Nuestra última crónica del Festival de Cine Europeo de Sevilla 2014 habla de favoritas generales com «Le Meraviglie» y de favoritas personales como «Another Year».
Empezamos la segunda y última crónica del Festival de Cine Europeo de Sevilla 2014 que este fin de semana tocaba a su fin con la, en mi humilde opinión, vencedora moral del certamen. En el palmarés, “Le Meraviglie” se ha tenido que “conformar” con el Premio Especial del Jurado y el premio ex-aequo a la mejor actriz, pero la cinta de Alice Rohrwacher es la culminación de lo que muchos le pedimos al cine. Así, “Le Meraviglie” se erige en una de esas raras películas envueltas en un halo de hechizante luminosidad, un gran fresco portentoso imbuido por un naturalismo mágico. La obra se centra en la mirada apasionada de una muchacha, la primogénita de una familia de apicultores que vive en una comunidad rural aislada, enfrentada a los retos que supone la adolescencia. Una adolescencia que se va forjando conforme avanza el metraje, mientras nosotros asistimos boquiabiertos a la cadenciosa mutación del espíritu más que del cuerpo, donde entran en juego la asunción del ser, la irrupción del sentimiento amoroso, los primeros brotes de ruptura generacional en la relación con sus hermanas y la dualidad de sentimientos con respecto a la familia, especialmente en la compleja relación con la figura paterna, de la que Rorhwacher nos logra hábilmente insinuar su pasado a través del retrato del presente. La ovacionable, y por ende galardonada, creación interpretativa de Maria Alexandra Lungu como Gelsomina, la jovencísima protagonista, en realidad no puede valorarse aisladamente del trabajo de Hélène Louvart y Marco Spoletini, responsables de la fotografía y el montaje de la película respectivamente, pues son la iluminación, el tono cromático y el ritmo de la película un elemento esencial en la obra de cara a realzar incluso el trabajo de interpretación del reparto. Plano a plano, este bellísimo retrato sobre la titánica tarea que supone para el ser humano empezar a ocupar un lugar en el mundo resulta en términos cinematográficos un gozo inaudito, como una “La Grande Bellezza” rural en la que la mirada se invierte, y donde el poso de hastío y cinismo de la senectud se convierte en un pálpito jovial, tímido y maravilloso, lleno de una vida desbordante.
Si “Le Meraviglie” se constituye finalmente como un canto a la vida en una sinfonía pastoral minimalista, la obra que ha compartido con la película de Rohrwacher el galardón a la mejor actriz del festival, “Heaven Knows What”, es un apasionado canto a la muerte, un réquiem abigarrado y ensimismado en su doloroso realismo, un Dies Irae en Morningside Heights. La película de los hermanos Ben y Joshua Safdie redefine los límites entre ficción y realidad, puesto que se basa libremente en “Mad Love in New York City”, las memorias no publicadas de Arielle Holmes, una joven sin techo heroinómana que, a lo postre, ha terminado protagonizando la cinta, reviviendo un segmento crítico de su propia vida. Desgarradora investigación sobre la adicción y, finalmente y en esencia, sobre las carencias, “Heaven Knows What” lleva su crudeza a límites casi paroxísticos. En ella, la revisión alucinada de las partituras de Claude Debussy llevada a cabo en su día por Isao Tomita se establece como elemento metamusical, no sólo acercando el relato a coordenadas pretéritas (esos años 70 tan arraigados al sonido del sintetizador Moog utilizado en la grabación de aquellas composiciones y, de igual manera, al tratamiento fílmico que los Safdie improntan en su cinta), sino ejerciendo de paráfrasis narrativa necesaria en la obra a través del efecto enfatizante de las fases mismas del consumo de heroína, desde el rush hasta la abstinencia. A su vez, todo el relato punteado por Tomita sobre los efectos colaterales de la adicción a la droga queda directamente entroncado en paralelo con la dependencia emocional que sufre Harley (escalofriante y justamente premiada Arielle Holmes), abocada a un ciclo repetitivo de autodestrucción lleno de decadencia y nihilismo. Tan incómoda como lúcida, “Heaven Knows White” explora las miserias de lo humano como probablemente ninguna otra película lo haya hecho en la presente edición del Festival de Sevilla.
