Somos la generación que se crió entre la dicotomía de Tina Turner cantando «We don’t need another hero» mientras Bonnie Tyler se rasgaba con «I need a hero«. ¿En qué quedamos? Yo creo que está más claro que nunca que faltan héroes. No hay líderes. No hay carisma. El mundo de la política está lleno de títeres, hombres de paja grises como sus trajes. El mundo de la farándula y el espectáculo está lleno de imitadores, de secuelas, de precuelas, pero nadie destaca por sí mismo con la luz de los elegidos, nadie es protagonista a priori, nadie tiene el halo especial que hace que los demás le sigan sin cuestionar.
En este mundo de desgobernados, los que llevamos tres años, tres, huérfanos de Tony Soprano, volvemos a encontrar un haz de esperanza, un tío como tiene que ser, un líder nato, bello, arrogante, perfectamente imperfecto, salvaje, independiente, rebelde y leal. Ese hombre es Jax Teller, el protagonista de ese serión que es «Sons of Anarchy«. Yo ya sabía que andaba buscando a Jax, lo que no sabía es que un día me lo iba a encontrar.
El reparto, absolutamente magistral, se compone de Jax, el protagonista interpretado por el chiquillo rubio de «Queer as Folk» (¿remember? Pues NADA que ver), acompañado de grandes grandísimos como Ron ‘Penitenziagite’ Perlman, que cada vez se parece más a Tom Waits y a Will Ferrell, que está enorme como él solo; y Katey Sagal (o Peggy de «Matrimonio con Hijos«) como la matriarcona del clan motero con una interpretación soberbia que no deja de recordar ni un momento a la Cher de «Máscara» (1985). Los secundarios incluyen a gente de la talla de Kurt Sutter, que además es guionista, como lo fue de esa obra maestra de las series que es «The Shield«, donde también interpretó a cierto personaje retorcido y delicioso al que le gustaba quedarse con los pies de sus víctimas. El único pero de la serie es la chica. Maggie Siff, que ya metió el pie entre los grandes sin merecerlo mucho interpretando a la rica heredera judía de «Mad Men«, vuelve a ofrecer una actuación opaca, molesta y poco expresiva, quedándose pequeña para tanto protagonismo como tiene su personaje, entre tanto gigante televisivo y cinematográfico. Y eso, sumado a la sombra que le hace Drea de Matteo (o Adriana La Cerva, para los sopranófilos), la deja un poco a la altura del betún.
El argumento, como siempre, es lo de menos, pero digamos que va de moteros. Yo aprendí hace mucho a no tener prejuicios con estas cosas porque lo importante es cómo se cuentan y no lo que se cuenta, porque si no las historias, las canciones, los poemas y los libros morirían una vez contados. El vehículo sobre el que se mueve «Sons of Anarchy» es una banda de moteros del sur de California que hacen sus trapicheos pero tienen un corazón de oro, acabando el espectador padeciendo el mismo síndrome del canalla encantador que provocaba mi Tony: son delincuentes, ni más ni menos, macarras de barrio, indocumentados y sinvergüenzas, maleantes de poca monta, pero son los buenos y son bellos, y por eso son dioses y pueden hacer lo que quieran.
Amén de la violencia explícita que el lector se estará imaginando, es interesante analizar los manifiestos ideológicos y códigos de conducta de estos subgrupos. Son muchos los filósofos y poetas que lo han dicho: somos demasiados y nos organizaríamos mejor en grupúsculos, en lugar de esta globalización del infierno a la que nos llevan como a borregos, y los Sons lo ponen en práctica cuidando de su ciudad, que por cierto se llama Charming (me encanta), como si fuera su casa. Las drogas no están permitidas, la delincuencia es anecdótica y la ley es puro trámite. Ellos son los que marcan el ritmo de la calle, y son muchos los ciudadanos agradecidos que les dejan hacer porque les ven como el núcleo del clan, del tribalismo que hemos perdido. La matriarca, Gemma, vive sola con su marido, pero tiene una mesa en el comedor en la que caben doce personas y que a menudo aparece llena completamente. Ahí está el mensaje.
La tercera temporada está a punto de regresar a la pequeña pantalla y para mí está en segundo lugar en el ranking de series de este año después de «Mad Men» (que es lo mejor que hay ahora mismo en drama en la televisión). A pesar de que la finale de la segunda temporada no fue tan cliff-hanger como la primera (madre mía, menos mal que tenía las dos y las vi del tirón, que si no me muero), la próxima entrega de los de Sam Crow promete y yo pienso serles tan fieles a ellos como sé que ellos lo serían conmigo
[Virginia de la Cruz]