Ya casi llegamos al final de nuestras listas… Así que ojito a los que para nosotros han sido los mejores discos internacionales de este año 2015.
Pocas veces un número 1 está tan claro en nuestras listas como el disco internacional de este año… Y tenemos que decir que nos resulta muy sorprendente porque, a priori, no ha sido un disco rompedor ni innovador ni sorprendente: simple y llanamente, ha sabido llegar a todo el mundo. Pero no desvelemos ya el número 1, porque todavía nos queda mucha lista que descubrir. Muchísima.
Y este año, además, viene más variada que nunca. Lo veréis vosotros mismos cuando la carrera hacia el número 1 se vaya acelerando y os deis cuenta de que nuestra lista no se circunscribe a ningún género en concreto. Más todavía: tampoco paga tributo a ningún tipo de ídolo, así que ya veréis que algunos de los discos de artistas clásicos no están precisamente en los primeros puestos.
Pero no nos entretengamos, que ya se sabe que este texto introductorio no se lo lee nadie y lo que la gente quiere es meterse de lleno en la lista de los que, a entender de la buena gente de Fantastic Plastic Mag, son los mejores discos internacionales del año 2015. Y, por cierto, si no ves alguno en concreto, no es un desliz: es que no hemos considero oportuno meterlo.
50. «EMOTION», de Carly Rae Jepsen. Quizás la mayor virtud de Carly Rae Jepsen es que parece tomarse muy en serio su tarea de no tomarse muy en serio. Sea por eso, sea por lo que fuere, su flamante “Emotion” ensombrece de forma majestuosa hasta prácticamente ridiculizar cualquier otro disco de pop que se ponga por delante suyo en los últimos meses, desde por supuesto la mamarrachez del “Rebel Heart” de Madonna hasta el agradable aunque levemente decepcionante “Every Open Eye” de Chvrches. Porque, sí, “Emotion” es el “True Blue” de este siglo, aunque no haya vendido una mierda. “Emotion” suena a todo lo que debió sonar “1989” de Taylor Swift. “Emotion” demuestra que la radiofórmula no estaba muerta, está de parranda, en una fiesta a la que la triste de Adele no está invitada, con una petaquita llena de Jägermeister escondida entre camisetas de tirantes y sudaderas oversized. Así, “I Really Like You” y “Gimmie Love”, con su melancolía de mercadillo y menarquia, “Run Away With Me” y “Emotion”, tan añejas y a la vez tan modernas, o la imparable “Your Type” nos ponen sobre aviso de que estamos ante una obra epidérmica pero perpetua, que retrotrae a la primera Mariah Carey, a Paula Abdul, a Whitney Houston antes de casarse con Bobby Brown. “Emotion” es como la máquina de feria de “Big” (Penny Marshall, 1988), que nos hace ver desde un cuerpo adulto lo que en realidad queremos seguir disfrutando como niños. Una jodida maravillita. [David Martínez de la Haza]
49. «MUSIC COMPLETE», de New Order. “A la vejez, viruelas”. Refrán típicamente español al cual, en su traslación inglesa, debieron de recurrir Bernard Sumner y sus históricos compañeros de New Order (Stephen Morris y Gillian Gilbert; no así, naturalmente, el huido en 2007 Peter Hook) antes de abordar la elaboración de nuevas canciones desde las que habían compuesto para su anterior álbum de estudio, el lejanísimo “Waiting For The Sirens’ Call” (Rhino, 2005) -no contamos “Lost Sirens” (Rhino, 2013) al estar integrado por descartes del mismo-. Porque los mancunianos -y, en concreto,Sumner– quizá pensaron que, para adaptarse a los tiempos actuales y no resultar desfasados, tenían que empaparse de sonidos modernos (o, si lo prefieren, modernizados). Ese es, teóricamente, el espíritu de su noveno trabajo, “Music Complete” (Mute, 2015), que sugiere que la totémica banda no ha tenido ningún complejo a la hora de intentar renovar su aspecto musical -en contraposición al gráfico, ya que su portada viene firmada otra vez por Peter Saville-, según cánones contemporáneos. Aunque en el proceso tampoco dudaron en rebuscar en su propio legado para desempolvar esquemas ya seguidos en el pasado y no desorientarse por el camino. [leer más]
48. «MAKING TIME», de Jamie Woon. “Making Time” suena mucho más natural que “Mirrorwriting“. Aquí se nota que Woon no imita a nadie ni intenta seguir el ritmo de los tiempos: simple y llanamente, lubrica a la perfección el aparato sexual del crooning r&b clásico y, así, sin más, lo borda. Al fin y al cabo, la producción nítida y cristalina de este disco permite que brille la verdadera protagonista de todo esto, que no es otra que la propia voz de Jamie. Puede que las canciones no sean revolucionarias ni, a priori, sorprendentes… Pero es precisamente esa falta de pretensiones lo que cierra a la perfección canciones como “Movement” (con su toque de funk trotón), “Sharpness” (o lo u que es lo mismo: la definición de diccionario de “coolness musical”), “Thunder” (y sus aromas de improvisación jazz), “Dedication” (como cierre cálido pero nunca hirviente) o “Celebration” (con un juego de voces y un mood que se te queda debajo de la piel). Aquella barba de mierda debería habernos advertido: Jamie Woon no era tan cool como James Blake ni iba a tener una carrera como la de él. Por el contrario, desapareció del mapa durante una temporada y regresa ahora en unas coordenadas musicales cercanas en las que, por fin, suena a Jamie Woon. Al cien por cien. ¿Cómo no rendirse ante alguien que, después de haber pretendido ser otra persona, por fin se abre la pechera de la camisa y te enseña toda su desnudez? [leer más]
47. «BEAUTY BEHIND THE MADNESS», de The Weeknd. La clave aquí parece ser “Kiss Land” (Republic, 2013), ese disco en el que Tesfaye se comportó como si fuera a salvar el mundo de la música moderna y que acabó por interesar a su madre, a su padre… y para de contar. Un batacazo como aquel pone a cualquiera en su sitio, eso no lo puede negar nadie. Y de aquella cura de humildad parece nacer un ejercicio de depuración que germina en este “Beauty Behind The Madness” (Republic, 2015) en el que las constantes vitales de The Weeknd siguen haciendo acto de presencia, claro, pero en el que el artista suelta mucho lastre y, sobre todo, muchas pretensiones: su personaje bigger than life, ese pendenciero que no te lo crees a no ser que pongas mucho de tu parte, sigue siendo el principal protagonista de esta función, y sus rimas siguen sonando grandilocuentes y peliculeras, pero lo que envuelve a boca y persona, la música, las canciones, todo suena más medido, más ajustado, más acertado. [leer más]
46. «HAIRLESS TOYS», de Róisín Murphy. Puede que la complejidad de las canciones palidezca al lado de los geniecillos elecrónicos con los que la Murphyestaba acostumbrada a trabajar y, de hecho, también puede que la mayor parte de canciones tengan menos de construcción intrincada y más de exploración de una única idea a la que se le va dando vueltas y en la que con cada nueva vuelta se descubre algo nuevo. Al fin y al cabo, “Hairless Toys” es precisamente eso: un disco mucho más psicológico que físico. Un disco que transmite a la perfección todas las inseguridades circulares y repetitivas, todos los discursos de derrumbe del ego en los que nos sumimos cuando nuestras expectativas se van al traste y cuando, peor todavía, sentimos que no hemos estado a la altura de las expectativas de los que nos rodean. Ahora bien: ¿existe retruécano más elecuente que esto de acabar pasándote por el forro las expectativas de los demás disertando sobre cómo no has cumplido (ni volverás a cumplir) con sus expectativas? [leer más]
