Nuestra selección de los diez mejores cómics del año puede ser una lista tanto de lecturas obligadas como de regalos ideales para las fiestas navideñas.
Al final, las listas del año dependen tanto de la propia cosecha de los doce meses que toca evaluar como de la capacidad selectiva que durante ese mismo tiempo hayan tenido las personas que elaboran la lista… Los Piratas decían que el equilibrio es imposible. Y, como podría y debería esperarse de un grupo comandado por Iván Ferreiro, Los Piratas no tenían ni puta idea. Porque el equilibrio sí que es imposible, y así lo demuestra nuestra lista de los diez mejores cómics de este año 2015.
En la selección que encontraréis tras esta introducción encontraréis un maravilloso equilibrio entre autores consagrados y nuevos valores, entre cosecha internacional y nacional, entre novela gráfica clásica y nuevo cómic, entre narratividad e impresionismo… Y no nos vamos a atribuir ningún tipo de mérito a este respecto porque sabemos que esta ecuanimidad hay que agradecerla a las editoriales de nuestro país (que, por cierto, de nuevo, también son muy equilibradas entre grandes casas de toda la vida y recién llegados).
Pero dejémonos de tonterías y centrémonos en lo que nos (y os) interesa: a continuación quedan los diez elegidos de nuestra lista de los mejores cómics del año 2015. Y si os falta alguno por leer, no os preocupéis, que ya tenéis lecturas selectas para principios del 2016.
10. «UN OCÉANO DE AMOR» (Reservoir Books), de Wilfrid Lupano y Gregory Panaccione. Puede que los buenos sentimientos y la amabilidad generalizada sea demasiado para todos aquellos sólo saben relacionarse con el mal rollo y la intensidad oscurantista. Pero es que “Un Océano de Amor” apela a algo mucho más sencillo, algo que todos llevamos dentro: la capacidad de fascinarnos con cuentos presuntamente infantiles que contienen otras capas de lectura si no más profundas, sí verdaderamente enriquecedoras. La novela gráfica de Lupano y Panaccione contiene una moralina ecologista, una apuesta por los valores del mundo antiguo y, sobre todo, un canto a un modelo de amor que, por tradicional, no deja de ser la aspiración de cualquier ser humano en este mundo que nos ha tocado compartir. Y, sobre todo, “Un Océano de Amor” es una oportunidad para disfrutar de un entretenimiento que estimula tu imaginación en vez de adormilarla. Agradecido sea. [leer más]
9. «Y NUNCA VOLVIÓ A SUCEDER…» (La Mansión en Llamas), de Sam Alden. En los últimos tiempos, varios autores han jugado la carta del mutismo para eliminar de la ecuación el texto como generador de ritmo y establecer ellos mismos la velocidad de lectura a partir de la iconografía puramente visual. Me estoy refiriendo a casos como el del “Pinocchio” de Winshluss o el del reciente ganador del Premio FNAC Francia, “Un Océano de Amor“, de Lupano y Panaccione. A medio camino de la radicalidad nipona y de la aproximación arty europeista parece nadar “Y Nunca Volvió A Suceder…” (editado en nuestro país por La Mansión en Llamas), el debut en solitario de Sam Alden tras haber colaborado habitualmente en “Hora de Aventuras” y de haberse llevado dos premios Ignatz con sus historias “Hawaii 1977” y “Haunter“. [leer más]
8. «ZONZO» (autoeditado), de Joan Cornellà. El hecho de que la obra de Joan Cornellà haya encontrado en Internet su medio natural no debería llevar a nadie a la confusión de pensar que este es un autor puramente online. Al fin y al cabo, Cornellà ha traído hasta el siglo 21 un formato que corría el serio peligro de caer en el anquilosamiento absoluto: la tira cómica eternamente ligada a la prensa diaria. En ocasiones podría considerarse que su propuesta se acerca a la de otro que también le ha buscado los tres pies al gato de este formato: el gran Daniel Clowes. Pero esta comparación no se sostiene para nada cuando te adentras en las tiras cómicas mudas de Cornellà y descubres que lo que hacen es reírse directamente de las convenciones sociales y morales de la sociedad actual utilizando un código visual reconocible por lo que tiene de añejo (esos seres eternamente sonrientes que parecen salidos de la publicidad de la primera mitad del siglo XX). Todo esto está dentro de «Zonzo«, el álbum en el que Joan Cornellà ha recopilado algunas de sus obras… Y una cosa has de saber: este es un cómic (o lo que sea) ante el que no podrás mostrar indiferencia. Ya. Que eso se dice siempre. Que estás hasta el rabo de que los periodistas digamos siempre lo mismo. Pero es que en este caso es jodidamente real y la profusión de palabras malsonantes debería hacer más convincente este alegato.
