Piper Chapman es una pija de Nueva York tirando a hipster bastante de manual: está prometida con su novio judío con el que va a casarse en breve y con el que vive en un apartamento de lo más chachimolongui, se encuentra arrancando una firma de jabones que va a vender en Barney’s con su mejor amiga (que está embarazadísima), se preocupa mucho por su alimentación, tiene una madre detestable y un hermano que vive en el bosque. Nada muy fuera de lo común. Pero Piper, como todos, tiene un pasado. Y el suyo incluye una relación amorosa con una traficante de drogas de alcance internacional de muy dudoso gusto para vestir. En su momento -juventud, divino tesoro-, Chapman se dejó llevar por la sensación de peligro y la emoción y alternó cama lésbica con algunos tejemanejes ilegales por los que, diez años después y a consecuencia de un chivatazo, tiene que pagar pasando quince meses en una prisión federal. Y a partir de ahí todo se queda en una incómoda situación de suspenso: su vida, su relación de pareja, su boda, sus proyectos laborales… Chapman tiene que pasar once meses a la sombra sin tinte para mechas ni comida biológica. Mucho peor: rodeada de convictas… incluida su ex. A partir de ese momento, tendrá que controlar su deje de pija «WASP», su innata capacidad para meter la pata y tendrá que aprender los usos, maneras y relaciones dentro de una prisión. Y esto casi siempre a la fuerza.
Viendo el punto de partida de «Orange is the New Black» es fácil pensar que su creadora, Jenji Kohan, vuelve a poner los mismos ingredientes en la parrilla para asar un «Weeds 2013«, ahora que las peripecias marihuaneras de Nancy Botwin han llegado a su fin (después de ocho temporadas en una serie a la que fácilmente le sobran cinco). Sin embargo, aunque Piper Chapman comparte con la Botwin el tomar una decisión ilegal en un momento determinado de su vida, poco más tienen que ver las aventuras carcelarias de esta pija newyorquer con la dealer suburbiana: la primera tiene que pagar las consecuencias de una mala decisión de juventud (y de qué manera) y la segunda se acomoda viviendo al margen de la ley aunque ello le provoque más de un dolor de cabeza (o, directamente, la ponga en peligro de perderla). Todavía no sabemos si, como Nancy, Chapman acabará sacando buen provecho de su situación y se acabará haciendo con el control de la prisión. Por lo que se puede ver en la primera temporada, no tiene pinta de que sea así. De hecho, es más que improbable. Piper funciona como observador, lazarillo y punto de enlace entre el espectador y ese micromundo con rejas en el que vive, ya que «Orange is the New Black» quiere retratar con bastante fidelidad (salvando las distancias, claro) cómo se (sobre)vive en una prisión federal americana. La serie tiene un fuerte componente de realidad, pues está basada en las memorias de Piper Kerman, un bestseller en los USA que refleja como ser una «nice blonde» en prisión y no morir en el intento.
Más allá de las coincidencias con el libro que le sirve de inspiración, si «Orange is the New Black» ha conseguido convertirse en el fenómeno televisivo del año y el tercer éxito rotundo de Netflix (que se aventuró a la producción propia con «House of Cards» y la tercera temporada de «Arrested Development -mejor no hablar de ese patinazo ridiculísimo que ha sido «Hemlock Grove«-) es porque es una serie cuidadísima donde las partes funcionan como un todo y se sustenta en un guión inteligente que huye de la sordidez que podría provocar el contexto, no cae en la dramatización blanquita y sabe planear sobre la temática gay con las mismas dosis de astucia y diversión. En «Orange is the New Black» hay tetas (muchas), culos, sexo lésbico bastante explícito, bromas sobre coños, regla, menopausia, destornilladores que se convierten en dildos, masturbaciones debajo de mantas y todo en cantidades bastante estratosféricas (en HBO tienen que estar contentos). También muchos chistes racistas (la mayoría concentrados en el capítulo 6, una locura divertidísima) y sobre religión. Nadie está a salvo: aquí todo el mundo pilla.
La cadena ha sabido aprovechar la libertad que le da el no ser una network y, haciendo gala del «Juan Palomo» ha puesto en pantalla una serie salvaje y ocurrente que jamás cae en el chiste fácil y sabe manejar a la perfección las bromas de mal gusto. Los personajes que rodean el día a día de Piper son consistentes sin ser clicheteros (la rusa que controla la cocina como si fuera una mafia, la señora negra de pasado oscuro que es respetada y temida, la ex que aún ejerce una atracción bestial sobre la protagonista, la madre y la hija latinas con una relación de lo más conflictiva, el transexual que regenta la peluquería y tiene que lidiar con la falta de medicación, la camionera posesiva, la bollera accidental…) y acaban conformando un mosaico que se dibuja poco a poco a medida que avanza la serie y que sirve, además, para poner en relieve multitud de problemáticas que se dan en la vida real. Y todo esto mientras la protagonista aprende a conocer el entorno y lidiar con el hecho de ser una mujer blanca, lista, con carrera y acostumbrada a todo tipo de comodidades (lo primero que le dice a su novio cuando le van a ingresar en prisión es que le actualice su página web).
Muchos han tildado ya a «Orange is the New Black» como la gran serie gay-lésbica del año, y la aplauden por ello. Estaría bien tener en cuenta que «ese» es uno de sus grandes factores, pero no el único. Es cierto que es atractiva por eso, pero si funciona bien es gracias a que sabe llevar la temática a un territorio general: no es la típica serie «gay para gays«, ya que la única posibilidad de identificación con la protagonista no es por su orientación sexual sino por saber si en su mismo pellejo serías capaz de sobrevivir), y el simple hecho de que esta lleve su bisexualidad de una forma tan natural ayuda a que la serie trascienda la temática de géneros. Si «Orange is the New Black» mola es porque sabe jugar las cartas del entretenimiento extremo sin ofender y desde una distancia muy corta. Puede que Piper Chapman no tenga ese halo de sexyness brutal que tenía Nancy Botwin, pero de momento su personaje, con esa permanente mirada de «qué coño hago yo aquí» ha conseguido ser mucho más cercano y consistente en una temporada que la otra con ocho. Y en algún momento también nos invita a pensar: ¿y qué hubiera pasado si al final Nancy hubiera acabado en la cárcel? Eso sí que hubiera molado verlo.