[/nextpage][nextpage title=»Del 45 al 41″ ]45. «BORN IN THE ECHOES», de The Chemical Brothers. Lo único jodido de escuchar un álbum como este es que alguien podría criticarlo desde el flanco de que, en ocasiones, no suena a paquete homogéneo, sino a continuas concesiones de The Chemical Brothers hacia sus sonidos del pasado. La dureza a lo “Dig Your Own Hole” (Astralwerks, 1997) brilla como hacía años que no escuchábamos en temazos como “Sometimes I Feel So Deserted” o la inconmensurable “EML Ritual“. Los ecos (nunca mejor dicho) de “Hey Boy Hey Girl” resuenan en clásicos instantáneos como “Under Neon Lights“. La psicodelia y el acid house para la era digital circa “Surrender” (Astralwerks, 1999) sigue siendo uno de los corazones que más fuerte laten en el disco gracias a cortes como “I’ll See You There” (aunque esta tiene un punto al burraquismo de “Setting Sun“) o “Reflexion“. Las concesiones al hip-hop de laimprescindible “Galvanize” laten poderosamente en “Go” y en “Born In The Echoes“. E incluso hay momentos para ese pop vocal que en el caso de los hermanos químicos siempre ha servido de bálsamo curativo, en esta ocasión con el dulce cierre de “Wide Open“. [leer más]
44. «NEW ALHAMBRA», de Elvis Depressedly. Pese a no tener nada de “long” (el LP no llega ni a los veinte minutos de duración), en el caso específico de Elvis Depressedly es el trabajo más largo que el de Carolina del Sur ha compuesto y, sin duda, el más coherente. Quizás se debe al hecho que, pese a haber contado ya con ella en su anterior trabajo junto a muchas de las colaboraciones habituales de Elvis Depressedly, este es el primer disco compuesto en su totalidad junto a su novia Delaney Mills (aprovechamos para recomendar la versión del hitazo de Alice Dj “Better Off Alone” que se marcaron el año pasado), quien se ocupa principalmente de los teclados y la batería. Eso y que hay una serie de transiciones entre canción y canción a base de pequeños fragmentos de cosas que, en sus propias palabras, les inspiraron durante todo el proceso compositivo del disco: ecos de infancia, clips pro-wrestling y tele-evangelistas. Así, “new alhambra” acaba convirtiéndose en, si no una historia, por lo menos en una manera muy compacta de transmitir una idea: el juicio final se acerca y nadie va a quedar impune. Sin duda, el hecho de contar con otra persona en la totalidad del proceso creativo ha permitido a Mat Cothran dar un paso más adelante en su proyecto off-Coma Cinema, que ha dejado de sonar a Teen Suicide (léase esto sobre todo literalmente: “new alhambra” ya no suena a adolescentes deprimidos, experimentación con drogas y problemas familiares). [leer más]
43. «CARACAL», de Disclosure. Que conste que esta es una de esas reseñas que duele escribir. No porque “Caracal” (Island, 2015) sea un mal disco, ni mucho menos. Sino, básicamente, porque hay quien aquí ha venido a hablar de su libro, pero yo aquí había venido a hablarles a ustedes del Segundo Advenimiento de Disclosure como salvadores de la música del siglo 21… Y no va a poder ser. Aun así, y antes de seguir con esta reseña, permitidme una aclaración: voy a ser incapaz de desprenderme durante la escritura de este texto del hecho de que, en su momento, fui muy fan de “Settle“(Cherrytree, 2013) por lo que tiene de puntal visible de un sonido que, a día de hoy, todavía no ha sido superado ni en amplitud de miras ni en elegancia de puesta en escena. Así que tenedlo en cuenta. Y seguid leyendo bajo vuestra cuenta y riesgo. [leer más]
42. «COMMUNION», de Years & Years. Cabría esperar la típica maniobra de disco de debut: ya tenemos tres hits, ahora le metemos siete canciones de relleno y a vender como si no hubiera un mañana. Lo de “Communion“, sin embargo, no tiene nombre: en el primer tema aprieta el acelerador y ya no lo levanta hasta el último. Las pildorazos de pop pluscuamperfecto se van sucediendo a velocidad de vértigo sin necesidad de aplicar ni variaciones ni complicaciones (eso ya lo pediremos en el segundo disco): “Real“, “Gold“, “Worship“, “Shine“, “Border“… Y, entre medias, las necesarias baladas para ir desengrasando. La voz de Olly Alexander se revela como un director de orquesta fascinante, carismático y poderoso, mientras que la música sabe impulsar las canciones hacia adelante sin necesidad de recurrir a trucos baratos (el EDM que está salvando la vida de las viejas divas pop). Sí. Lo hemos escuchado mil veces. Y, efectivamente, no nos va a cambiar la vida. Pero, como buenos aficionados al pop que somos, podemos permitirnos ponernos un poco drama queens y afirmar que, a veces, la vida puede con nosotros. Que, a veces, si escucháramos otro chillido más de Joanna Newsom o una paranoia más de Oneohtrix Point Never, moriríamos trágicamente como Marion Cotillard al final de “Batman. Dark Knight Rises“. Es entonces cuando el pop de discos como “Communion” nos salva la vida. [leer más]
41. «CURRENTS», de Tame Impala. Una vez que se destripa “Currents”, esa intención se diluye, sobre todo si se compara con los resultados obtenidos por compañeros de ola como Unknown Mortal Orchestra, que siguieron un plan similar para dar un verdadero salto sintético en “Multi-Love” (Jagjaguwar, 2015). Es más, en “Currents” el rock bañado en ácido característico de Tame Impala se destila para llegar a las que, se supone, son las auténticas pasiones de Kevin Parker: el pop meloso de los 70 (“The Moment”, “The Less I Know The Better”) y el rock sinfónico baladístico de la misma década y principios de los 80 (“Yes I’m Changing”, “’Cause I’m A Man”) sintetizados en su particular laboratorio. En los pliegues de estos sonidos, las melodías azucaradas y adhesivas -hasta tal punto que, a veces, es imposible quitárselas de la cabeza (¿eso es bueno o malo?)- arropan reflexiones sobre sentimientos rotos y perdidos (échenle la culpa a Melody Prochet…). “Eventually” representa la cumbre de este proceso de caramelización sonora y lírica, un híbrido actualizado de “I’m Not In Love” de 10cc y “I Wanna Know What Love Is” deForeigner. Luego, el r&b futurista y la melancolía cósmica rematan un envoltorio deluxe (tan perfecto que parece obra de un Kevin Shields versión 3.0) diseñado para derretir las conexiones neuronales y hacer levitar el cuerpo. [leer más]
[/nextpage][nextpage title=»Del 40 al 36″ ]40. «COMING HOME», de Leon Bridges. No es nada fácil intentar ser la reencarnación de Sam Cooke, Al Green y Otis Redding juntos y no parecer un jodido cantamañanas en el intento. Leon Bridges no tiene la fuerza de aquellos grandes, ni desarmará a las damas con su arrebatadora pasión como hacían ellos, pero es smooth, es elegante, tiene clase y savoir faire. El chico tiene un don. Y sobre todo, más allá del estilo que incluso cuenta con la típica ligera distorsión de aquellas grabaciones de los 50, tiene buenas canciones. “Coming Home” huele a sempiterno, uuuhs y aaahs incluidos y una batería que parece sacada de alguna casette de Phil Spector. “Smooth Sailing” tiene poco que envidiar al mejor soul de toda la vida, es algo que hemos escuchado miles de veces, pero está tan bien hecho, tan cuidado, posee un gancho tan irresistible, que se le perdona tener la indecencia de sacar de la tumba a gente que tuvo su momento hace mucho tiempo. Bridges no se merece que se le considere un mero imitador. Un par de discos como este y, quizá, se le empezará a tratar como uno de los grandes a él también. [Rodrigo Núñez]
39. «ANOTHER ETERNITY», de Purity Ring. La belleza infinita y subyugante de “Another Eternity” surge precisamente de un delicioso choque de contrarios: mientras Roddick se dedica a explorar las catapultas del rave noventero (entre otros géneros) a la búsqueda de sonidos maximalistas bien de bombo, James opta por darle cremita a nuestras heridas con una voz que es lo más parecido que nos vamos a encontrar en nuestras vidas a un masaje de una hora perpetrado por la tailandesa más experimentada. Y, sí, es un masaje con final feliz. Las nuevas canciones de Purity Ring son como una hostia bien dada en medio de un polvo dulce y maravilloso: un contraste de contrarios que hace que uno y otro se intensifiquen y se multipliquen de forma exponencial. Si nos ponemos en plan estrictamente referencial y musical, podremos dejarlo en que “Another Eternity” es el disco que deberían lanzar un súper grupo formado por Blue Hawaii y Chvrches después de haber pasado todos juntitos y revueltos una tarde feliz en una mazmorra de sadomaso. [leer más]
