«Looking» nacía para ser la bandera gay de HBO… Y, aunque al principio le cuesta despegarse del cliché, acaba convirtiéndose en una serie imprescindible.
[dropcap]P[/dropcap]arecía difícil que «Looking» se quitara de encima el San Benito de ser la «Girls» homosexual, algo así como una versión de «Queer as Folk» dignificada para los gays más culteranos y menos musculocas. Era un movimiento más que inteligente por parte de la HBO, que buscaba una nueva serie de cabecera con la que convencer al sector más rosa del público (al que, por otra parte, no acaban de seducir con el superávit de tetas y chochos de «Juego de Tronos«… Será que este tipo de público prefiere la carnaza macha de «Spartacus«, «Vikings» y derivados, y eso no abunda en esta cadena). Para ello, y reiterando su inteligente estrategia, en HBO se hicieron con dos nombres con los que revestir a su nueva criatura de honorabilidad: Michael Lannan aportó no sólo ese cortometraje titulado «Lorimer» que, además de convencer a la crítica cinematográfica más a allá de a la comunidad gay, se convertiría en el punto de partida de «Looking«; y Andrew Haigh, por su parte, aportaría el savoir faire demostrado en esa «Weekend» que se ha acabado por convertir en un icono puro y duro del nuevo cine queer, ese cine queer que casi parece heterosexual (¡por fin!). El tándem Lannan (al guión y como showrunner) y Haigh (como director estrella) parecía una garantía de éxito.
El problema es que los primeros capítulos de «Looking» no convencen. La presentación de esta serie, ese momento en el que los personajes y tramas principales deben quedar totalmente definidos, no puede ser más odiosa. Los caracteres protagonistas aparecen en un principio como un puro y bochornoso cliché que incluso es tal cuando intenta ser un anti-cliché o post-cliché, vaya usted a saber: el creador de videojuegos (si alguien piensa que esto es poco gay, debe saber que este mundillo es uno de los más superpoblados por homosexuales) desesperado por ser entrañable en su desastroso abordaje de las relaciones amorosas y sexuales; el marica artista que va de liberal; el madurito que empieza a tener problemas con su propia edad por mucho que, más que probablemente, sea el que más buenorro esté de los tres… Los primeros capítulos de «Looking» no intentan buscarle las cosquillas al cliché, sino que más bien lo alimentan de forma poco honrosa mientras plantean unas tramas más que ramplonas: búsqueda de una relación por parte del creador de videojuegos, derribo de las barreras de la liberalidad de la relación de pareja del artista, desesperación del madurito por encontrar un futuro laboral estable como cocinero en su propio negocio.
Esto podría ser aceptable si las conversaciones que supuestamente hacen avanzar la trama no rozaran comúnmente lo vergonzoso, lo amanerado en exceso y, en general, supuraran un exceso de auto-consciencia hipster (¿gayster? ¿homoster?) y una voluntad extrema de resultar elocuente, chispeante, ultra-moderno. Pero, ojito, lleguen ustedes al episodio número 5 y aquí cambia todo. O puede que no cambie: simplemente, un viento refrescante quita el exceso de plumas de encima de «Looking» y deja al descubierto un fondo con claroscuros, con una complejidad que puede ser vibrante sin necesidad de ser epatantemente hipster. En el quinto capítulo, titulado «Looking for the Future» (todos los episodios buscan algo siguiendo la fórmula «looking for…«), no ocurre absolutamente nada: Patrick (el creador de videojuegos interpretado por Jonathan Groff) y Richie (el noviete hispano al que da vida Raúl Castillo) pasean juntos, hablan, observan el paisaje, se conocen y, sobre todo, empiezan a dejar ver que debajo del cliché que cada uno encarna hay todo un mundo hasta entonces oculto.
En definitiva, muestran que el cliché que se nos ha mostrado hasta ese momento es la norma que el mundillo gay te obliga acatar si quieres vivir dentro de esta comunidad: hasta el momento hemos visto la odiosa superficie de purpurina y lentejuelas… A partir de aquí, sin embargo, todos los personajes empiezan a revelar unos tejidos más complicados. Agustín (Frankie J. Álvarez) no tarda en dejar al descubierto que la tristeza inherente a su vida de niñato burgués que juega a ser artista, mientras que la obsesión por la edad de Dom (Murray Bartlett) se pone en entredicho cuando su preocupación por seguir siendo atractivo para los chicos más jóvenes se ve reflejada en el espejo de la atracción que empieza a sentir por un hombre mayor que él. Y, de hecho, incluso el supuesto carácter entrañable de Patrick se resquebraja mostrando serias grietas cuando su relación con Richie se ve vulnerada por prejuicios de clase y raza y, sobre todo, cuando aparece en escena el tercero en discordia: su jefe, Kevin (Russell Tovey), con quien a priori comparte muchos más intereses, aspiraciones y, por encima de todo, un estilo de vida que le daría menos problemas a la hora de encajar en una pareja.
De esta forma, en su recta final, «Looking» no sólo levanta el vuelo, sino que consigue alejarse de sus referentes de una forma más que inteligente: la creación de Lannan y Haigh es mucho menos pretenciosa que «Girls» sin que ello signifique es menos compleja y, a su vez, también es mucho más compleja que «Queer as Folk» sin verse en la necesidad de sacar el pecho culterano… De hecho, al cierre de su primera temporada, «Looking» consigue no sólo superar las comparaciones con sus referentes, sino que por fin encuentra una voz única e intransferible, apasionante y fascinante. Para que os hagáis una idea, sólo puedo decir que, siendo yo muy fan de Lena Dunham, a estas alturas tengo muchas más ganas de la (ya confirmada) segunda temporada de «Looking» que de la cuarta tanda de las cada vez menos estimulantes «Girls«.