La Marvel por fin tiene su «Batman» particular: la serie sobre «Daredevil» es oscura, psicológicamente compleja, moralmente cuestionable… y muy adictiva.
Todas las relaciones (ya sean de amistad, amor, odio o, como nos interesa en este caso en particular, rivalidad) parecen escribir en piedra los roles de las dos partes justo al principio de todo… Lo que implica que, para romper esos roles, hay que romper también la piedra sobre la que están escritos. Así es el caso de la dicotomía comiquera entre Marvel y DC. El universo de la primera editorial suele definirse como más pop, colorido y superficial, siempre enganchado a un público juvenil adicto al cambio, a la mutación, a la sorpresa y a las triquiñuelas para superar el déficit de atención. A la segunda compañía, sin embargo, se la identifica con una mayor oscuridad y, sobre todo, con una profundidad de campo mucho más compleja a la hora de atacar tanto sus tramas como sus superhéroes.
Inevitablemente, estos roles se han perpetuado una vez ambas compañías se han metido en los lodazales del audiovisual, tanto en cine como en televisión. El Universo Cinemático de la Marvel, con la saga «Los Vengadores» a la cabeza, se ha convertido en el perpetuador infinito del rol que esta editorial siempre tuvo sobre el papel. Y, claro, DC tendrá que pagarle eternamente a Christopher Nolan por haber hecho de su trilogía de «Batman» una especie de Biblia audiovisual que recoge la doctrina (y el rol) que esta compañía lleva décadas construyendo… Pero, entonces, ¿dónde carajo encaja «Daredevil» en todo este tinglado?
Porque, si nos ponemos simplistas, habrá que admitir que la serie de «Daredevil«, estrenada directamente en Netflix, cumple a rajatabla con los mandamientos del «Batman» de Nolan. Hagamos recuento: escenarios sucios y preeminentemente nocturnos, huida de la acción a troche y moche, acento sobre el psicologismo con el que se abordan los personajes, héroes con traumas profundos (en este caso, tanto físicos como psíquicos), villanos que ponen sobre la mesa un cuestionamiento continuo de las normas de moral obsoletas de la sociedad moderna… Y, en general, una seriedad apesadumbrada que sobrevuela el conjunto al completo y que siempre corre el riesgo de caer del lado del exceso injustificado de gravedad.
Puede que «X-Men» haya sido la saga cinematográfica que más se haya acercado a este modelo superheróico que la taquilla ha demostrado mucho más que válido. Pero recordemos aquí y ahora que, en una de esas bromas cósmicas realmente extrañas, las películas de «X-Men» no pertenecen al Universo Cinemático de la Marvel… Así que, por mucho que escueza hacer afirmaciones de este tipo, habrá que convenir que «Daredevil» viene a ser el «Batman» de la Marvel. Con todas las de la ley.
El propio superhéroe ya daba para un movimiento de este tipo: Daredevil siempre fue el «triste» del imaginario marveliano. El hecho de que sea un superhéroe ciego, de entrada, no es lo más alegre del mundo: la suya no es la típica historia del adolescente al que se le dispara el ADN y de repente descubre que puede volar, mover objetos con el poder de su mente o lanzar bolas de energía con las manos. Por el contrario, la historia de Matt Murdock es, hablando pronto y mal, una puta mierda: su ceguera fue causada por un accidente, su madre es algo de lo que nunca se habla y su padre fue un boxeador que murió tras amañar un combate con tal de que a su hijo le quedara un mínimo de dinero. Al fin y al cabo, Daredevil no tiene poderes: lo suyo es un entrenamiento de puta madre que, eso sí, acaba llevándole a desarrollar sus sentidos restantes de forma extrema. ¿Te suena? ¿Hola, Batman, ke ase?
Y, para acabar, está el gigantesco (megalómano y colosal) dilema moral del superhéroe. De día, Matt Murdock es un brillante abogado que se dedica a combatir la corrupción de su Hell’s Kitchen natal con el poder de la ley… Y, por la noche, Daredevil se ocupa de impartir su propia ley allá donde el marco legal no llega. La serie creada por Drew Goddard, de hecho, plasma este dilema moral de una forma verdaderamente magistral: tanto Murdock (interpretado con mucho más que solvencia por Charlie Cox) como los personajes que le rodean van perfilando un personaje cuyos claroscuros tienen más de oscuro que de claro. ¿Dónde traza Daredevil la línea del límite a no traspasar? ¿En el asesinato? ¿Cómo controlarse para no acabar con alguien que sabes que la ley no eliminará pero que sólo con su muerte puede pagar por lo que ha hecho y, sobre todo, evitar catástrofes futuras? ¿En qué se diferencia Daredevil de Wilson Fisk (nombre real del villano que después será conocido como Kingpin)?
En Fisk está precisamente una de las grandes bazas de la serie de Netflix. Al fin y al cabo, el villano soberbiamente interpretado por Vincent D’Onofrio lo único que pretende es conseguir llevar a cabo su idea de un Hell’s Kitchen «mejor». ¿Por qué ha de ser válida la visión de Matt Murdock pero no la de Wilson Fisk? ¿Que los métodos de Kingpin sean mucho más agresivos y violentos quiere decir que sus fines son menos altruistas y bienintencionados? ¿Si los dos personajes hacen suyo lo de «el fin justifica los medios», por qué uno tiene que ser identificado como el malo y otro como el bueno?
Sea como sea, y más allá de la profundidad psicológica de los personajes y del oscurantismo de la propia trama, Goddard consigue que su «Daredevil» sea mucho más que «otra serie de superhéroes». La planificación de todos y cada uno de los episodios es mucho más que sorprendente, supurando por todos sus costados referencias directas al cine antinarrativo por un lado, por otro a los dramas legales televisivos y, por último lugar, a ese nuevo audiovisual catódico que está introduciendo la terminología cinematográfica clásica más complicada en el lenguaje de las nuevas generaciones. Si muchos descubrieron lo que era un plano secuencia con el ya mítico episodio de la primera temporada de «True Detective«, uno de los momentos más estelares de la televisión de este año 2015 ha sido precisamente ese otro plano secuencia de «Daredevil» en el que la cámara recorre un pasillo en ambas direcciones mientras, a través de un endiablado montaje interno, el superhéroe asalta la madriguera de unos mafiosos y reparte yoyas por doquier.
No es el único momento memorable de la serie de Goddard: hay otro plano circular igual de virtuoso desde el interior de un coche y, en general, «Daredevil» está plagado de momentos brillantes en los que la acción no es abordada desde el maximalismo habitual del Universo Cinemático de la Marvel, sino desde un minimalismo que, sin llegar a lo raquítico, sí que apuesta por lo estilizado y elegante. De nuevo, nada que no hubiéramos visto antes en los «Batman» de Nolan… Vale. Aceptamos barco. Pero es que resulta que todo maestro acaba teniendo sus discípulos. ¿Quién nos iba a decir que el heredero definitivo de la saga del caballero oscuro iba a ser un superhéroe de la Marvel?