38. «THE MAGIC WHIP», de Blur. No hay nada mejor que montar una gira de retorno, entregar alguna canción suelta y disparar los rumores de grabación de nuevo disco para testar el pulso real de un grupo recién salido de un auto-impuesto estado de hibernación. A partir de 2009, Blur siguieron esos pasos a rajatabla (con Coxon otra vez a bordo) hasta llegar a la situación en la que se encuentran en este instante: con “The Magic Whip” (Parlophone, 2015) recién salido del horno. Aunque el álbum nació fruto de la casualidad: como relata la moraleja de “Match Point” (Woody Allen, 2005), ¿qué hubiera pasado si la pelota lanzada en un estudio de Hong Kong durante la pausa de su tour asiático para probar sensaciones hubiera caído en campo propio y no en el contrario? Pues que Coxon no habría llamado a Stephen Street -el hombre que había producido los trabajos de su época dorada- para dar forma al material registrado y rematar la faena. Así de simple. [leer más]
37. «NATALIE PRASS», de Natalie Prass. Natalie Prass, que es de Richmond, Virginia, pero que ha hecho carrera musical en Nashville, es, como Nashville, quintessential american. Tanto como Dolly Parton, Joan Baez y Joni Mitchell. Tanto como Disney, el prom y la tarta de manzana. Su falta de originalidad, lo que no tiene de pretencioso, lo que carece de ambición por convertirse en una voz que pase a la historia, lo suple con nueve canciones que son pura miel en los labios. Un carnaval de nostalgia y música atemporal. En su álbum de debut no falta ni el gusto exquisito en los arreglos de sus ilustres antepasados, ni la elegancia de aquella época en que los estudios no estaban obsesionados por comprimir la forma de onda en la mayor cantidad de decibelios posibles. Aquí hay nueve composiciones de terciopelo por donde vuela la brisa de los mejores perfumes, donde lo único que pesa es el enorme corazón que se ha dedicado en la confección de tan refinado trabajo. Un consejo: si no sabes qué comprarle a tu madre por Navidad, regálale Natalie Prass. Seguro que le encanta. Y lo digo como un cumplido. [Rodrigo Núñez]
36. «HONEYMOON», de Lana del Rey. Para situarnos, utilicemos dos indicadores que la del Rey ha ido diseminando en la previa del lanzamiento de “Honeymoon” (Interscope, 2015) y que no tienen nada que ver con su música directamente. El primero de ellos sería el videoclip de “High by the Sea“, en el que esa misma niña que lleva ya más de media carrera protestando y lloriqueando por cómo le tratan los medios decide venirse arriba en un acto de empoderamiento femenino maravilloso y liarse a tiros con los paparazzi que viajan en un helicóptero. Bien. A Lana siempre le han sentado mejor las muestras de fuerza que las de debilidad. Y a esto hay que sumar el hecho que, después de la casi fantasmática portada en borroso blanco y negro de “Ultraviolence“, “Honeymoon” recupera no sólo los colores y la alta definición, sino el look de diva en su full glamour. Decisiones que hablan por sí mismas. [leer más]
[/nextpage][nextpage title=»Del 35 al 31″ ]35. «WITHOUT MY ENEMY WHAT WOULD I BE», de Made in Heights. La verdad, no sé qué es más jodido, que todo el mundo espere como agua de mayo que lances tu primer disco para que este se convierta en el epítome de un género musical en boga y que al final resulte que la cosa se quede en bluff; o que, por el contrario, tengas entre tus manos un discarral tremendo que sabes que podría ser el epítome de ese mismo género nuevo y que, a la vez, seas consciente de que a nadie le va a importar un fóquinpimiento porque, mientras tú estabas ahí picando piedra, todos los ojos estaban puestos en aquella otra banda que al final fue un bluff tremendo. Pero, bueno, que mejor dejo de marear la perdiz y mostrarme tan misterioso y le pongo nombres propios a este primer párrafo, ¿verdad? Allá vamos: el primer caso es, evidentemente, el de AlunaGeorge; y el segundo es, no tan evidentemente, el de Made in Heights. Y si digo que este segundo caso no es tan evidente es precisamente porque el dúo lanzó su disco “Without My Enemy What Would I Do” (Heights, 2015) hace ya unos meses y no le ha prestado atención ni el tato. Si buscas en los principales medios extranjeros, verás que casi ninguno de ellos se ha dignado a reseñarlo. Ahora bien, los que lo han reseñado, lo han hecho siempre endilgándole notas de pura excelencia. [leer más]
34. «LATE NIGHTS: THE ALBUM», de Jeremih. Puede que Drake pueda fardar de haber facturado la canción nu-r&b del año, esa maravillosa «Hotline Bling» que muchos erran al considerar algo de risa y que es un arma de destrucción masiva surgida de la mezcla del r&b y los ritmos latinos. También puede que la mixtape de Drake sea de lo mejorcito de este 2015… Pero el premio absoluto al mejor disco de nuevo r&b de estos doce meses ha ido a parar sin lugar a dudas a un lanzamiento tardío: «Late Nights: The Album«, de Jeremih. El chaval ya nos había advertido de que algo muy gigante tenía en el horno con absolutamente todas las canciones que iba editando (Soundcloud es su reino, y él lo sabe). Pero ni eso podía ponernos en situación de cara a lo tremendo de «Late Nights: The Album«: literalmente, una colección de relatos nocturnos repletos de buenorras, drogas y mucho pimpin en compañía de los amigos adecuados. Hay momentos para ponerse bizcochón y otros para ponerse jincho, pero al fin y al cabo habrá que considerar el disco de Jeremih como una especie de pantonera emocional de todos los estados anímicos noctívagos que han primado en este año 2015 (y en toda esta década, ¿o me equivoco?). [Raül De Tena]
33. «ENTIRELY NEW BLUE», de Chad Valley. Existe una mística inexplicable en torno a los discos de ruptura. “Blue” (Reprise, 1971) de Joni Mitchell, “Back to Black” (Universal, 2006) de Amy Winehouse, “In The Wee Small Hours” (EMI, 1955) de Frank Sinatra, “For Emma, Forever Ago” (Jagjaguwar, 2008) de Bon Iver, “Shoot Out The Lights” (Hannibal, 1982) de Richard y Linda Thompson, “The Visitors” (Polydor, 1981) retratando la ruptura de las dos parejas de ABBA, el hecho de que Taylor Swift se haya convertido en la puta máster del universo en lo que a break up albums se refiere… Y, claro, “Rumours” (Warner, 1977) de Fleetwood Mac. Por encima de todas las cosas. Ninguno de estos discos tiene absolutamente nada que ver con el resto. Y, precisamente por eso, “Entirely New Blue” (Cascine, 2015) de Chad Valley también es imposible de relacionar con esa ristra de clasicazos. Ya lo decía Tolstoi en “Anna Karenina“: “Todas las familias felices se parecen entre sí; las infelices son desgraciadas cada una a su propia manera“. Una forma como cualquier otra (bueno, no, más bien la forma más magistral posible) de decir que la felicidad es una emoción plana pero, por lo contrario, la tristeza tiene diferentes capas que pueden presentarse y vivirse de formas muy diferentes. Por eso todos los discos de ruptura son diferentes, porque cada uno de sus autores vive la tristeza de ese momento en particular de una forma única, personal e intransferible. [leer más]
32. «FRESH BLOOD», de Matthew E. White. Escuchar “Fresh Blood” es pasear por la historia del soul, del rock y del folk. Es recibir ecos de los clásicos en su versión moderna, al estilo de Father John Misty o los primeros discos de Josh Rouse. Es disfrutar de una producción muy cuidada y perderse por sus recovecos en forma de instrumentos de viento, crescendos de batería y armonías trabajadas al milímetro. Pero, y ojo que ahora viene la parte negativa, también puede causar cierta sensación de déjà vu. No sólo porque su música es deudora de referencias que todos hemos escuchado, sino porque, en sí mismo, “Fresh Blood” tiende a utilizar los mismos recursos en varias de sus canciones. Aunque, como dice el propio Matthew E. White, “Everybody likes to talk shit”. Así que es muy probable que le importe una mierda mi opinión… Él seguirá viajando a través del tiempo para traernos souvenirs impagables. Y debemos estar agradecidos por ello. [leer más]
