En España nos creemos que tenemos una cultura gastronómica de puta madre… Pero no es verdad. O no lo es al cien por cien. Nos hemos dejado regalar los oídos con el cuento de la dieta Mediterránea y a base de ver a Ferran Adrià y a los hermanos Roca por la tele, pero luego la cosa es tan sencilla como buscar un restaurante decente donde comer bien en un ambiente relajado y currado y ahí, ¡ay! la cosa se desinfla cosa mala. Porque la alta cocina y la cocina de autor están muy bien y mola que la gente sepa poner nuestro país en el mapa gracias a los huevos con patatas de Casa Lucio y las tortillas deconstruidas de Adrià, pero cuando uno tiene que dar ochenta vueltas para encontrar un buen restaurante donde hacer parada y fonda sin necesidad de salir con una úlcera provocada por la ingesta de fritanga o de gastarse un dineral, ahí la «alta gastronomía» no nos sirve de mucho.
Afortunadamente, vamos superando la herencia del bar Manolo poco a poco y proliferan cada vez más los restaurantes donde se apuesta por la comida de aquí pero en los que la calidad es condición sine qua non y se trabaja con ingredientes de proximidad. Locales para los que el continente es tan importante como el contenido y que quieren hacer de algo tan sencillo como comer un menú diario una experiencia de lujo a precios la mar de decentes y también proveer a sus clientes de una carta elegante, variada y sugerente. Ese sería el caso del renovado Basílico, un bonito restaurante situado en el número 142 de la Avigunda Para·lel y que ha vivido un interesante lavado de cara gracias al grup Andilana.
El Basílico apuesta por la cocina de mercado con cierto mestizaje oriental, y esto es evidente tanto en el diseño del local como en su carta. El exterior del Basílico es un elegantísimo local amplio y cuidado al detalle en el que lo que más llama la atención es la imponente madera que lo cubre al completo y que todavía se puede decir que huele a nuevo, chocando con la sobriedad de los colores tierra de paredes y mobiliario. La iluminación, cálida y calculada, denota que lo que se pretende es que el comensal se sienta en un ambiente íntimo pero a la vez nada esnob. Es un sitio al que puedes ir a hacer una comida de negocios, una quedada con amigos (no muy ruidosa, eso sí) o en el que tener una cita… Y no sólo romántica.
La atención al cliente se cuida al detalle y eso es algo que se nota desde el momento en el que te dan la mesa. Da igual si vas a tomar el menú de 10 euros (un precio la mar de interesante para lo cuidado de los platos) o la carta. El menú, por cierto, es completo y conciso y combina con estilo platos mediterráneo con esencia oriental y todo sin florituras, pero también sin resultar vulgar. Así, en la carta conviven sanamente las ensaladas más ricas con los entrantes más clásicos de Oriente (como es el caso de las gyozas japonesas, el tataki de atún o las tempuras). El día que lo visitamos nosotros, pudimos catar ese menú diario del que hablamos que nos dejó más que satisfechos y que se compuso de una crema de calabaza (clásica, efectitva y rica rica), unas judías verdes (d’aquí, de la terra), un pollo picantón en salsa que supo a casero pero en plan refinado y unos postres sencillos (helado de crema catalana y dados de melón) pero que sirvieron para rematar de forma dulce y efectiva la experiencia.