7. «EN LA VIDA REAL» (Sapristi), de Cory Doctorow y Jen Wang. “En La Vida Real” es mucho más que un crowd pleaser: el cómic de Doctorow y Wang utiliza todos estos ganchos argumentales y visuales para que, por debajo de ellos, repte una problemática preocupante que, sin embargo, queda expresada sin necesidad de intelectualizaciones ni subrayados y a través del mismo medio que denuncia. Cuando la protagonista de la novela gráfica se topa con un problema moral que implica jugadores profesionales e ilegales (que, en países lejanos, “trabajan” dentro del juego para generar dinero contante y sonante), la problemática real se filtrará en la ficción… y, de forma sutil pero acertada, consigue que el lector acabe reflexionando sobre unos términos que, de entrada, puede que no fueran los que le habían atraído hacia “En La Vida Real“. [leer más]
6. «VIL Y MISERABLE» (La Cúpula), de Samuel Cantin. Es innegable la sorna con la que Cantin retrata una industria ya no muerta, sino tan enterrada como para que sólo pueda tener sentido como “regalo” de otro mercado que no tiene nada que ver con él. Pero también es visible la gana de cachondeo con la que el autor aborda una trama que, como suele ocurrir en este tipo de humor, toma como protagonista un ser asocial y rozando lo abyecto con el que, sin embargo, es imposible no sintonizar. En sincronía con personajes como Larry David o Louis C.K., Lucien Vil es la boca por la que salen muchas de las cosas que la corrección política nos impide expresar en voz alta en nuestro día a día. Y después está la capacidad que tiene Cantin para, en escasas páginas, presentar a un compendio de personajes secundarios que piden a gritos una serie regular: el psiquiatra de Lucien, su jefe y su nuevo compañero de trabajo. Todos ellos conforman un universo fascinante y tronchante mucho más seductor que el del 90% de sitcoms actuales. También mucho más elocuente. Un universo que pide más espacio y tiempo… Y no porque el autor no haya aprovechado al 100% este “Vil y Miserable“. Sino, simple y llanamente, porque al llegar al final de todo (y, si eres como yo, leerte la bio del autor), te quedas con ganas de más. De mucho más. Como un final de temporada de “Lost”. Así de fuertecitos vamos. [leer más]
[/nextpage][nextpage title=»Del 5 al 1″ ]5. «RUBOR» (La Cúpula), de varios autores. Está claro que la industria del porno audiovisual las está pasando canutas en esta era en la que la democratización de los medios ha hecho posible que los amateurs cuelguen en Internet todo el porno que una persona humana normal necesita consumir a lo largo de su vida (luego están la gente que no es normal, pero ahí es peliagudo meterse…). Lo que no podrá ser substituido nunca por el amateurismo gratuito es el porno en su forma literaria y/o comiquera: se necesita mucho arte para conseguir que un relato erótico sea solvente y convincente. Se necesita un arte como el que tienen Marcos Morán, Candela Fernández, Carmen Segovia, Gabrielle Piquet, Artur Laperla, Jordi Pastor, Sergi Puyol, Danide, Giulia Sagramola, Alexis Nolla, Jordi Pastor, Martín Pardo y Enrique Corominas, los autores cuyas historias pueblan este «Rubor» recopilado bajo la atenta mirada de la siempre elocuente editorial La Cúpula. Es este un compendio de diferentes sensualidades y sexualidades, pero sobre todo es un fascinante y magistral catálogo de diferentes sensibilidades a la hora de abordar el sexo desde la viñeta. Es esta, al fin y al cabo, una invitación a un onanismo en su versión más elevada.