Quizás una de las propuestas más majestuosas cinematográficamente hablando llegaba con la nueva obra de Andrey Zvyagintsev, esa “Leviathan” que recibió el beneplácito casi unánime de la crítica reunida en el festival. Algo por otra parte comprensible, puesto que la cinta del director ruso acumula tal cantidad de virtudes que parece difícil discutir su grandeza. “Leviathan” es un extenso mural en el que aparece retratada de forma transversal en un vergonzoso primer plano la corrupción que se aloja de forma prácticamente endémica en tantos estamentos de la sociedad rusa. Sin embargo, una lectura longitudinal nos revela la profundidad dramática de la obra. Estamos ante un drama total, un pandrama inteligentísimo donde Zvyagintsev traiciona la uniformidad temática para bordear de forma absolutamente fluida las fronteras de los diferentes tipos de tragedia mostrados en su película, sin que el espectador note la traslación de uno a otro contexto dramático. Así, si la primera parte del film transita casi exclusivamente por el drama socio-judicial en el que se ve envuelto Dmitriy (Vladimir Vdovichenkov), un segundo tramo se vuelca en el drama personal y de pareja sin que se logre apenas discernir el cambio de registro tonal. Finalmente, un brillante último segmento, en el que la digresión genérica se torna un prodigio narrativo, cierra una obra que huele a clásico perenne. Mención aparte merece Elena Lyadova como Lilya, la esposa del protagonista, que desde un rol que se intuye a priori como marginal, se erige en el evidente eje emocional de la historia, una mártir preciosa y eterna que expía sin éxito los pecados del mundo.
También hay gran cine en “Mr. Turner”, la biografía del pintor paisajístico por excelencia del romanticismo J. M. William Turner trasladada a la pantalla por Mike Leigh. La película del cineasta británico destila clase y clasicismo, con una realización tan refinada como precisa. Estamos ante un puro elogio de la luz, constantemente hermanado con la propia obra de Turner en una magnífica simbiosis artística por mérito de Dick Pope, responsable de fotografía de la cinta. Más allá de aspectos más obvios en los que recalcar el elogio unánime, como la mencionada pureza en la captura de la luz de la obra o la muy destacable, y a fin de cuentas galardonada, interpretación de Timothy Spall, “Mr. Turner” plantea veladas reflexiones sobre el arte que probablemente siguen tan vigentes ahora como entonces. Así, la cinta de Leigh se cuestiona sobre la perdurabilidad de la obra y su mutación con el tiempo o el alejamiento de clases en cuanto a la percepción artística, algo manifiesto en una de las escenas más pintorescas de la película, donde un petulante joven comenta pomposamente un cuadro ante la atenta mirada del cuantos se reúnen en la sala, salvo por la figura en segundo plano de una sirvienta que, mientras tanto, se rasca un pecho de forma ostentosa. En esencia, una película elegante en la imagen y en la palabra (¡qué gozosa resulta una dicción impoluta!), rica, intensa y ligera: un film-soufflé.
Igual o más interesante, pero alejada del clasicismo que derrocha “Mr. Turner”, encontramos una de nuestras favoritas dentro de la Sección Las Nuevas Olas, esa “Another Year”, debilidad personal absoluta, que tan buen sabor de boca dejó en el tramo final del certamen. El cuarto largometraje de la realizadora ucraniana Oksana Bychkova narra el devenir de una joven pareja en el lapso de un año, sin esconder pero sin enfatizar ridículamente las pequeñas grandes trabas que acompañan a toda relación de pareja. A pesar de que sería fácil caer en la trampa del castigo a dos personas, imperfectas en tanto que personas, Bychkova nunca abandona una postura amorosa para con sus protagonistas, sin querer tomar un claro partido por una de las partes. La disección precisa del entramado dual que mantiene unida a la vez que resquebraja por dentro una relación se establece como el eje narrativo de “Another Year”, evitando caer en lugares comunes y siempre con una rara empatía emocional, que hace de esta travesía por las cañerías sentimentales de una pareja una experiencia completamente satisfactoria. Y es que, a fin de cuentas, quizás podamos aspirar a vivir como si despertásemos de una anestesia y recuperar poco a poco la lucidez enterrando el dolor y la maldad que campa a nuestro alrededor.