15. BOSTON. SONATA PARA VIOLÍN SIN CUERDAS / William Fisher (Automática). La apertura de “Boston. Sonata para Violín sin Cuerdas” es francamente espectacular: el protagonista, William Fisher, pasea por la laguna helada de Walden y se topa con el mismísimo Henry David Thoreau que, bajo el hielo, dentro del agua, le pide ayuda para poder salir de nuevo hacia la superficie. En su huída a la búsqueda de auxilio, Fisher da un traspiés y cae estrepitosamente sobre el hielo, abriéndose la cabeza… Imposible pensar en un arranque más espectacular: un punto de partida poderoso en lo argumental pero a la vez magnéticamente metafórico, ya que lo de sacar a la superficie aThoreau es algo que seguirá planeando sobre el libro de Todd McEwen hasta su explosivo final. La brecha en la cabeza de Will Fisher será un síntoma aparatoso (con su eterna venda empapada de sangre) que indicará al resto del mundo que el protagonista, definitivamente, “no está bien”. Por mucho que él se esfuerce en probar lo contrario verbalmente, sus acciones van por delante: a partir de su accidente, todo el mundo alrededor de Fisher parece desmoronarse. Su trabajo como burócrata de segunda no tardará en desintegrarse en una concatenación de malentendidos rayana al slapstick, y su relación de pareja terminará de hacerse pedazos revelando que, de hecho, tampoco es que estuviera de una pieza desde el principio. Eso en lo concreto. En lo general, el protagonista acabará por encabezar un movimiento de desobediencia civil puramente homeless que, de nuevo, entronca con Thoreau. [leer más]
14. SUPERCÓMIC / VVAA (errata naturae). Los logros de “Supercómic” son incontestables. Santiago García huye de la paja superflua y consigue que los autores convocados se esfuercen en alejarse de los lugares comunes de la viñeta (es decir: los polos opuestos que suponen por un lado la búsqueda desesperada de la aceptación académica por la vía del sopor técnico y el esnobismo retórico y, por el otro, la celebración del mundo freako en el que suelen moverse alegremente algunos de los fans más tradicionales de este medio). De hecho, si algo resulta fascinante en “Supercómic” es su capacidad para poner ante las narices del lector cuestiones que, hasta entonces, sea fan del cómic o no, es muy probable que le hayan pasado desapercibidas… Es el caso, por ejemplo, del ensayo de Raúl Minchinela (“La imparable extensión de lo nimio“), donde se habla de una fructífera intertextualidad dentro del mundo del cómic que no sólo se retroalimenta a sí misma -en un ejercicio absoluto de referencialidades post-modernas-, sino que incluso tiende sus tentáculos ávidos hacia otras áreas narrativas como el cine o incluso la literatura clásica. En “La memoria gráfica y las sombras del pasado“, Daniel Ausente demuestra que la viñeta española ha sido especialmente hábil a la hora de utilizar y revivir la historia de nuestro país. Y palabras mayores resultan ser las aproximaciones respectivas de un magistral Pepo Pérez a la cara más política del cómic yanki (en su texto “Dioses y patria. Viñetas políticas en el cómic norteamericano conteporáneo“) y de un sagaz Fernando Castro Flórez a la ambigüedad moral y social en la que se mueve comunmente la figura del superhéroe (en el texto “<<… yo soy Pagliacci>>. [el (presunto) sacrificio superheroico y la «mentira» (fundadora) social]“). [leer más]
13. MAGMA / Lars Iyer (Pálido Fuego). “¿En qué momento te diste cuenta de que no llegarías a nada? Cuando vuelves al mirada hacia tu vida, ¿qué ves? ¿Cómo te sientes al saber lo que es la grandeza, y que jamás la alcanzarás? ¿Qué significa para ti que tu vida no haya servido para nada?“. “Magma” es un libro repleto de preguntas. Son preguntas que un tal W. dirige a su amigo y protagonista del libro, a quien a veces se dirige como Lars (¿alimentando la sospecha de la autobiografía?). Pero bien podrían ser también preguntas propulsadas contra el lector de forma agresiva y caótica, sin aparente orden ni concierto, como una ráfaga de metralla en medio de un campo de batalla silencioso que se niega a reconocerse como campo de batalla y que es la vida de quien lee. Todo es posible, y la probabilidad de que “Magma” no sea más que un espejo palpita en sus propias páginas… Pero no hace falta, sin embargo, buscarle los posibles pliegues alegóricos al libro de Lars Iyer para que su lectura sea una experiencia fascinante que te mantiene en vilo, flotando a lomo de tu propia perplejidad ante la dinámica con eje podrido sobre el que gira la amista de los dos protagonistas. [leer más]
12. INTEMPERIE / Jesús Carrasco (Seix Barral). “Intemperie” (publicada en nuestro país por Seix Barral) se abre con un niño escondido en un agujero de arcilla. Está esperando que dejen de buscarle para huir lejos. Lejos de su familia, lejos de su pueblo, lejos de la gente que le persigue. Lejos de algo más profundo que late sutilmente bajo su piel pero que ya desde el principio intuimos en el interior de este crío del que nunca sabremos el nombre. Al caer la noche, el niño por fin abandona su escondrijo y, a medida que se aleja de sus orígenes, empezamos a comprender la paupérrima sensación en la que se encuentra él y, en general, la región en la que ha crecido y vivido toda su vida. No sólo se trata de una situación de sequía y calor extremo, sino que el empobrecimiento paulatino de la tierra y sus gentes ha ido derivando en un éxodo masivo a la búsqueda de suerte en otros lugares. A medida que el crío va recorriendo un paisaje árido y devastado, el panorama es casi post-apocalíptico… Y ahí está, sin lugar a dudas, la principal fuerza del libro de Jesús Carrasco. [leer más]
11. PRIMER VIAJE / Denton Welch (Alpha Decay). Lo que acaba convirtiendo “Primer Viaje” en uno de los libros de viaje más interesante de la historia de este sub-género literario es, precisamente, lo poco que tiene de libro de viaje. Es cierto que el leit motif es el viaje del autor a China (e incluso la ruta por el interior que realiza a la búsqueda de reliquias de coleccionista), pero precisamente por eso resulta tan sumamente fascinante cómo Denton se mantiene bien lejos de la cultura autóctona. Él mismo lo exclama hacia el final del tomo: “Me encanta ver cosas que no son chinas cuando estoy en China“. Esta declaración de intenciones vendría a explicar la impermeabilidad del escritor hacia su entorno: una vez en el país de destino, sus relaciones se focalizan en otros occidentales de la misma manera que los ojos a través de los que mira son los mismos con los que contempla en las primeras páginas la catedral de Salisbury. “Primer Viaje” no fascina por decubrirnos un nuevo mundo externo, sino más bien porque sigue profundizando en un mundo interno, el de Denton Welch, que es un pozo sin fondo de intensidad emocional. [leer más]