Junto a «Hora de Aventuras» y «Bob’s Burger», «Rick & Morty» debería convertirse en la salvación de la animación para adultos más nerdy y divertida.
La ciencia empieza a convertirse en algo más que una rareza en el panorama televisivo, eso está más que claro. El padre de todo el tinglado vendría a ser, sin lugar a dudas, toda la saga de series «Star Trek«, que siempre fueron mucho más que el hermano nerdy (y catódico) de «Star Wars«: fueron una verdadera apuesta por la sci-fi (es decir «ciencia ficción») contrapuesta a una pura «fi» sin coartada «sci». Ni mejor ni peor, diferente. Y, evidentemente, con el auge de lo nerd como nueva cultura a ser normalizada (y despedazada) al ser fagocitada por la masa, estaba cantado que surgirían nuevas propuestas que fueran profundizando cada vez con mayor profundidad en lo científico (ahí está «The Big Bang Theory» como serie que, pese a que en ciertos momentos llega a alcanzar una dinámica similar a la de «Friends«, nunca traiciona su origen como metralleta de chascarrillos cuánticos) o en lo tecnológico (el año pasado convivieron entre las novedades televisivas dos series como «Silicon Valley» y «Halt & Catch Fire«, eso sin contar ese precedente british insuperable que es «The IT Crowd«).
Pese a ello, cualquiera podría pensar que la animación debería ser impermeable a esta tendencia: su naturaleza como producto para un público preeminentemente infantil hace que un discurso científico medianamente sofisticado sea impracticable. Incluso en algún que otro precedente como «El Laboratorio de Dexter«, el componente científico quedaba completamente disuelto dentro de una solución salina de indulgencia pueril. Pero ahora sumemos dos más dos: tendencia nerd y ese lugar común al que tanto recurrimos desde la prensa cuando hablamos de cierto tipo de animación que puede ser disfrutada por niños pero también por unos adultos que cogen al vuelo otras capas de sentido invisibles para los más pequeños. E incluso un tercer factor: ese canal de animación llamado Adult Swim en el que prácticamente todo parece permitido.
¿Qué se obtiene tras la suma de estos tres factores? Algo con nombre propio. Bueno, en realidad, con dos nombres propios: «Rick & Morty«. Y, ojo, porque detrás de esta serie hay un nombre que puede resultar sorprendente (o no): Dan Harmon, creador de «Community» (otra serie que se bañó de gloria con el rollo «meta» tan típicamente nerdy) que decidió dejar colgada aquella serie para escarnio de sus fans y lanzarse de cabeza hacia algo tan diferente a la serie que le proporcionó la fama. Fue un lanzamiento de cabeza que no hizo en solitario: su compañero de desventuras para «Rick & Morty» ha sido el cómico Justin Roiland, que precisamente pone voz a los dos personajes principales de la serie (es decir, y por si eres un poco corto, tanto a Rick como a Morty).
Y, ahora sí, ¿de qué va «Rick & Morty«? O, hagámoslo mejor todavía para cubrirnos las espaldas de cara a lo que vendrá después: ¿cuál es el punto de partida de la serie? La creación de Harmon y Roiland parte de la suma de dos panoramas que pueden parecer inlcuso clicheteros para cualquiera que haya pasado más de un puñado de horas delante de un televisor. Por un lado, tenemos a la típica pareja de científico loco y viejo que vive aventuras en compañía de un chaval jovencito sin demasiadas aptitudes para la ciencia que tanto hace pensar en «Regreso al Futuro«: lo curioso en este caso es que son abuelo y nieto, que el abuelo además de loco es un poco borracho (o adicto a algún tipo de substancia intergaláctica que nunca acabamos de conocer del todo) y que el nieto no es que no sepa de ciencia, es que a veces roza un nivel de retraso intelectual (impagable ese capítulo en el que Rick le explica a Morty que si se lo lleva en sus aventuras intergalácticas es porque su imbecilidad actúa como un escudo que anula la genialidad del abuelo y así pasan desapercibidos ante los radares de la galaxia). Por el otro lado, tenemos la típica comedia de familia disfuncional, con matrimonio que no sabe exactamente por qué siguen juntos (la voz de él la pone el gran Chris Parnell, el Dr. Spacemen de «50 Rock«) y con hija en edad del pavo. Otro suma y sigue sencillo pero efectivo.
Pero ¿por qué decía más arriba que este es el punto de partida de «Rick & Morty» y no de lo que va realmente la serie? Me explico: todo empieza de forma bastante integrada y asimilable, con bromas científicas que no requieren demasiado esfuerzo y, sobre todo, con tramas mayormente amables hacia el espectador. La creación de unos cascos que convierten a los perros en seres súper-inteligentes que acaban sometiendo a la humanidad, la visita a un parque temático anatómico albergado en el interior de un homeless borrachuzo al borde de la muerte (delirante digresión del legado tanto de «Érase Una Vez El Cuerpo Humano» como de «El Chip Prodigioso«), seres creados para cumplir los deseos de sus dueños (los entrañables y tronchantes Meeseeks)… Pero todo cambia en el capítulo número 6, «Rick Potion #9«. Y lo mejor de todo es que todo cambia partiendo de algo tan sencillo como que Morty le pide a Rick que le haga una poción para enamorar a la chica que le gusta. No entraré en detalles aquí, pero al final la cosa se va de madre y la poción acaba «cronenberguerizando» a la humanidad, lo que impulsa al científico a llevar a su nieto a otra realidad en la que Rick y Morty mueren en ese mismo momento, enterrarlos en el jardín y suplantar su personalidad.
En otra serie, esto no pasaría de un chascarrillo de «si te he visto no me acuerdo«, pero lo cierto es que aquí la cuestión echa raíces de forma realmente profunda. Un par de capítulos más tarde, mientras toda la familia está consternada al ver las vidas paralelas de sus yos en otras realidades gracias a una televisión con todos los canales de todas las dimensiones paralelas posibles (¡gigantesco!), Morty mantiene una conversación con su hermana en la que le muestra su propia tumba y deja al descubierto la vulnerabilidad psicológica que implica saber que todo es relativo, que hay millones de «yo» posibles. El insoportable peso de la relatividad del «yo». Y todo ello justo antes de que otro capítulo lleve a Rick y a Morty a comparecer ante un tribunal en el que convergen todos los Ricks y todos los Mortys de todas las realidades posibles. Más leña todavía para esta hoguera de las vanidades que arrasa por completo con cualquier disertación post-moderna sobre la imposibilidad de la personalidad, de la individualidad como falacia y utopía.
Pero, ojo, que el márchamo científico y las teorías de pesimismo existencial inducido por métodos inductivos (o deductivos, qué sé yo) no despiste a nadie: lo mejor de «Rick & Morty» es que es una serie divertida hasta decir basta. Una de esas series cuyos once capítulos podrías ver de una única sentada quedándote con la sensación de que serías capaz de volver al primero y repetir la experiencia y que esta incluso la haría más divertida. «Rick & Morty» es mucho más que una serie de ciencia ficción y humor, mucho más que la suma de todo un conjunto de referencias a otras pelis y series: es (posiblemente junto a «Bob’s Burger» y a «Hora de Aventuras«) la salvación de una animación para adultos que había caído por completo en la apatía de la repetición de dos fórmulas (el caos controlado de «Los Simpson» y la ironía meta-cultural de «Padre de Familia«) hace tiempo agotadas. Puede que «Rick & Morty» nunca vaya a ser tan grande como las mencionadas… Pero, bueno, grande o pequeño, todo es relativo, ¿no?