4. «CRÁNEO DE AZÚCAR» (Reservoir Books), de Charles Burns. Charles Burns cierra su perturbadora trilogía con un grand finale que pocos podrán esperar: «Cráneo de Azúcar» es más que probablemente el tomo más narrativamente asimilable y entendible de los tres. «Tóxico» y «La Colmena» se dedicaron a explorar una misma historia en dos vertientes diferentes, la real y la fantasiosa que se desarrolla en la cabeza del protagonista. Pero, como cierre, Burns decide ser explicativo y claro… lo que implica que el desenlace sea más devastador todavía al dejar por fin claras las concomitancias entre los dos mundos. Si en las anteriores entregas parecía que la historia que ganaba la partida era la mental, la de esa especie de trasunto punk de Tintín, en «Cráneo de Azúcar» la realidad toma el mando como en el caso de alguien que ha dejado las drogas y empieza a alejarse poco a poco de su adicción a medida que se aclaran sus pensamientos. Aun así, una vez parece que todo esta listo para cerrar la historia real y darle carpetazo a la narración mental, una nueva y casi imperceptible neurosis llevará al protagonista de nuevo a las primeras viñetas de «Tóxico«: la acción es la misma (un gato negro, un intercomunicador que zumba, el protagonista que se despierta), el escenario es diferente. Burns lo deja claro: el eterno retorno rige nuestras vidas y es imposible escapar de los fantasmas de nuestro pasado. Como máximo, podemos cambiar el escenario por el que se mueven para ver cómo, sin embargo, vuelven a repetir sus mismos errores.
3. «POR SUS OBRAS LE CONOCERÉIS» (La Mansión en Llamas), de Jesse Jacobs. ¿Por qué debería atraer a nadie un cómic que ofrece una versión paralela del Génesis pero lo hace sin toneladas de material científico y de notas a pie de página? Porque, básicamente, lo sublime de “Por Sus Obras Le Conoceréis” es que, mediante la reescritura de una historia sobradamente conocida, consigue desligarla del antropo-centrismo que siempre ha sido uno de los grandes problemas del ser humano. Contra la visión de que todo ha sido creado para que nosotros seamos el centro, Jacobs presenta una historia en la que sólo somos un error, un virus destructivo pensado para llevar hacia el colapso una obra bella y armónica. Es sólo a través de ese acto de limpieza en la mirada en el que podemos por fin deleitarnos en la belleza cósmica del universo que plantea el autor, una hermosura galáctica que, sin necesidad de esnobismos superfluos, consigue hacerte reflexionar sobre el papel que juego el ser humano en el Universo. La conclusión, entonces, es inevitable: ¡qué mal lo estamos haciendo! [leer más]
2. «CHAPUZAS DE AMOR» (La Cúpula), de Jaime Hernández. La prolífica obra de Jaime Hernández es a la vez una bendición y una maldición. Una bendición porque, durante varias décadas, ha ido manteniendo un pabellón de fans que han crecido con sus personajes. Pero una maldición también porque habrá quien piense que, a estas alturas, resulta imposible meterse en el mundo Hernández: hacen faltas muchas horas y mucha fuerza de voluntad para abrirse camino a través de este mundo que siempre tuvo a Maggie en su epicentro. Maggie es, de hecho, la protagonista de «Chapuzas de Amor«, y eso implica que el cómic pueda ser leído en dos claves diferentes: como puesta al día de estepersonaje y de todos los que le rodean (en este caso, además, aportará sorpresas que pillarán desprevenidas incluso a los más fan-fatales) o, por el contrario, como una historia de amor en la madurez de la vida que puede apreciarse sin necesidad de ningún tipo de conocimiento de la obra previa de Hernández. El resultado va a ser el mismo en ambos casos: el lector llegará a las últimas páginas con lagrimones en los ojos provocados por la certeza de que, en lo que a amor se refiere, y tal y como Maggie exclama en algún momento, nunca salimos del instituto.
1. «MATAR A MI MADRE» (Sapristi), de Jules Feiffer. Con “Matar a mi Madre”, Jules Feiffer ha cambiado las reglas. Sus propias reglas. Es esta una de esas benditas ocasiones en las que puedes permitirte el lujo de abordar la obra de un autor clásico e imprescindible dejando tu cabeza en forma de tabula rasa, empezando de cero, sin la necesidad de pensar en el lugar que lo que tienes entre las manos ocupa dentro del corpus artístico de su autor. “Matar a mi Madre” puede disfrutarse sin saber quién es Jules Feiffer y, de hecho, me aventuraría a decir que tanto da si sabes quién es su autor o no: el nivel de gozo que contienen sus páginas es igual (y tremendo) para todo el mundo. [leer más] [/nextpage]