Ante la desaparición de Dios, los ángeles deciden que tiene que ser culpa de los humanos y bajan a exterminarnos… Así arranca «Dominion». Una serie fuertecita.
Hay un capítulo de «Episodes» (infravalorada sitcom que va creciendo como grower con cada nueva temporada) en el que los directivos de un canal de televisión discuten en una reunión qué hacer para acaparar la atención del espectador en un panorama televisivo sci-fi arrasado por la locura generalizada por los vampiros y los muertos vivientes: ¿momias? ¿Hombres lobo? Sobre la mesa se ponen todo un conjunto de opciones surrealistas y, sin embargo, ninguna de ellas llega al nivel de psicotronía de «Dominion«.
También hay que reconocer que parte del «trabajo sucio» ya se lo encontró hecho Vaun Wilmott, el creador de la serie: «Dominion» es una secuela en formato serie de la película «Legion«, estrenada en el año 2010, dirigida por Scott Stewart y protagonizada por Paul Bettany. Aquel film ya se erigía como oda al surrealismo del nuevo siglo con una trama en la que, ante la desaparición de Dios, los ángeles deciden que el culpable tiene que ser el comportamiento frustrante y decepcionante de los humanos. ¿Conclusión? Que se les va la chaveta y descienden a la Tierra dispuestos a acabar con la humanidad para ver si, así, el Padre Celestial vuelve. Muerto el perro, muerta la rabia.
Ya tenemos la respuesta a la discusión entre directivos televisivos en el mencionado capítulo de «Episodes«: ¿qué viene después de los vampiros y los zombies? Está claro: los ángeles. Y es que, desde el minuto uno del primer capítulo de «Dominion» quedan claras las reglas de un juego en el que los ángeles heredan muy poco del imaginario estético que nos vendieron los pintores rafaelitas y sus putti (querubines). De hecho, ya en el primer capítulo sorprende la magnanimidad con la que Miguel y Gabriel, ángeles de orden superior, despliegan unas excelsas pero amenazantes alas negras. Y, sobre todo, impacta la presencia de «Eight Balls«: ángeles de orden inferior incorpóreos que aprovecharon la gran guerra con los humanos para «poseer» sus cuerpos y convertirse en una especie de cruce entre zombie y vampiro que escalan paredes, se mueven a velocidades mortíferas y dan un mal rollito de aquí no te menées.
Pero, un momento, cuando hablaba a psicotronía para el siglo 21 de «Dominion» no me estaba refiriendo ni mucho menos a esta visión de la parafernalia angélica, ni mucho menos. Me estaba refiriendo básicamente a la propia trama: la serie arranca 25 años después de los sucesos de la película. El mundo occidental se ha re-estructurado en grandes urbes ultra protegidas y fortificadas contra los ataques de los ángeles comandados por Gabriel, que es el que mayor perruna tiene con que los humanos somos lo peor y hay que exterminarnos. Miguel, sin embargo, se ha aliado con la humanidad en general y, en particular, con la ciudad de Vega. Otro pequeño gran apunte: más o menos la mitad de la serie te la vas a pasar preguntándote a qué viene toda la estética greco-romana de la ciudad de Vega, pero llegará un punto en el que te des cuenta de que esta urbe es ni más ni menos que Las Vegas y que las estatuas y demás imaginería greco-romana viene ni más ni menos que de los casinos. ¿Cómo se te queda el cuerpo? ¿Es esto genial o la mayor parida que has visto en tu puñetera vida? Ya. Yo tampoco me he decidido todavía. Y así toda la serie.
Pero sigamos. A lo que íbamos: la ciudad de Vega, profundamente marcada por un sistema de castas casi medieval, es una de las pocas ciudades supervivientes de lo que se ha dado en llama La Cuna (es decir: Estados Unidos). La otra única ciudad que el espectador conocerá en «Dominion» es Helena, un lugar poblado sólo por mujeres y donde se venera lo femenino como una deidad (y donde también hay rollo bollo de no creérselo, claro, pero esa es otra historia). La cuestión es que en la ciudad de Vega vive Alex Lannon, un chaval que de repente se encuentra con el cuerpo plagado de tatuajes étnicos y new age que, supuestamente, representan la palabra de Dios: el mensaje del Santo Padre hacia Elegido. De mi para ti, con mucho cariño. Aquí llega otra pregunta: ¿el Elegido para hacer qué? Ni idea. Nunca se llega a definir a ciencia cierta y, de hecho, parece que cada uno tiene su propia versión de los hechos. Lo que parece quedar claro al final es que el Elegido podría ser el encargado de restaurar la paz entre los humanos y los ángeles, propiciando el regreso de Dios. Pero, quién sabe, a lo mejor es el elegido para sacar tres discos de platino con versiones techno-cumbia del «Alabaré«. Quién sabe. Y de nuevo, así toda la serie.
A partir de aquí, barra libre para la psicotronía… En Vega hay dos casas que parten el bacalao (una más militarizada, la otra más politizada), pero entre unos y otros la verdad es que la casa sigue sin barrer y hay un malestar social de tres pares de narices. El Elegido, por cierto, está liado con la hija de una de las casas que, por cierto, acaba casada con el hijo de la otra casa que, por cierto, es un traidor adorador de Gabriel que, por cierto, al final parece no ser tan malo y pone en entredicho la bondad de Miguel que, por cierto, ya casi exterminó a la humanidad hace siglos. Así funciona «Dominion«: a base de twists narrativos baratunos que, sorprendentemente, acaban siendo mucho más que efectivos y no sólo mantienen el interés y la expectación del espectador, sino que consiguen que la serie tenga el ritmazo que esperas cuando de sci-fi de nueva generación se trata.
Como una especie de «Buffy Cazavampiros» con la enjundia argumental de «Galactica«, o más bien como un «Embrujadas» embadurnada de un new age maquiavélico y distorsionado, casi pervertido, «Dominion» acaba siendo esa serie que ves no porque sea buena, sino porque no puedes dejar de tragarte un capítulo detrás de otro. Ojo, que no estoy diciendo que sea una mala serie: es lo que es, y nunca muestra mucha más pretensión que la de hacerte flipar constantemente con una historia realmente original, que es precisamente lo que escasea en las parrillas televisivas de las últimas temporadas. Al fin y al cabo, no podemos vivir tan sólo de «The Knick» y «Empire«: de vez en cuando hay que desengrasar. Y, chaval, lo de «Dominion» no es un desengrasante: es un puñetero «3 en 1» hecho serie de televisión.