31. «ASUNDER, SWEET & OTHER DISTRESS», de Godspeed You! Black Emperor. Lo que más llama la atención de “Asunder, Sweet and Other Distress” (Constellation, 2015) es su extremismo. La tan manida fórmula del post-rock es sublimada en dos partes bien diferenciadas: A y B. Los temas no discurren por las típicas bajadas y subidas de intensidad, sino que la montaña rusa se ha convertido en un afilado acantilado: si no te encuentras en la cima, es que te has caído al abismo. Con esta marcada dualidad ya experimentaron en “Allelujah! Don’t Bend! Ascend!” (Constellation, 2012), pero ahora los cortes guitarreros son aún más guitarreros, y los cortes atmosféricos, aún más atmosféricos. En “Peasantry or ‘Light! Inside of Light!’” nos conducen hasta el éxtasis a lo bestia, a empujones y no a través de la emoción. Como hace tres años en “Mladic“, vuelven su mirada a Oriente Medio como inspiración melódica (¿quizá utilizando su sempiterno conflicto bélico para subliminalmente meternos el susto en el cuerpo?) y suenan más doom metal que nunca; se oyen ecos de Swans, y un aire blues del último Nick Cave. [leer más]
[/nextpage][nextpage title=»Del 30 al 26″ ]30. «ZENITH», de Molly Nilsson. Parafraseando a La Mafia Del Amor y, aunque está claro que los de Yung Beef no se refieran a la artista sueca (pequeño apunte: no sabemos qué le dan en Suecia a los niños para desayunar, pero la cosecha del país escandinavo en cuanto a pop con toque electrónico se refiere es maravillosa: baste pensar en grupos como The Radio Dept. o The Though Alliance) en FPM estamos to puestos de Molly, Molly, Molly, Molly Nilsson: y es que la chica hace de todo, y todo lo hace bien. Escribe, graba y produce sus propias canciones; dirige sus propios videoclips, diseña su propio artwork y tiene hasta su propio sello, Dark Skies Association. Tras publicar en 2008 aquel soberbio “These Things Take Time”, la cantante afianzada en Berlin ha vuelto a apuntarse un tanto con su trabajo más reciente, “Zenith”. Personalmente, no creemos que esté a la altura de su primer disco, pero es innegable que este nuevo LP contiene como mínimo un gran puñado de temazos, del que canciones como “1995” o “Lovers Are Losers” son sólo una muestra. Además, las bases más alegres y bailables que recorren todo “Zenith” son un pequeño paso adelante y acertado respecto a todos sus trabajos anteriores, y eso siempre está bien. [Patri Di Filippo]
29. «SOMETIMES I SIT AND THINK, AND SOMETIMES I JUST SIT», de Courtney Barnett. Muchos buenos músicos tienen buen oído. Pero sólo algunos buenos músicos tienen buen ojo: esa aguda capacidad de observación que separa al mero trovador del cuentacuentos, del comentarista social, del filósofo urbano. Con su primer LP “Sometimes I Sit and Think, and Sometimes I Just Sit” (Mum + Pop Music, 2015),Courtney Barnett viene a confirmar lo que ya iba prometiendo en sus EPs: que es una ácida observadora de las pequeñas penas y grandes retos de nuestro tiempo, dotada de una inteligencia y fina ironía proto-hipster que sólo rivaliza con la fuerza de sus melodías. Sin su peculiar voz, sus canciones no tendrían sentido, y viceversa. Si tuviera que mirar atrás y volver a un momento de esa pesadilla dantesca que es la pre-adolescencia, me quedaría con la primera vez que vi a Sheryl Crow cantar “All I Wanna Do”. Cantar… o recitar, más bien. No sóloCourtney Barnett parece imitar esa lánguida forma de expresarse que no sabes si está cantando o te está diciendo alguna chorrada metafísica tirada en el sofá, cerveza en mano. También rescata ese sonido tan noventero que va desde la despreocupada perspicacia de Pavement al pop aguerrido de Courtney Love. Barnett, nacida en el 88, se declara fan de Nirvana y en algún sitio la he visto comparada con Kurt Cobain. Vamos a ver… no. Aunque la influencia grunge es indudable y Barnett no deja de nadar en un mar de dudas existenciales, la de Melbourne es, en el fondo, el prototipo de millenial. Dura y tierna; insegura y vehemente; demasiado lista para querer cambiar el mundo; demasiado pasota para querer dejar de seguir viviendo en él. [leer más]
28. «AT LEAST FOR NOW», de Benjamin Clementine. Después de escucharlo, podemos decirlo alto y claro: sí y rotundamente sí. “At Least For Now” no solo confirma al inglés como un cantante de primer orden, de esos que aparecen muy de vez en cuando, sino que además muestra su impresionante capacidad para crear composiciones de corte clásico, en las que caben muchísimas referencias: desde la música de cámara de Antony & The Johnsons hasta la pasión de Nina Simone, pasando por la épica controlada de un primerizo Patrick Wolf o el lirismo de Benjamin Biolay. Sin embargo, deberíamos dejar de etiquetarle como “El nuevo Antony” o “El relevo de Nina”. Porque Clementine tiene su propia personalidad. Vaya si la tiene. [leer más]
27. «WHAT A TERRIBLE WORLD, WHAT A BEAUTIFUL WORLD», de The Decemberists. Atención, esto último es quizás el más evidente talón de Aquiles de la notable obra de The Decemberists: una extensión que a veces resulta caprichosa y que disuelve discretamente las múltiples virtudes emocionales del disco. Virtudes que, no obstante, ahí están a pesar de todo. Porque durante la escucha de “What a Terrible World, What a Beautiful World” se intuyen capacidades balsámicas que finalmente afloran irremisiblemente en esa “A Beginning Song” que irónicamente cierra el disco en un crescendo de lágrimas tan precisas como sinceras. Y es queColin Meloy sigue tan certero como siempre a la hora de crear imágenes apabullantes con sus letras a lo largo de las canciones del álbum, como en esa antes mencionada “Cavalry Captain”, que yo retomo aquí para cerrar la reseña porque quise hacer de este texto una llamada de auxilio emocional y lo que apenas conseguí fue robaros cinco minutos de vuestra vida en apenas seiscientas palabras. [leer más]
26. «MULTI-LOVE», de Unknown Mortal Orchestra. A juzgar por el aspecto global del tercer largo de Unknown Mortal Orchestra, “Multi-Love”(Jagjaguwar, 2015), da la sensación de que Ruban Nielson deseaba llevar a un nivel superior su propuesta, sobre todo en lo que se refiere a la disposición de su sonido: el anterior lo-fi mutante se transforma en una alta fidelidad bien encauzada que permite que el característico estilo del trío no se pierda en el proceso; y se añaden, convenientemente administrados, elementos electrónicos y teclados (con la titular “Multi-Love” como súmmum de este cambio) que enriquecen sus ya de por sí exuberantes canciones. A partir de esa base, el neozelandés aprieta el botón de forward para pasar de los 60 a los 70 y coquetear con un género como el rock AOR de aquella década en “Like Acid Rain”; y después, a los 80, para incluir una sorprendente trompeta en la galáctica odisea prog-pop“Extreme Wealth And Casual Cruelty”. [leer más]
[/nextpage][nextpage title=»Del 25 al 21″ ]25. «WHY MAKE SENSE?», de Hot Chip. Supongo que, a grosso modo, un disco que quieres volver a ponerte es ese en el que por lo menos la mitad de sus canciones se te quedan dentro de alguna forma u otra… Y Hot Chip nunca pasaron de conseguir que un tercio de los suyos fueran perdurables. A lo sumo. Pero precisamente por eso brilla “Why Make Sense?“. Bueno, por eso, por remitir en su título directamente hacia Talking Heads y también por traer a la cabeza una imagen bien poderosa: la banda deteniéndose, mirando al horizonte, preguntándose “¿por qué obsesionarse con que lo nuestro tenga sentido?” y decidiendo hacer un extreme makeover que les regrese directamente a “Coming on Strong“. Es esta una depuración que brilla en temas como “Easy to Get” (con ese bajo como espina dorsal, con esos sintetizadores burbujeantes, con esos fraseos fardones de Goddard), en la balada “So Much Further To Go” o, sobre todo, en la que probablemente es la nueva cima creativa de Hot Chip: esa “Love is the Future” que se abre como la música perfecta para un videojuego de los 90, pronto se convierte en el tema que hace varias temporadas que Pet Shop Boys sueñan para acercar su “Behaviour” (EMI, 1990) al siglo 21 y que, tras un rapeado muy brit, estalla en un grand finale optimista y buenrollero que no le hace ascos ni a los violines. [leer más]
