Cuatro años han pasado ya desde que Feist se convirtiera en la diva indie definitiva. Más centrada que Cat Power y aprovechando que a PJ Harvey ya se le empezaban a cargar un poco los pies con tanto tacón alto, la de Toronto se encontraba casi sin comerlo ni beberlo en medio de un vendaval de nombre «The Reminder» (Interscope, 2007) que lo arrasaba todo a su paso. Un éxito repentino, largas giras, actuaciones memorables, premios y un reconocimiento inesperado provocaron en la ex Broken Social Scene un enarcamiento de ceja vital que la llevó a un parón de más de dos años sin escribir una línea, tocar un acorde o ni plantearse una melodía. Si de alguien puede decirse que estuvo a punto de morir de éxito, esa fue Leslie Feist.
Hubiera sido una gran pérdida para la música de nuestra generación. En sus tres anteriores discos, y sobre todo en «Let It Die» (Interescope, 2005) y el consabido «The Reminder«, la mujer de flequillo impenitente asentaba las bases de un sonido accesible y de un pop para veinteañeros tardíos complaciente, dulce, resultón y memorable. De ahí saldrían «Mushaboom» y «1,2,3,4«, singles de su segundo y tercer disco respectivamente que acabaron siendo gingle para anuncios y canciones para ser tarareadas mientras vas en bici. Ella, otrora cantante de punk, se cansó de la fama complaciente, de ser musa indie, dejó que le crecieran las enanas con condescencia y sin preocupación (Florence Welch, Lykke Li, St. Vincent…) y se retiró a ver los días pasar y vivir un poco la vida, a empaparse de Manhattan y los parques de Nueva York, a viajar por Francia y dejarse sorprender un poco más por esa naturaleza que es leit motiv tan recurrente en sus discos y que en su nueva entrega le habla al oído y le guía en todos los temas. Llegado el momento, viajó a París, escribió prácticamente todas las canciones de «Metals» (Interescope, 2011) en un mes y lo grabó en ruta por el Big Sur en dos semanas en compañía de sus sospechosos habituales: Gonzales y Mocky. La génesis de este disco es imprescindible para entender el resultado: el aislamiento y el vacío de Feist y el choque de la naturaleza de la costa californiana más agreste con el cemento neoyorquino.
Los que en su día criticaron el continuismo de «The Reminder» con respecto a «Let It Die» recibirán este disco con los brazos abiertos. Es cierto que en el álbum que le diera fama Feist no hacía más que desarrollar los aciertos del anterior. En «Metals«, sin embargo, hay una intención clara de romper con todo, de recuperar libertad y asentar un nuevo sonido. Y como una Carole King 2.0 se deja querer por las cuerdas, los sonidos orgánicos, el formato acústico y relega la producción a un finísimo hilo de plata que le da esplendor pero que no afecta al resultado. Canciones como «Graveyard» o «Caught A Long Wind» respiran un folk sofisticado: en ellas se aparca el pop urbanita tan marca de la casa para dejar paso a una desnudez genuina en la que la voz de Feist brilla sin sonrojo, vestida sólo con unos acordes de piano, un violín y una guitarra tímida. «Get it Wrong, Get it Wrong«, la canción que cierra el disco, es tan orgánica que puedes escuchar el agua discurriendo por ella. Es sencilla, desnuda, sólo construida sobre su voz, alguna guitarra y algún truco de producción para que te imagines sentado en una ribera con los pies refrescándose en el río. El que espere encontrar aquí los arreglos juguetones de «I Feel It All» se va a quedar con un palmo de narices, porque ahora Feist se parece más a unos Fleet Foxes en formato reducido. Esta querencia por los sonidos más despojados, por el acústico más genuino, se ajusta perfectamente a las necesidades emocionales que tienen sus canciones, siempre marcadas por una intensidad personal que expresadas en su llamativa voz crecen en el que las escucha con embelesamiento y fascinación.
Pero no todo aquí es ensimismamiento hippy. Los coros tienen una importancia muy notoria (como en «Commotion» y «Confort Me«) y hay momentos de mucha intensidad. En “The Bad in Each Other” Feist dice “A good man and a good woman bring out the worst in each other”, una sentencia afilada y certera acompañada de guitarras country y percusiones descaradas y un saxo que no se utiliza como en el resto de canciones que tienen saxo este año, y que realmente es de los pocos “metales” que se pueden escuchar en este disco. También se desmelena en «How Come You Never Go There«, pero más en versión cabaret cool, recuperando ésa esencia jazzy tan presente en sus anteriores trabajos.
Superada la presión de ser icono musical y femenino, reflejo de la época y la industria que le ha tocado vivir -hay quien no puede evitar relacionar el hecho de que «1,2,3,4» fuera la canción del anuncio del iPod Nano con el hecho de que sea una de las artistas que mejor representan la era iTunes-, Feist vuelve con un disco diferente bajo el brazo. Con espíritu renovado y un sonido más maduro y adulto que quizá la alejen de esos compradores compulsivos de mp3 y canciones sueltas. «Metals«, a diferencia de sus otros trabajos, es un disco para disfrutar en formato analógico, en un vinilo que cruja en tu casa y te permita imaginar los parajes que sus canciones construyen. Es para ser consumido con calma y anhelo. Feist ha dejado de hacer canciones para ir en bici para hacer canciones para escuchar en casa. A sus treinta y cinco años podemos decir que se nos ha hecho mayor… Y nosotros con ella.