorno particularmente adverso… En todos estos campos, Ovashvili brilla gracias a su capacidad de depurar la trama y dejarla en su esqueleto, de conseguir transmitir mucho con lo mínimo (los diálogos, por ejemplo, escasean de forma dulcemente escandalosa). Pero donde más brilla «Corn Island» es en su capacidad para encapsular en un relato clásico toda la tensión socio-política de la zona en la que se sitúa la trama: el viejo protagonista y su sobrina deciden construir una cabaña y cultivar un campo de maíz en una isla situada en un río que separa Georgia de Rusia, un lugar por el que transitan barcas repletas de militares de un lado y del otro y en el que, de repente, la noche se ve vulnerada por sonidos de disparos. Es aquí, en este espacio de conflicto y tensión continua, donde la naturaleza decide demostrar que los problemas humanos no son nada cuando lo que se impone son las fuerzas naturales. Es aquí, entonces, donde la tragedia impuesta por la naturaleza borra cualquier otro tipo de tragedia. Es aquí donde deberíamos recordar que este tipo de problemas humanos siempre serán barridos por la fuerza del tiempo.
Otra de las películas más esperadas del D’A 2015 era, sin lugar a dudas, «La Chambre Bleue«: después de que este festival fuera uno de los trampolines de la anterior película dirigida por Mathieu Amalric, «Tournée«, no es de extrañar que tuviéramos ganas de volver a disfrutar de este director y actor en sus dos facetas a la vez. Ahora bien, que nadie espere un «Tournée 2«: contra el tempo sosegado y aficionado a la contemplación del momento y del gesto mínimo, en «La Chambre Bleue» Amalric apuesta más bien por el apabullamiento a través de la saturación narrativa. El film arranca en forma de madeja de lana totalmente embarullada, con los tiempos narrativos moviéndose adelante y atrás hasta en una maravillosa forma de transmitir lo que debe estar sintiendo el protagonista cuando lo arrestan y se ve en la tesitura de tener que recapitular todos los episodios de una infidelidad que acaba en tragedia griega. La cinta va mutando del noir al thriller y del thriller a la historia de traición con femme fatale incluida. Más que en esa forma que brillaba en «Tournée«, en «La Chambre Bleue» el director apuesta por el esqueleto, por el argumento y por su deliciosa forma de fragmentarlo y desordenarlo para sembrar primero el desconcierto en el espectador y más tarde la sombra de la duda. Como una especie de Hitchcock que explota en mil pedazos y que nunca acaba de ordenarse del todo. ¿Conclusión? Sí, seguimos siendo fans de Amalric.
«La La La at Rock Bottom«, por su parte, cumple con hechura con su papel de presencia oriental en un festival que siempre presta especial atención a Asia como productor de joyas cinematográficas. El film de Nobuhiro Yamashita tiene mucho de ese cine japonés que, pese a tener mucho de moderno (mafias, karaokes, cantantes pop) sigue sin poder ni querer desprenderse de la sombra de Ozu como recipiente de todo un conjunto de valores tradicionales y familiares que siguen imponiéndose pase el tiempo que pase. También es cierto que «La La La at Rock Bottom» nunca pretende ser nada más que un divertimento, un film entretenido lleno de buenas intenciones, pero ¿quién es capaz de decir que no a las buenas intenciones en los tiempos que corren?