24. «EVERY OPEN EYE», de Chvrches. El dilema del segundo disco” suele definirse en oposición a su antítesis, que vendría a ser “el éxito (improbable pero peregrinamente plausible) del segundo disco”. ¿Qué necesitamos para considerar un segundo disco como un verdadero éxito? Podría hacer aquí una bonita enumeración, pero os lo voy a poner sencillo y claro: para que un segundo disco sea considerado un éxito necesitamos que nos envuelvan la misma mierda pero con diferente lazo. Así de sencillo. Así de coprófago. Pero es que es lo que hay: necesitamos la misma mierda, pero necesitamos también algún tipo de variante con la que podamos justificar que no estamos comprando dos veces lo mismo. Que no somos asiduos del “pan con pan comida de tontos”. Una vez aclarado todo lo dicho, llega la pregunta ineludible: ¿qué tipo de segundo disco es “Every Open Eye” (Glassnote, 2015)? A lo que yo responderé con otra pregunta: ¿qué tipo de respuesta queréis? Si queréis una respuesta objetiva y periodística que justifique que estéis leyendo mi opinión y no la de vuestro cuñado enFacebook, la verdad es que tendré que quedarme mudo. Porque, al fin y al cabo, no creo que Chvrches pretendan que nadie se los tome como un acto intelectualizado que pretenda cambiar la orografía de la música del siglo 21. Cualquiera que haya asistido a algún concierto de la banda de Lauren Mayberry lo sabe de sobras: lo de esta gente es la diversión, el hedonismo, el baile, el sudar hasta que no te quede ni una gota. Y eso es de lo que va “Every Open Eye“. [leer más]
23. «PLATFORM», de Holly Herndon. La experiencia definitiva en lo que respecta a la visión artística de Holly Herndon la vivimos en aquel ¿concierto? en el pasado Sónar, con Herndon acompañada de su inseparable Mat Dryhurst elaborando proyecciones y con el / la performer Colin Self manteniendo un diálogo de aullidos y baile con la artista. A falta de poder cosificar ese recuerdo, la proyección tangible de aquel evento queda de alguna forma manifiesta en este “Platform”, delirio de polirritmias y polimorfismos absolutamente brillante, grotesco en su grandeza, ridículo en sus ambiciones y, sin embargo, inapelable en su triunfo. En este disco, las formas más reconocibles en cuanto a la estructura clásica de canción, como por ejemplo en “Morning Sun”, quedan igualmente deformadas por el pálpito de las arritmias y el rastro de voces disonantes que sirven como coros desdibujados. El grueso del disco, no obstante, se adentra en terrenos a priori más áridos pero también más apasionantes. Así, cortes como “Locker Leak” (trampantojo de dubstep enfermo), “Chorus” (que remite a las composiciones más emocionales de Richard D. James) o el cierre con la maravillosamente impactante “New Ways To Love” terminan por imponer su preciosa tiranía a la hora de cimentar en nuestra memoria. Extenuante e ilimitado, “Platform” debería definir 2015 en lo musical. [David Martínez de la Haza]
22. «B’LIVE I’M GOING DOWN…», de Kurt Vile. Todos deberíamos amar a Kurt Vile. Jóvenes, viejos, señores, señoras, niñas, niños. Todos. Su carrera va camino de convertirse en imprescindible para entender la música rock de raíz americana del siglo XXI. Para muestra, una canción: “Pretty Pimpin”, el tema que abre este “B’lieve I’m Going Down…” (Matador, 2015) resumiendo todas las virtudes del bueno de Kurt. Guitarras afiladas, melodía que no parece melodía y un aire general que respira tanto pasotismo como autenticidad. Quizás después el álbum se desinfla un poco, pero contiene canciones tan extraordinarios como la groovy “Dust Bunnies” o la introvertida “Wheelhouse”. Y es que, aunque el último disco de Kurt no sea su mejor obra (porque su mejor obra está por llegar), lo tiene todo para que volvamos a enamorarnos de este melenudo desaliñado. Así que, jóvenes, viejos, señores, señoras, niñas, niños: amad a Kurt Vile. Se lo merece y os lo merecéis. [Jordi Iglesias]
21. «NO CITIES TO LOVE», de Sleater-Kinney. En una entrevista reciente, las de Olympia, Washington, afirmaban que habían vuelto porque sentían que su antorcha no la había recogido nadie, y nada del rock’n’roll femenino y feminista actual les convencía demasiado. Para los novatos en el tema, Carrie Brownstein, Corin Tucker y Janet Weiss aparcaron en 2006 su carrera para dedicarse a otros menesteres (la excelente serie “Portlandia“, creada por Brownstein con Fred Armisen ya va por su quinta temporada), dejando para el final, eso sí, su obra magna: “The Woods” (Sub Pop, 2006) es, simplemente, espectacular. Por aquel entonces, Sleater-Kinney ya habían empezado a ser un poco menos riot, un poco menos grrrl, pero su despedida no podía acabar con más furia y poderío. Una auténtica montaña rusa que pasaba como una exhalación por todos los rincones del rock puro y duro: desde Led Zeppelin a Pixies. Y, ahora, tras su largo hiato, muchos nos preguntábamos con qué nos saldrían: ¿Su vena más experimental? ¿la más punk? ¿la más pop? Y la respuesta es todas ellas, y a la vez ninguna. “No Cities To Love” (Sub Pop, 2015) es especial porque recoge la esencia de todo lo que han sido y son el trío norteamericano. [leer más]
[/nextpage][nextpage title=»Del 20 al 16″ ]20. «100% ELECTRONICA», de George Clanton. Tras varios años produciendo canciones auspiciadas bajo el manto genérico del vaporwave con el alias de Mirror Kisses, George Clanton editaba este mismo año el glorioso y sorprendente “100% Electronica”. Incluyendo algunas de las canciones más recientes de su última etapa firmadas como Mirror Kisses (“Keep a Secret”, “Kill You In Bed”), “100% Electronica” es, irónicamente ante lo que nos sugiere su título, quizás el disco de pop puro más redondo del año, junto a “Emotion” de Carly Rae Jepsen. Abrumadoramente rico en matices, el disco de Clanton se convierte a las primeras escuchas en un material tan complejo como adictivo. Aquí se unen el tropicalismo gaseoso (“Wonder Gently”), la deconstrucción robótica del sonido 80s (“Innocence”, “Bleed”), el vaporwave de manual (“Never Late Again”) y un electropop desacomplejado y brillante (“Did I Flounder?”) para acabar conformando lo que parece un recopilatorio de las mejores cosas del mundo. Riéndose de necesidades y necedades conceptuales, el hilo conductor de “100% Electronica” parece ser el hedonismo, la felicidad a través de la música no sólo como destino sino como tránsito, a pesar de que no esconda matices levemente amargos. Un disco que a cada escucha parece enraizarse como uno de los hitos creativos más gozosos de 2015. [David Martínez de la Haza]
19. «ME», de Empress Of. Lo de The Knife fueron palabras mayores, sí, pero fueron unas palabras mayores que convivieron en el tiempo con otras dos vueltas de tuerca del género que, si no revolucionaron nada, sí que lo hicieron más divertido. Por un lado estuvo aquella tendencia a convertir el ritmo en algo maximalista casi cercano en intensidad al rave y que tuvo (y sigue teniendo) su máximo exponente en Chvrches. Por otro lado, el pop recorría el camino hacia la esquina contraria: convertir la rítmica en algo prioritario pero, a la vez, minimalista, frío, tan cortante como sonó, por ejemplo, en Kate Boy. Desde aquel entonces, poco ha cambiado: lo de The Knife sigue siendo insuperable, lo de Chvrches sigue más que vigente con un segundo disco que sube las apuestas en cuanto a rítmica rimbombante y, por último, lo de Kate Boy está ahí suspendido en el espacio y en el tiempo esperando a que alguien le saque punta. Por eso sorprende, al fin y al cabo, encontrar todo aquello que hizo excitante al pop hace un par de temporadas comprimido en una propuesta única: Empress Of parece haber hecho suyo lo de “un anillo para controlarlos a todos” y ha decidido explorar en su debut en largo la posibilidad de coger aquellas tres caras del siempre multifacético pop y meterlas en un único disco. En “Me” (Terrible, 2015) encontramos disquisiciones de complejidad arty a lo The Knife como esa puñetera y dulce locura que es “Threat” (permitid que deje esto a modo de apunte personal, pero esta canción me vuelve muy pero que muy loco por lo que tiene de catarsis que explota en esos estribillos ruidistas en los que Lorely Rodriguez canta “memories are a threat“), pero también hacen acto de presencia ritmos grandilocuentes a lo Chvrches como los de “Water Water” o usos más gélidos del ritmo a lo Kate Boy como “Need Myself“. [leer más]
