«Verenego», «My Friend Victoria» y la imprescindible «Sevilla Santa» protagonizan nuestra tercera crónica del Festival de Cine Europeo de Sevilla 2015.
The Walking SEFF. Así he decidido apodarme estos días en los que, entre películas y trabajo de producción, las horas de sueño se han reducido a cuatro y vienen acompañadas de unas encantadoras e inexplicables resacas. ¿Existe la resaca de cafeína? Me aventuro a jurar que sí.
Pero no se puede hablar de falta de sueño(s) cuando tratamos de cine.
Entre enamoramientos y oniria, porque aún no ha llegado el encuentro de cine donde una servidora no se requiebre cada cinco zancadas, he sido capaz de acotar algunos metrajes para tratar. No se esperen que sean aquellos que más han sobresalido en otras reseñas, pues no tiene objetivo versar sobre los que ya cuentan con infinitus de referencias. Además, siendo algo individualista, a mí me gustan los proyectos pequeños, sencillos, con encanto y un punto de vesania. Ahora pueden llamarme egocéntrica.
VERENGO. El paso del tiempo se dibuja sobre el celuloide con la cadencia de una espiral. Pareciera que la leve llovizna gallega empezó a gotear hace cinco años y hubiese parado al murmullo del “corten” .
Pausado, sosegado, relajante, trascendental, introspectivo… Así es «Verengo«, un diminuto pueblo ya cuasi despoblado que renace de las cenizas de una grabación familiar. Víctor Hugo Seoane recoge un lustro de vida en su film, a través de figuras familiares, del veterano testimonio de los habitantes y de las costumbres y tradiciones del lugar. Un retrato familiar lleno de ternura y cariño que, si bien en algunos momentos puede resultar excesivamente empalagoso, en general cautiva por su suavidad y ese nimbo de majeza que caracterizase nuestros veranos en familia.
Volver al hogar, al lugar del que venimos, a las raíces, está siendo una trama vigente en el Cine Nuevo que se nos presenta. En especial en lo que respecta a las tendencias que vienen del septentrión español. Una trama que, salvando las enormes distancias, nos planteaba el año pasado Touza en su afable y cautivador trabajo “Las Altas Presiones”. Las vacas vuelven al camino, el viento cambia de dirección, las flores han renacido y el niño, un pequeño Seoane, ha tomado la cámara: “Ahora los padres son abuelos, lo niños padres, y hay nietos”.
Nunca choveu e non esclarecido.
MI AMIGA VICTORIA. Me acuso, señoría, de tener cierta imparcialidad con el cine narrado en la glosa de Voltaire. Quizás con mi carta de amor a las vírgulas de Garrel no quedó suficientemente claro. Siempre he sido una asidua a la sección Nuevas Olas. Me complace la actual forma de narrar que se está desarrollando en Europa. Esta tendencia ya mencionada a contar la vida, lo que pasa, su transcurso sin más aditamentos.
Ocho años son suficientes para ello en el film “My Friend Victoria”. Una noche puede cambiar el transcurso de una vida, y el de Victoria muta en la madrugada que pasa sobre los hombros del (aún pueril) Savinet. Cuando acaba el metraje, uno se queda esperando responderse. “Y, ahora… ¿Qué?”. No es que sea una admiradora de los finales «abiertos», pero me parece maravillosa la forma en la que Jean Paul Civeyrac relata la trama de Doris Lessing en el París actual. Una cinta que tiñe de un rosa cielo la melancolía de los años oscuros y difíciles que atraviesa la atezada Victoria. No hace falta desenlace alguno porque la propia Victoria lo conoce. Tiene Civeyrac la destreza de hacernos sentir tan perdidos como a la protagonista 555, una chica de ocho años a la que vemos crecer frente a nosotros, que se cita con la muerte desde su más tierna infancia y siembra en el espectador unas ganas irrefrenables de vivir.
Un descubrimiento Guslagie Malanda, que debuta en el cine con esta película y cuyo nombre ya suena en gran parte de la Francofonía.
SEVILLA SANTA. No sé si os he contado alguna vez cómo me eligieron pregonera universitaria de la Semana Santa de Sevilla. Sí, señores, soy toda una capillita, una moderna cofrade que disfruta con los pasos, las bandas de música, las tallas y las torrijas, con estas últimas en especial. Entender la Semana Santa en Sevilla es complejo, pues se aleja mucho del concepto que se tiene de ella en otros lugares y se entiende a veces más como un fenómeno artístico y social que como un hecho religioso. Pero este es otro tema que bien merecería un post, un número especial o dos festivales. Después de todo, hablamos de Arte.
El asunto es, que con tanto cine gallego, se me está pegando el irme por las ramas. Total, que cuando me llamaron para el pregón yo estaba en el SEFF como Jurado Joven. Venía de ver «Parasite«, un videoarte experimental cuyo sentido no acababa de captar en su totalidad, e iba a entrar en «Mercuriales«, una cinta que había sido premiada en Cannes y de la que sólo recuerdo escenas de asesinatos y unas bellísimas metáforas visuales. En los quince minutos más que necesarios que se ofrecían para evadirse entre un film y otro, recibí la llamada. Es algo extenso de relatar, pero imaginaros mi situación en aquel lugar frente a una película de tales características y con el WhatsApp plagado de imágenes de Vírgenes y Santos sevillanos. Andaba por allí Carlos Vermut, y les prometo que en algún momento me figuré que esto fuese el montaje de alguna una escena a su cargo.
Este año, Mateo Cabeza llega a la sección de Cortos Panorama Andaluz con «Sevilla Santa«, un proyecto documental que recoge imágenes de la Semana Grande de Sevilla. Es complejo explicar qué sucede en estos siete días, pero Mateo lo retrata con una delicadeza y objetividad que complace a casi todos los públicos, y recalco el “casi” porque en Sevilla siempre hay alguien dispuesto a ofenderse cuando se trata de cofradías.
No falta la lectura crítica del fenómeno, y la exaltación del carácter artístico del mismo, todo filmado con objetividad y respeto. Sentimos cómo los días se consumen, como ese cirio que abre el metraje y se va quemando, como la vela que se derrite ante el fuego y vuelve a enfriarse en cera. Porque eso somos, cada año, regenerándonos para volver a crearla de nuevo.
Voy a ponerme reivindicativa: dad a conocer este proyecto en Sevilla, porque HACE MUCHA FALTA. Tuve la suerte de dar con «Sevilla Santa» en marzo, y aún me sorprendo encontrándome con detractores del mismo que opinan que Arte Experimental y Clasicismo Cofrade no pueden unirse. Si bien la película «Semana Santa» de Lebrón sentó un precedente en la filmografía cofrade sevillana, este corto no debiera causar menor sensación, porque es capaz de aunar modernidad y tradición sin buscar provocación alguna con ello.
La Semana Santa hay que saber mirarla y, desde luego, Mateo ha sabido.
No es que tengamos la ciudad más bonita del mundo, es que, como decía Gala: «Posiblemente sea verdad».
Ojalá sea este golpe de martillo el que levante el Arte que Sevilla necesita.