Nuestra primera crónica del Festival de Cine Europe de Sevilla 2015 arranca fuertecita y destaca tres películas: «Rams», «Mustang» y «Amor Tóxico».
Noviembre trae consigo uno de nuestros festivales cinematográficos favoritos: el Festival de Cine Europeo de Sevilla. Por organización, por comodidad y, finalmente, por lo más importante: la calidad de su programación. Cumplido el primer tercio de esta edición del SEFF, pocas obras de las vistas hasta ahora resultan decepcionantes. Quizás “Suite Armoricaine” de Pascale Breton sí entraría en esa categoría, por ser una película que huele a cerrado desde su mismo planteamiento: una obra que nace vieja y que muere víctima de sus tics de gran y trivial reflexión sobre la vida y el paso del tiempo, que se enfrasca en entrelazar caprichosamente dos historias cuando una de ellas no aporta nada y la otra adolece de superficial.
En el extremo opuesto, obras como “Cemetery of Splendour” (en la foto) de Apichatpong Weerasethakul, la película más genuinamente importante vista hasta el momento en lo que va de certamen, tan mágica como “Tropical Malady”, mi Weerasethakul favorito, pero más lúdica que esta, a la que habrá que dedicar una reflexión más extensa en su estreno en 2016. O la asfixiante “Dead Slow Ahead” de Mauro Herce, una cinta ¿documental? filmada en un buque de carga en la que su autor logra convertir a sus tripulantes prácticamente en fantasmas a la deriva, sin tiempo, sin espacio. O “C’est l’amour”, última película del octogenario Paul Vecchiali a la que, sin conocer la obra previa de su autor, le veo semejanzas con “Aimer, Boire et Chanter” de Alain Resnais, por ser una mirada ácida y sin embargo amable, sin resentimiento, lúdica, casi burlesca, a la vida y al amor, en una cinta atípica en su puesta en escena tan desacomplejada como desnuda. O “Meurtrière” de Philippe Grandrieux, obra experimental llevada al paroxismo en la que se dan la mano Francis Bacon, Jesse Kanda y Gian Lorenzo Bernini a la hora de afrontar este estudio sobre la plasticidad del cuerpo humano, en unas formas que se debaten entre lo bello y lo grotesco.
He querido, no, obstante detenerme y hablar más extensamente de tres películas que no han dejado indiferente a su paso por Sevilla: “Rams” de Grímur Hákonarson, “Mustang” de Deniz Gamze Ergüvez y “Amor Tóxico” de Norberto Ramos del Val.
“Rams” enfatiza en el contraste térmico: frío versus calor. Y no estoy hablando sólo (aunque también) de los gélidos paisajes en los que se desarrolla la película. Hablo de la construcción de los planos que ejecuta Grímur Hákonarson en sus segmentos más descriptivos, que sirven de contrapunto a la calidez que progresivamente emana de la historia de estos dos hermanos enfrentados desde hace cuarenta años que viven en casas colindantes en el último rincón del mundo, en un entorno totalmente agreste y, sin embargo, distanciados más allá de lo racional. La ausencia de explicaciones a dicho enfrentamiento, dejando para el espectador la tarea -si así lo estima oportuno- de imaginar las razones que hacen que dos hermanos dejen de hablarse durante tanto tiempo, funciona como un elemento narrativo aséptico más a la hora de acentuar el aislamiento, no concediendo motivos extra de identificación emocional por parte del espectador hacia los personajes. Sin embargo, el último acto aleja a la película de su tono primario, quizás en pos de una amabilidad que hasta ahora nos había negado. Una empatía que se consigue a partir de crear casi un pequeño thriller rural de la nada en una concatenación narrativa bastante caprichosa pero funcional. Aun así, aunque no seamos especialmente devotos de este cambio de tono, es justo reconocer las bondades de una última escena reveladora, con un plano final maravilloso y liberador en el que una pequeña hendidura en la nieve actúa como refugio matricial.