18. «DEPRESSION CHERRY», de Beach House. Después de embarcarse en la superlativa aventura pop que significó “Bloom” (Bella Union, 2012), Beach Househan decidido retomar la fórmula sonora original con la que comenzaron a rozar el cielo con los dedos, en la que las estructuras rítmicas se difuminan, los contornos acústicos se evaporan y cada pieza se desprende de complejos adornos. Así, “Depression Cherry” (Bella Union, 2015), quinta estrella en la galaxia discográfica de Victoria Legrand y Alex Scally, no contiene la épica dulce encapsulada en píldoras de formas ampulosas como “Myth”,“Lazuli” o “New Year”. De hecho, da un gran salto atrás en el tiempo hacia el estilo minimalista y translúcido que el dúo esculpió durante la época pre-“Teen Dream” (Bella Union, 2010), aunque prolonga -sin pretender alcanzar su brillantez- la envoltura gaseosa y las brumas oníricas de la obra que impulsó al infinito la marca Beach House. Imagínense, pues, a Victoria Legrand introduciéndose en uno de sus sueños y susurrándoles al oído alegorías hipnóticas sobre la vida, la muerte, el amor y el desamor mientras Alex Scally los atrapa en su tela arácnida de delicada electricidad hasta llevarles a otro sueño. Sí, un sueño dentro de otro sueño. De este modo se definiría el vaporoso repertorio de “Depression Cherry” que, al contrario de lo que se podría pensar, no muestra trampantojos fantasiosos para engañar a su obnubilado receptor: títulos tan explícitos como los de la tríada inicial,“Levitation”, “Sparks” y “Space Song”, construyen un umbral hacia un universo paralelo al cual la propia Legrandinvita a acceder en el primer corte mencionado con la enigmática frase “There’s a place I want to take you…”. [leer más]
17. «ELAENIA», de Floating Points. En una reciente entrevista para Pitchfork, Sam Shepherd explicaba que la génesis de este disco está en un sueño que tuvo y en el que un pájaro se alejaba de su bandada para, a continuación, ser asimilado por el bosque. Cualquiera le habría buscado la explicación freudiana a este sueño, pero Shepherd más bien lo ligó a cómo funciona el Universo: cómo los átomos de los cuerpos muertos se re-asimilan en nuevos cuerpos en un eterno deambular que remite a esa gran máxima que a todos nos enseñaron en el colegio. Ya sabes: la materia no se crea ni se destruye, sino que tan sólo se transforma. Y esa es precisamente la máxima que vertebra “Elaenia“: un disco en el que es difícil extraer canciones como unidades (puede que esa maravilla landscapista en tres tiempos que es “Silhouettes (I, II & III)” o el choque abrupto que supone el cierre con “Peroration Six“) porque, al fin y al cabo, es un viaje único en el que una materia, la música, va transformándose en diferentes figuras, siempre fascinantes, siempre hipnóticas, que se van sucediendo en ataques y reposos graduales. Ataques para estimularte, reposos para darte tiempo de asimilar. Los atomos de las canciones de “Elaenia” siempre son los mismos, y es por eso mismo por lo que sorprende las formas diferentes en las que se van reordenando, ya sea en forma de abrazo o de puñetazo. “Elaenia” no tiene nada que ver con el músculo de las sesiones de Floating Points como dj, pero sin lugar a dudas es la exposición última de cómo funciona la cabeza de Sam Shepherd. [leer más]
16. «GARDEN OF DELETE», de Oneohtrix Point Never. El tinglado que ha montado Daniel Lopatin de cara al lanzamiento de «Garden of Delete» ha sido chico… Para empezar, el hombre dice que este disco no es suyo, sino que se lo entregó contenido en un USB un extraterrestre llamado Ezra (que, de hecho, es el protagonista de todas las canciones). Ezra, además de tener un blog en el que hay posts desde el año 1994, también es algo así como el padre de un género musical llamado hypergrunge que incluso tiene bandas destacadas como Kaoss Edge. Una jugada muy muy loca que, sin embargo, no corre el peligro de que los árboles no dejen ver el bosque: «Garden of Delete» (que no por casualidad se abrevia «GoD«) contiene una masterclass de deconstrucción de los sonidos del siglo 21, que van desde el IDM a lo Aphex Twin o Autechre hasta los fractales mentales, todo ello pasando por una revisión del EDM (sí, el EDM de Skrillex) que te obliga a mirar a este género con otros ojos. Si quieres saber cómo suena el cerebro de un chaval nacido en este siglo, lo único que tienes que hacer es darle al play a «Garden of Delete«. Ahora bien, ¿serás capaz de aguantarlo? [Raül De Tena]
[/nextpage][nextpage title=»Del 15 al 11″ ]15. «SLEEP», de Max Richter. La jugada del «Sleep» de Max Richter es muy fácil de explicar: el compositor ha realizado un disco de ocho horas de duración que está pensando para ser «escuchado» mientras duermes. Entonces, ¿cómo puede ser que un álbum pensado para ser consumido cuando estás en estado de inconsciencia se haya convertido en uno de los trabajos más importantes del año 2015? Porque, al fin y al cabo, a muchos de nosotros nos enseñaron que, para dormir, tenías que ponerte ruido blanco y otras gilipolleces new age, así que encontrarte con un disco que contiene canciones que son verdadero alimento para el alma es una sorpresa de la que cuesta sorprenderse. Algunos pensarán que es un disco fallido, porque es tan magistralmente bello que te mantiene despierto, a la espera de más, en vez de invitarte a dormir y hacer el viaje en su compañía. Pero, la verdad, si eres capaz de encontrar en algún otro álbum un total de ocho horas de música que sean capaces de hipnotizarte, de llevar tus emociones de un lado a otro, de ofrecerte una paz que a día de hoy no tiene precio, entonces dímelo. Aquí estoy. Esperando. Y aquí me puedo quedar. [Raül De Tena]
14. «VIET CONG», de Viet Cong. Han sido una de las sensaciones de la temporada, aunque es difícil encontrarle explicación. Su música no es precisamente fácil, los paisajes sonoros que ejecutan con milimétrica precisión son bastante perturbadores y no descarto que los ecos de la voz de Matt Flegel (ex-Women) hayan causado algún daño irreparable en mi cerebro. Pero hay algo extrañamente adictivo en Viet Cong. Algo que hace que te adentres sin temor en cada una de las piezas que forman su álbum de debut, a querer descubrir qué te depara el siguiente quiebro, a volverte más loco con sus penetrantes ritmos. Y lo peor es que, al final, acabas por encontrarle un sentido y lo disfrutas como hacía tiempo que no disfrutabas de ninguna banda nueva. ¡Y lo recomiendas a tus amigos! ¡Y lo eliges como uno de los discos del año! ¡Y te encanta hasta “Death”, un tema de diez minutos, alucinante y alucinógeno! ¡Que alguien llame ya al manicomio, joder! [Jordi Iglesias]
13. «FADING FRONTIER», de Deerhunter. Encarar la escucha de cada nueva obra firmada por Bradford Cox supone fijar con claridad en la mente un pensamiento previo: dada su infalibilidad como compositor y músico, el trabajo resultante supondrá un paso más en su aproximación a la genialidad dentro del universo pop-rock. Tal reflexión, envuelta en un halo de hipérbole que se diluye a base de hechos constatables, ha surgido una y otra vez a lo largo de la carrera del larguirucho de Atlanta, ya fuera en solitario bajo la denominación Atlas Sound o integrado en el seno de su grupo, Deerhunter. Especialmente durante el último lustro, tramo en el que se ha confirmado que la capacidad de Cox como alquimista sonoro con la habilidad suficiente para convertir cualquier material musical en metal precioso parecía no tener límites al comprobar su evolución en los álbumes “Halcyon Digest” (4AD, 2010), “Parallax” (4AD, 2011) y “Monomania” (4AD, 2013). De ellos quedémonos con el primero y el tercero, ya que esta vez corresponde seguir el rastro de Bradford Coxcon Deerhunter y ambos LPs pueden servir como referencia para abordar su séptimo disco, “Fading Frontier”(4AD, 2015)… o no. Porque uno de los principales rasgos que distinguen la personalidad artística de Cox se fundamenta en su mutación constante y una inquietud única que han hecho de su discografía un poliédrico y completo catálogo de estilos. [leer más]
