[dropcap]D[/dropcap]ÉBORAH GARCÍA SANCHEZ-MARÍN de VISUAL404 selecciona “P’TIT QUINQUIN” (Bruno Dumont). La película que más espero de todo el Zinemaldia es “P’tit Quiquin” de Bruno Dumont. Creo sinceramente que existen pocos directores que miren de una forma tan descorazonadora al mundo y a la vez impriman a sus imágenes tanta belleza. La violencia, la desesperación, esa mirada vertida a fuera campo de sus personajes, acaba encontrando en el entorno siempre el contrapunto perfecto. Para mí, el cine de Dumont pivota entre los rostros y los paisajes, caras deformes, asimétricas, imperfectas, feas que terminan desvelando siempre un secreto, igual que el paisaje.
Las películas de Dumont suponen un pulso para el espectador. Hablo de un cine que obliga a mantener la mirada, que desafía. Y de imágenes que muestran la fragilidad de eso que llamamos civilización. Dumont es paciente, coloca la cámara y la mantiene, sus imágenes nos hacen tocar lo repulsivo, lo desagradable, lo alienado, pero también lo fascinante que acaba desvelándose.
[dropcap]E[/dropcap]STHER MIGUEL TRULA de FLAMENCA STONE selecciona “LA CHAMBRE BLEUE” (Mathieu Amalric). Sexo es lo que promete “La Chambre Bleue”, esa habitación azul que no es más que un espacio en el que una pareja se dedicará a sudar y a sangrar… Pero lo nuevo de Amalric viene con twist. Este icónico actor francés que debutó en 2010 a la dirección de «Tournée”, obra que miraba a Cassavetes y a Altman, experimenta ahora con la intensidad amorosa francesa, la puesta en escena resnaisiana y la investigación policial y procedimental donde las piezas, como contraposición al espacio que pretende ser fijo, se moverán sin miedo en el tiempo definido en lo visual mediante close-ups de naturalezas vivas y muertas, que además de darnos pistas nos recuerdan que entre el detalle y la elipsis se encuentra el misterio.
La historia está basada en una novela de Georges Simenon sobre un affaire por el que los protagonistas acaban juzgados tanto ante un tribunal como socialmente, con lo que el éxito del lance tendrá que apoyarse en ese montaje no lineal y en el trabajo de los actores, Mathieu Almaric y Stéphanie Cléau, cuya química ya se nos adivina en el mismo tráiler de la obra. Pero una cosa es segura: habrá banda sonora noir, femme fatale y amour fou, y esto es bueno porque lo galo, abusando del tópico, a veces es como mejor funciona.
[dropcap]J[/dropcap]ESÚS CHOYA de LA LLAVE AZUL selecciona “MAGICAL GIRL” (Carlos Vermut). El cine español encuentra año tras año en San Sebastián su lógico feudo. Y es que, ante el aparente poco interés de otros certámenes de mayor envergadura como Cannes o Venecia hacia nuestro cine, y dados los evidentes beneficios que tiene el «jugar en casa», algunos de los títulos más representativos de la producción nacional se dan cita cada septiembre en la costa donostiarra. Este año, el menú vuelve a proponer platos cuanto menos suculentos que van desde grandes esperanzas comerciales como “La Isla Mínima” o “Autómata” hasta ejercicios englobados en el probablemente mal llamado cine low cost como la vasca “Loreak”.
Mi mirada está puesta, no obstante, en otro de los largometrajes que pertenecerían a ese hipotético y a veces, como cualquier etiqueta, injusto grupo: “Magical Girl”. Los motivos de mis entusiastas expectativas son muchos y van desde un reparto excitante liderado por un trío interpretativo inmejorable (José Sacristán, Bárbara Lennie y Luis Bermejo) hasta la firma de Carlos Vermut -junto a Nacho Vigalondo, el cineasta español más libre de la actualidad para el que escribe-, que hace dos años sorprendió con el radical alarde de originalidad y absoluta libertad creativa que era “Diamond Flash”, inédita en cines, alucinógena, intensa y, sobre todo, estimulante experiencia que constituye ni más ni menos que una de las grandes películas patrias del presente siglo.
Ahora, en “Magical Girl” -su nuevo trabajo tras el hilarante y, de nuevo, ácido y libérrimo cortometraje con Venga Monjas “Don Pepe Popi”- promete reafirmar un estilo tan elegante y meditado como arrebatador y pasional. Una película que, mezclando referencias a la cultura japonesa, la radiografía de una España en crisis (también) existencial y toques de atrevido neonoir, huele a Concha de Oro. Apetecible, ¿no?
[dropcap]M[/dropcap]ANU ARGÜELLES de CINE DIVERGENTE selecciona “MOMMY” (Xavier Dolan). Insolente, arrogante, narcisista, provocador, esteta… No hablo de Xavier Dolan, sino de su cine, un auténtico tratado de las pasiones y los afectos que exige vivirse con intensidad. En ocasiones, no sabes muy bien por qué, estableces una especie de diálogo personal con determinadas obras de directores. Con Dolan fue así desde el principio, desde que le conocí con ese torrente cinematográfico que fue su película debut, “Yo Maté a Mi Madre”. Supo magnetizarme a pesar de su extravíos e irregularidades. O quizás fue gracias a eso, por ese lanzamiento sin red, sin importarle el desequilibrio. A partir de aquí, “Los Amores Imaginarios” no hizo más que acrecentar mi adhesión hasta que tuvimos una crisis severa con “Laurence Anyways”. Falsa alarma. “Tom à La Ferme” permitió que me reconciliara, un sorprendente giro de timón que revitalizó su cine con energía e ímpetu. Al fin y al cabo, su cine se fragua entre relaciones malsanas, círculos viciosos y dependencias severas. La que yo tengo con Dolan. Perdón, con su cine.