En Estados Unidos se acaba de terminar la tercera temporada de “Breaking Bad” con un final de esos que dejan sin respiración. No es algo nuevo: a esto es a lo que nos tiene acostumbrados esta serie en todos y cada uno de sus capítulos. “Breaking Bad”, creada por Vince Gilligan y que emite la cadena AMC (la misma que nos ha regalado “Mad Men”), empezó en su primera temporada como una mezcla de drama sobre frustraciones cotidianas y comedia negra protagonizada por Walter White, un profesor de química de cincuenta años al que le diagnostican cáncer y que para solucionar sus problemas económicos decide ponerse a fabricar metanfetamina con la ayuda de Jesse Pinkman, un ex alumno suyo convertido ahora en yonqui y camello de tercera división. La serie, sin embargo, ha ido evolucionando y, en esta tercera temporada, ha acabado siendo una mezcla drama con personajes moralmente ambiguos y altas dosis puntuales de suspense.
“Breaking Bad” es una serie que se toma su tiempo y, probablemente, la única que actualmente es capaz de dedicar un capítulo entero a las peripecias de los dos protagonistas para matar una mosca que se ha colado en su laboratorio. Muchas veces la función empieza con un flashback de los protagonistas que no aporta argumentalmente nada que ya no sepamos, pero se trata de unos flashbacks que añaden una intensidad dramática que a veces es dolorosa, porque el pasado feliz contrasta con el presente amargo. Es esta una serie sobre dos personajes que empiezan como dos tópicos: el cincuentón frustrado que nunca ha roto un plato y decide pasarse al otro lado de la ley y el chico de casa buena que siempre ha sido la oveja negra de la familia; pero ambos van ganando en profundidad y complejidad y acaban siendo algo muy distinto de lo que en un principio aparentaban. Nunca hubiera podido imaginar que acabaría sintiendo una empatía tan profunda con un drogata que se viste con ropa 10 tallas mayor que la suya pero, ahora, cada vez que a Jesse se le rompe el corazón, el mío también lo hace.
Tampoco me hubiera imaginado nunca que, de esta atípica pareja, el que sería el anclaje moral sería el joven yonqui. Y es que, de los dos, Walter siempre ha sido el que ha tenido menos reparos éticos, el que ha cometido acciones moralmente reprobables para salvar el pellejo, mientras que Jesse siempre ha tenido un sentido de lo que está bien y lo que es justo mucho más férreo. “Breaking Bad” explora la relación entre estas dos formas éticas de enfrentarse a la vida, pero también la relación entre losdos personajes. Se llaman el uno al otro “socios”, pero son mucho más que esto aunque, a la vez, tampoco son amigos. Entre ellos hay algo de una relación paterno/ filial, pero tampoco es esto. En el fondo, los dos están unidos nada más y nada menos que por una lealtad sin límites: ninguno de los dos traiciona nunca al otro por más que las cosas se pusieran feas y los dos harían lo que fuera para salvar al otro. Y es así como termina la tercera temporada: con Jesse por primera vez rompiendo el código moral por el que siempre se ha regido por lealtad al señor White.
Es una serie en la que, a primera vista, parece que no pasa nada, pero que te acaba sorprendiendo con giros de trama originales e inesperados y explosiones de violencia magníficamente rodadas con un estilo que recuerda al mejor (y más sangriento) Quentin Tarantino. Todos los capítulos podrían estudiarse como ejemplos de perfecta narración televisiva (o directamente cinematográfica) y las interpretaciones también son impecables: Bryan Cranston (que quizás sea más conocido por sus papeles cómicos, principalmente el de padre de la serie “Malcolm in the Middle”) ya ha ganado dos Emmys y, si hay justicia en este mundo, Aaron Paul debería ganar uno este año como mejor secundario. Se trata de una serie a la que realmente es difícil encontrar algún defecto. La tensión a veces es insoportable y la mayoría de veces el final del episodio te deja con la boca abierta. Pero, gracias a Dios, también hay momentos de humor, básicamente los protagonizados por Saul Goodman (Bob Odenkirk), el abogado cutre especializado en trapicheos: un personaje tan carismático que se merecería su propio spin-off.
[Núria Casademunt]