12. «MUTANT», de Arca. La clave para descifrar el segundo disco de Arca puede encontrarse en la canción con el mismo título del álbum: «Mutant» es un tema de siete minutos y medio que arranca con algunas de las ideas más recurrentes del proyecto de Alejandro Ghersi, esa especie de sonidos que suenan a aceleración de debris cósmico en estado de descomposición, justo en el instante previo a desintegrarse por completo. Es una debris que corre por el cosmos de forma desordenada y caótica, incluso agresiva contra quien escucha… Pero, de repente, entra una variable que no habíamos escuchado en «Xen«: una súbita melodía empieza a sobrevolar la canción, ofreciendo una especie de apoyo para las mentes menos perserverantes. Es fascinante, como una mano salvadora que se tiende en tu ayuda en medio del Apocalipsis. Y, sin embargo, no es (como muchos podrán pensar) una «concesión» de Arca a la hora de hacer su música más accesible: es, simple y llanamente, que Ghersi ha introducido una nueva variable en su campo de batalla. Una variable que, a lo largo y ancho de «Mutant«, propone un juego con quien escucha: ¿consigue la belleza de la superficie enmascarar la podredumbre del fondo? [Raül De Tena]
11. «VEGA INT NIGHT SCHOOL», de Neon Indian. Qué lejos queda la irrupción de la ola chill wave… Su apogeo fue tan deslumbrante como fugaz, lo que empujó a una obligatoria reformulación a sus principales militantes: Com Truise, Washed Out, Toro y Moi, Memory Tapes, Chad Valley y el último en apuntarse al cambio, Neon Indian. Desde su anterior disco, “Era Extraña” (Trangressive, 2011), hasta “VEGA INTL. Night School” (Trangressive / Mom & Pop, 2015), Alan Palomo tuvo tiempo suficiente para dejar atrás la corriente en la que estaba encorsetado y mirar hacia nuevos horizontes. Y el guía para lograrlo lo tenía muy cerca: él mismo, pero según los postulados de uno de sus otros alias artísticos, VEGA -de recorrido testimonial-, teóricamente inclinado hacia el house y el balearic sound. Con todo, Palomo no reproduce al milímetro dichos estilos (sólo en “Techno Clique” y “Bay’s Eyes” se lo permite), sino que los pasa por su filtro granulado, posiblemente para que las alteraciones no sean demasiado radicales y no se pierdan así sus señas de identidad. Algunos de los relucientes frutos de ese proceso de reciclaje son “Annie”, que irradia luminosidad tropicalista y efusividad veraniega en la línea de Cut Copy; “Street Level” y “The Glitzy Hive”, seductores ejemplos de funk robótico; “Smut!”, “Dear Skorpio Magazine” y “C’est La Vie (Say The Casualties)”, prototipos de synthpop de neón; y “Slumlord”, puro electropop retro-futurista de raíz italo-disco. Neon Indian aún vive con sus pies en los 80, pero ha logrado trasladar su cabeza al presente para adaptarse a los nuevos tiempos y, a la vez, olvidarse de encasillamientos pasados. [Jose A. Martínez]
[/nextpage][nextpage title=»Del 10 al 6″ ]10. «RATCHET», de Shamir. ¿Recuerdan ustedes a Brendan Jordan? Sí, aquel chaval que el pasado 2014 nos dejó a todos totalmente alucinados con su descaro al plantarse delante de la cámara de una periodista que estaba cubriendo algún tipo de acto para los informativos y, a continuación, ponerse a practicar movimientos de baile que parecían salidos de la mismísma House of Extravaganza (y que venían acompañados de gloriosas miradas de desprecio hacia las niñatas que postureaban a su alrededor). Jordan se convirtió en un fenómeno, con visitas a programas de televisión como el de Queen Latifah e incluso una campaña de publicidad como imagen de American Apparel… Pero, aun así, Brendan Jordan no pudo evitar convertirse en un mono de feria, en un acto de un circo en el que demasiado a menudo el payaso suele ser un niño afeminado a costa del que es realmente fácil echarse unas risas. También hay que reconocer que Brendan Jordan tampoco tenía demasiado que ofrecer más allá de su cara de disgusto eterno y sus movimientos de baile surgidos de las zonas más oscuras de una discoteca gay… Y si digo todo esto es porque, al fin y al cabo, si en el mundo existiera justicia de verdad y no viviéramos en la pista de ese mencionado circo en el que se premia el esperpento pasajero y se festeja la perpetuación de clichés por la vía de la palmadita en la espalda, el año pasado nos lo hubiéramos pasado hablando de Shamir Bailey y no de Brendan Jordan. Al fin y al cabo, los logros del primero son mucho más rotundos que los del segundo: con tal sólo 19 añitos, ya había sido fichado por el sello Godmode, donde lanzó su EP de debut “Northtown“, y unos meses después realizaba una de las entradas más gloriosas que se recuerdan en la casa XL con el memorable single “On The Regular“. Ha sido en esta discográfica donde ahora, unos meses después, por fin ve la luz su disco de debut: el “Ratchet” (XL, 2015) que nos ocupa. [leer más]
9. «ART ANGELS», de Grimes. Y aquí es donde Claire Boucher da un salto de gigante… Porque, ojo, no caigamos en la simplicidad de reducir la carrera de Grimes a ese puñetazo en el estómago que supuso “Visions” (4AD, 2012), más que probablemente uno de los tres discos cuyo sonido ha sido más copiado en los últimos años en lo que a pop se refiere (junto a los deChvrches y Purity Ring, por mucho que todos parezcan operar en unas cercanías más que identificables). “Visions” fue, en todo caso, el álbum que puso en contacto la obra musical de Boucher con un público masivo. Eso sí, tendremos que reconocer que gran parte del atractivo de temazos incontestables como “Oblivion” o “Genesis” residía precisamente en lo que tenía de popularización de unos postulados arties surgidos de la faceta de Clairecomo videoartista e ídola de la performance en general. “Visions” introdujo un virus adormilado en el cuerpo del pop del nuevo siglo, y lo hizo a través de un sonido que resulta dulcemente reconocible por todo lo que tenía de limitado. Aquel fue el principal problema del hype de un disco que se agotó en pocos meses y que sirvió más para situar en el panorama actual a la figura de Grimes (y su cohorte) que para marcar una huella perdurable en el pop del siglo 21. Pero si lo de aquel álbum supuso la inoculación de virus adormilado en el cuerpo del pop del nuevo siglo, resulta que Boucher ha decidido activar ese mismo virus en “Art Angels” (4AD, 2015)… y su acción va a ser expansiva, devastadora e imparable. [leer más]
8. «MEETS THE GRIM REAPER», de Panda Bear. Como le sucedía a Neo en “The Matrix”, un día a Noah Lennox le dieron a elegir entre una píldora azul y otra roja. En su caso, si tomaba la primera, se quedaría con los pies anclados en la tierra que pisa cualquier persona corriente y no pasaría de ser un buen músico, nada más; pero, si se tragaba la segunda, se introduciría en un universo paralelo en el que explotaría al máximo su creatividad artística hasta hacerla brillar como una estrella supernova, a riesgo de no parecer pertenecer al género humano. Naturalmente, él se llevó a la boca la pastillita roja asumiendo todas las consecuencias, lo que le permitió desarrollar una lustrosa carrera que se bifurcó en dos direcciones: junto a Animal Collective y a solas como Panda Bear, elevando de uno y otro modo el concepto tradicional del pop a la estratosfera. Aunque da la sensación de que Lennox intuía que, transmutado en Oso Panda, desarrollaría verdaderamente todas sus posibilidades antes y después de que su banda nodriza rompiera todos los moldes de la modernidad sonora. He aquí su primer movimiento visionario: si revisamos el balance de los Animal Collective post-“Merriweather Post Pavilion” (Domino, 2009), su irregularidad (tanto en directo como en estudio) resaltó todavía más la valía en solitario de Lennox, ratificada luego en su cuarto LP, “Tomboy” (Paw Tracks, 2011), y multiplicada en este “Panda Bear Meets The Grim Reaper” (Domino, 2015). [leer más]
