5. MI HERMANA Y YO / J.R. Ackerlay (Sexto Piso). Puede que vaya al infierno de los periodistas por abrir una reseña de esta forma, pero el párrafo final de “Mi Hermana y Yo” es, simple y llanamente, una barbaridad: “Los simbiontes son criaturas (¿de distintos tipos?) que viven unidas por mutuo beneficio. Los comensales son criaturas que viven juntas sin perjudicarse y que pueden salir beneficiadas (o no) de su asociación. (Mensa = Mesa). Los inquilinos son criaturas que viven en el terreno de otro y no son parásitos. Los parásitos son criaturas que viven a expensas de su huésped y lo dañan“. Este tomo es una selección de los escritos personales que J.R. Ackerlay dejó a su albacea Francis King, quien afirmaba que el libro final vendría a ser un tercio de los diarios que le legó su amigo: una recopilación de entradas que, puestas una contra la otra, dieran sentido a la intensa pero extraña relación que siempre había unido a Ackerlay con su hermanaNancy. Sólo hace falta releer la cita del principio de este párrafo para comprender que los lazons entre los dos hermanos fueron del todo menos simples: lejos de aseverar que Nancy fuera un parásito, Ackerley conserva hasta el final su capacidad para mostrarse ambiguo y abierto con una persona a la que odió y amó a partes iguales. [leer más]
4. PERDIDA / Gillian Flynn (Mondadori). No hay que confundir el sibaritismo con la gilipollez. En esta vida hay muchos tipos diferentes de placer y hay que saber ordenarlos en sus estratos correspondientes, pero disfrutándolos todos. Lo dicho puede aplicarse desde la gastronomía (sí, todos sabemos que lo del Burger King es pura basura pero, de vez en cuando, apetece) hasta diferentes áreas de la cultura… Tomemos, por ejemplo, el cine: por mucho que lo que a ti te ponga palote sean las películas-río sobre la historia política y social de Filipinas firmadas por Lav Díaz (que, por cierto, rara vez bajan de las cinco horas de duración), está clarísimo que de vez en cuando es genial echarse un blockbuster a las espaldas, dejar la cabeza en piloto automático y disponerse a disfrutar como un niño. Es decir: con la mirada limpia de prejuicios y anteponiendo el placer egotista por encima del frío racionalismo. Lo mismo es aplicable a la literatura: evidentemente, lo que todos estamos esperando es un nuevo libro de Vila-Matas, una nueva locura metaliteraria de Dave Eggers o que se descubra el Santo Grial que David Foster Wallace se dejó sin publicar, olvidado en un cajón. Pero, de nuevo, de vez en cuando, ¿por qué no plantarse delante de uno de esos libros que se te escurren de las manos como anguilas pintadas con el negro de las letras sobre la página en blanco? [leer más]
3. LA TRAMA NUPCIAL / Jeffrey Eugenides (Anagrama). Cada uno de los libros de Eugenides lo ha escrito un Jeffrey diferente. Podemos olvidarnos de «La Vírgenes Suicidas» y dejar de lado «Middlesex«. Aquí, sin embargo, habrá que recordar mucha literatura y no precisamente la suya (lo que hace con «Fragmentos de un Discurso Amoroso» de Roland Barthes es de una lucidez deslumbrante). A través de tres personajes se escribe la historia del amor, de su teoría y de su práctica. Se revisa, se analiza, se construye y se deconstruye. Eugenides, experto en generaciones, sabe que sólo en la juventud está permitido tomarse este trabajo. [Paloma Castro]
2. LA CASA DE HOJAS / Mark Z. Danielewski (Alpha Decay + Pálido Fuego). «La Casa de Hojas» no es un libro. Son, cuando menos, dos. Tampoco es una novela al uso pues, pese a tratarse de una historia de terror, su estructura se acerca mucho más al formato científico: epígrafes, notas al pie de página, apéndices, bibliografía, anotaciones en color, fotos, tachones… Todo junto compone el Expediente Navidson: un denso pero apasionante ensayo ficcionado en el que los textos se expanden y se contraen al servicio del argumento, las referencias metatextuales se repiten hasta volverse incontables y las tramas avanzan en espiral hasta convertirse en una sola. Por lo que, visto lo visto, lo mejor que uno puede hacer antes de empezar «La Casa de Hojas» es olvidarse de todos los libros que ha leído hasta el momento. Olvidarse de leer de manera lineal, página a página y con el libro en horizontal. Eso se ha acabado. Y es que Danielewski plantea un juego de misterio al lector, que tendrá que ir desentramando, hoja a hoja, para acceder al fondo de esta historia sobre la vida de tres personas que bien podrían ser una misma: Zampanó (el desconocido autor del Expediente Navidson), Johnny Truant (el joven fiestero aprendiz de tatuador) y Will Navidson (el reputado fotoperiodista). A través de ellos, y con la casa de Ash Tree Lane como eje angular, vamos profundizando en una trama que nos habla de amor y soledad, de pasión y cotidianidad, de amistad y odio, de valentía y cobardía, de locura y realidad… Pero, sobre todo, nos habla del miedo. Porque si algo es «La Casa de Hojas», es una exhaustiva disección del miedo. De cómo nuestros terrores personales se apoderan de nuestras vidas, nos definen y hacen de nosotros quienes somos. [Alba Adell]
1. KAROO / Steve Tesich (Seix Barral). Cuando el lector crea que Tesich ha alcanzado el grado máximo de magnanimidad literaria con este cambio de paradigma, las últimas páginas subliman la lectura hasta un nivel pocas veces vislumbrado en las letras de las últimas décadas. En las últimas escenas, un productor despiadado le propone a Saul escribir su propia historia: la mencionada tragedia, el mentado accidente, son pura carne de telenovela, y si alguien debe escribir ese guión es el propio Karoo. La idea abochorna silenciosamente a este nuevo hombre que, sin embargo, opta por un punto y final triste pero verdaderamente heroico: justo antes del grand finale, justo cuando Saul podría escribir su propia historia, decide hacer lo que no ha hecho en el resto del libro. Decide crear. Decide dejar de mentir sobre la verdad ajena y se predispone a crear su propia verdad, aunque sea tan efímera como la memoria de alguien a punto de morir. Una verdad efímera y bellísima como una historia de ficción que, partiendo del mito de Ulises y de la búsqueda de Dios, acaba haciendo lo que todos los buenos practicantes de ficción literaria han hecho en la historia de este medio: trenzar su propia biografía con una historia de pura fantasía hasta el nivel de que ambas queden completamente irreconocibles. De esta forma, Saul Karoo escribe su propia obra maestra. De esta forma, Steve Tesich escribe su propia obra maestra. [leer más]
[Raül De Tena + Estela Cebrián + Paloma Castro + Alba Adell]