También centrada en las relaciones entre hermanos -hermanas, en este caso- y, también como “Rams”, premiada en la Seminci, “Mustang” nos ha parecido una de las cintas más inteligentes y virtuosas vistas hasta el momento en Sevilla. Esta historia sobre la reclusión a la que son sometidas cinco hermanas pubescentes por parte de su propia familia, que considera que sus formas de comportamiento natural no son acordes con la estrechez moral que domina el entorno rural en el que viven, es cierto, retrotrae temáticamente a “Las Vírgenes Suicidas”, la novela de Jeffrey Eugenides trasladada a la pantalla por Sofia Coppola, pero el parecido se queda meramente en lo argumental. Las tonalidades pastel y la artificiosidad maravillosamente pop de la obra de Coppola no tienen cabida en la película de Deniz Gamze Ergüvez. La cineasta turca, que debuta en la dirección con esta película, curiosamente participó como actriz en una obra de alguna forma mucho más cercana a la estética coppoliana, como era el magistral mediometraje “The Capsule”, de Athina Rachel Tsangari. Aquí, sin embargo, la directora hace del contraste de espacios (abierto / cerrado) uno de los principales elementos a considerar en la película, consiguiendo crear mediante primeros planos nerviosos que prestan atención especial a los rostros de las muchachas en sus diferentes estados esa sensación de desesperación ante el aislamiento social al que son sometidas, en oposición a los espacios abiertos que se adivinan tras las barreras, como esos vastos paisajes montañosos que nos muestran constantemente o a las carreteras por la que circulan los automóviles en el pueblo, simbología última del anhelo de huida. “Mustang” es una notablemente hermosa película que nos engaña en el mejor sentido del término, puesto que ese costumbrismo que vertebra la obra en un inicio, casi a modo de denuncia social, acaba virando para transformarse en un relato de terror catedralicio, lleno de angustia y con una hermosa catarsis final.
De algún modo, otra catarsis bastante distinta llega justo al final de “Amor Tóxico”, la nueva película de Norberto Ramos del Val, que retrata una cita online llevada a todos los extremos posibles, todo ello desde el punto de vista del hombre (Edu Ferrés), que actúa como primera persona y narrador ante el input externo que es aquí la mujer (Ann Perelló). Vamos a decirlo desde un principio: “Amor Tóxico” puede llegar a ser tan dispersa como lo fue en su día “Faraday”, la anterior obra de Ramos del Val. Ello no tiene por qué ser una valoración peyorativa, aunque es cierto que, personalmente, me dejan fuera de juego ocasionalmente esos cambios abruptos de tono que ya había entonces (en “Faraday” de forma más ostentosa; aquí más puntual). Estamos, sin embargo, ante una obra capital en sus intenciones, una película puramente hablada (aplaudible texto de Pablo Vázquez y Toni Junyent), que resulta una disección tan lúcida como abiertamente exagerada de las relaciones humanas hoy, de cómo se gestan y, sobre todo, de hasta dónde pueden llegar. En estas escenas de la lucha de sexos en Las Rozas, es el hombre quien actúa como eje emocional prácticamente inmóvil (más en lo gestual, no tanto en lo emocional), mientras que la mujer recibe toda la atención a sus gestos, a sus reacciones, a su forma de llevar a su terreno este encuentro carnal/moral.
Efectivamente, si estuviéramos hablando de pornografía, “Amor Tóxico” sería un POV sentimental. Un POV sentimental cargado de un evidente halo de misantropía, en el que ni lo masculino ni lo femenino sale excesivamente bien parado como elementos del género humano. Y no obstante, a pesar de que “Amor Tóxico” se nutre de la hipérbole de los tics y los miedos y la falibilidad del hombre y de la mujer sexualmente activos, a pesar de que haya momentos en que tanto el uno como la otra parezcan las peores personas que podrían habitar el planeta, a pesar de todo ello, al final acabas cogiéndoles cierto cariño. Porque, en esencia, todos estamos más bien regular, y “Amor Tóxico” va sobre eso: sobre gente regular a la que quizás las cosas deberían salirle bien alguna vez en la vida. Vamos entonces a pensar que sí, que, si hay esperanza para esta gente, como se empeña en hacernos creer Ramos del Val, debe haberla también para todos nosotros.