7. «TO PIMP A BUTTERFLY», de Kendrick Lamar. Antes de nada, una confesión: reconozco que no soy lo que se dice un fan del hip hop. Sin embargo, llevo enganchado a “To Pimp a Butterfly” (Interscope, 2015) desde hace meses, y sigo flipando cada vez que lo escucho. Tal vez la razón es que este álbum va más allá del hip hop y se erige como una amalgama de lo que conocemos como música negra. Sí, el último disco de Kendrick Lamar es esencialmente rap, pero también encontramos el soul de Marvin Gaye, el funk de Erykah Badu, la electrónica dispersa de Flying Lotus e incluso algunos restos del jazz de John Coltrane. “To Pimp a Butterfly” es una obra maestra que contiene una cantidad apabullante de referencias e influencias con el sello indiscutible del propio Lamar. Porque, cuando tus maestros son los que son y mantienes una humildad y originalidad únicos, puedes llegar a crear piezas tan bestiales como “King Kunta”, “Alright” (del que no os podéis perder su videoclip) o “How Much A Dollar Cost”. Hay quien dice -empezando por el propio Kanye– que Kanye West es el Rey. Pero, para mí, el auténtico king es Kendrick Lamar. [Jordi Iglesias]
6. «DIVERS», de Joanna Newsom. Cuando escucho a Joanna Newsom, me acuerdo de Darwin, de Mendel y sus leyes y todo eso que estudiábamos en el colegio sobre la herencia genética, y la escucho y pienso que está claro que muchos llegamos tarde al reparto de los genes musicales y un puñado de personas se quedaron con los buenos mientras el resto peleábamos por las migajas. Newsom forma parte de esa afortunada élite, un portento capaz de componer canciones de una complejidad estratosérica, así como de interpretarlas con habilidad milimétrica, y todo esto mientras nos rompe el corazón. En “Divers” vuelve a demostrar que en el arte el virtuosismo no está reñido con la emoción, al contrario, debería estar siempre al servicio de ésta. Su último disco es colosal, y también de lo más variado y a la vez conciso que ha hecho nunca, concentrando en 51 minutos todas las cosas maravillosas que sabe hacer la californiana. Quizá esta cierta apertura de miras le acerque a nuevos fans. Eso sí, tampoco va a dejar de ser ahora una de esas personas que se aman o se odian, pero eso es algo que les suele pasar a los genios. [Rodrigo Núñez]
[/nextpage][nextpage title=»Del 5 al 1″ ]5. «HAVE YOU IN MY WILDERNESS», de Julia Holter. ¿Qué tipo de sensibilidad poseen Björk, Lucrecia Dalt, Fatima Al Qadiri, St. Vincent, FKA Twigs, Jenny Hval, Juliana Barwick, Grouper,Joanna Newsom, por poner algunos ejemplos actuales y diversos, que parece ser tan diferente de la nuestra, la de los hombres? De todas ellas, si alguna puede presumir de ese cromosoma mágico es, sin duda, Julia Holter. Imaginadora de historias, contadora de fantasías, la de Los Ángeles hace música que, si tuviera alas, despegaría y partiría hacia tierras más bellas y no volveríamos a escucharla nunca. Sus canciones, por suerte, consiguen capturar ese momento elusivo en que el sueño se acerca a su fin, apunto de evaporarse y perderse en los humos de nuestra contaminada realidad. Son pequeños milagros flotantes en la malla del espacio-tiempo. Holter dio su primer paso hacia el firmamento con su tercer trabajo, “Loud City Song” (Domino, 2013). Pero es ahora, con “Have You In My Wilderness” (Domino, 2015), cuando debería ser encumbrada como una de las grandes artistas de nuestros días. [leer más]
4. «I LOVE YOU, HONEYBEAR», de Father John Misty. Lo de “I Love You, Honeybear” (SubPop, 2015) llega a un nivel realmente sublime: no es sólo que Josh Tillman juegue a cambiarse las máscaras continuamente, sino que su principal juego precisamente es dejarte helado cuando percibes el contraste inquietante entre el mood de la máscara y las emociones que te muestran los ojos. Cualquiera que haya visto a Father John Misty en directo conocerá esa sensación de perplejidad que provoca encontrarse ante un tipo con físico grounge, pintas de crooner malogrado, voz de cantautor folk sensible, movimientos de baile de boy toy glam y afectación amanerada de post-galán a lo Jarvis Cocker. Tillman es como un Bonnie ‘Prince’ Billy con TDA: en vez de desarrollar cada máscara, las acumula todas y te obliga a replantearte qué carajo es lo que hay bajo semejante acumulación de capas de sentido. [leer más]
3. «IN COLOUR», de Jamie xx. «In Colour” no da tregua en su exploración de diferentes texturas noctívagas. “Sleep Sound“, por ejemplo, parece sugerir ese blackout típico que sientes cuando, en medio de una sesión de house de gustera, el subidón de las pastillas hace que, al cerrar y volver a abrir los ojos, tengas la sensación de que te has quedado dormido. Y, de hecho, en ese despertar alerta posterior al mencionado parpadeo escapista parece crecer y medrar la que sin lugar a dudas es la composición más impactante del álbum: ese “The Rest is Noise” que, a modo de cierre, parte del house más corporal para hacerte perder la cabeza en una dimensión paralela totalmente etérea. Es esta una canción que exhorta a cerrar los ojos y “sentir” la música en tu cuerpo en una dulce sinestesia que llega a su cúspide cuando, de forma similar a lo que habitualmente practica Jon Hopkins, el subidón no opta por ir hacia arriba sino hacia abajo, en unos graves nada exhibicionista que, sin embargo, te remueven por dentro. [leer más]
2. «VULNICURA», de Björk. En sus últimos álbumes, Björk había mostrado su cara más ambiciosa. Desde la vocación universal de “Volta” (One Little Indian, 2007) hasta la experimentación tecno-natural de “Biophilia” (One Little Indian, 2013), la diva islandesa parecía dispuesta a dirigir su carrera por caminos que la llevaran más allá de la música. Por eso, al escuchar los primeros compases de “Stonemilket”, el maravilloso tema que abre “Vulnicura” (One Little Indian, 2015), la sorpresa no puede ser mayor: nos encontramos ante una vertiente de Björk melódica e intimista, como hacía tiempo que no escuchábamos. Para entender este cambio de rumbo, es imprescindible tener en cuenta la agridulce fuente de inspiración de “Vulnicura”, que no es otra que su ruptura con el artista Matthew Barney. Una separación que en el disco se nos relata con todo lujo de detalles y que le sirve para despertar sentimientos nostálgicos, casi adolescentes. El resultado es un compendio de canciones muy personales, con letras y melodías llenas de melancolía. [leer más]
1. «CARRIE & LOWELL», de Sufjan Stevens. Las letras de “Carrie & Lowell” brillan con un fulgor preñado a la vez de furia y melancolía. La historia ya ha sido contada muchas veces: el disco está dedicado a la madre y al padrastro de Sufjan Stevens. Ella, que era bipolar, esquizofrénica y adicta tanto a drogas como a otras substancias, abandonó repetidamente a su hijo a lo largo de su vida, convirtiéndose en una presencia intermitente que finalmente se apagó en el año 2012 debido a un cáncer de estómago. Él, por su parte, estuvo casado con Carrie durante cinco años de la infancia deSufjan, pero ha llegado a convertirse en una persona tan vital para el artista que incluso dirige su sello discográfico, Asthmatic Kitty. El disco, además, se ve atravesado por otras dos presencias muy familiares:Marzuki Stevens, hermano de Sufjan, y su hija (rompe el corazón escuchar cómo, en medio del dolor de recordar a su madre, el artista recita “My brother had a daughter. The beauty that she brings, illumination“). [leer más] [/nextpage]