5. «Looper», Rian Johnson. Hay un momento clave en esta película, cuando no demasiado metraje ha transcurrido aún. Se trata del primer encuentro entre los dos protagonistas (que, en fin, son en realidad el mismo, ustedes ya saben): Joseph Gordon-Levitt empieza a bombardear a Bruce Willis con preguntas sobre los viajes en el tiempo y este le para en seco, viniéndole a decir algo así como que deje de dar el coñazo, que los viajes en el tiempo existen y punto. Si hasta ese momento uno estaba disfrutando, esa declaración de morro sin complejos acaba por ganarse al espectador en el acto. Algo así como la anti-«Origen» (donde todo tenía que estar taaaaan explicado), «Looper» escapa de complicadas teorías y de frikis señalando aquella incoherencia científica del minuto 23. Se preocupa de algo mucho más importante: ser todo un espectáculo y convertirse en la peli de ciencia-ficción de la temporada.
4. «Shame», Steve McQueen. De la viralidad del sexo y su capacidad autodestructora nos habla Steve McQueen, artista y cineasta ganador del prestigioso Turner Prize en 1999 y que sorprendió al mundo con su ópera prima “Hunger”, donde también contaba con su amadísimo (¡cómo no amarlo!) Michael Fassbender. Aquí Fassbender interpreta a Brandon, un treintañero atractivo (bueno, vale, atractivo se queda corto) que lo tiene todo para ser feliz: está más bueno que el pan, un bonito apartamento en Manhattan, trabajo como ejecutivo y éxito con las mujeres. Pero Brandon está absolutamente podrido por dentro. Un lisiado sentimental obsesionado y adicto al sexo: páginas web, prostitutas, web cams, ligues de “aquí te pillo aquí te mato” y, cuando todo esto no funciona, masturbaciones compulsivas, aunque sean en el baño de la oficina o relaciones en cuartos oscuros sin importar carne o pescado. Todo vale para sentirse menos jodido, menos frío y muerto por dentro. Porque, al fin y al cabo, Brandon es un zombie, más parecido a Patrick Batemant que a Chuck Bass, un tipo que, por más que folle, siempre se sentirá insatisfecho y vacío. Y para más inri llega su hermana Sissy (Carey Mulligan), otra disfuncional y caótica mujer con un pasado que no acabamos de conocer (intento de suicidio, relación ambigua con su hermano), absolutamente desamparada y muy necesitada de cariño que suple con sus impulsos carnales esa falta de amor. Sissy buscará un hueco en la vida de Brandon, incapaz de mantener con ella una auténtica relación fraternal; de hecho, incluso podemos apreciar ciertos destellos incestuosos (la pelea en el sofá y esa manía de encontrarse en las situaciones más íntimas siempre en bolas). Su hermana será la única que, de alguna manera, le hará revolverse por dentro y mostrar cierta humanidad, con la lágrima furtiva tras escuchar su particular versión de “New York, New York”, por ejemplo (subliminalmente un grito de libertad, una vía de escape), o la angustia final al saberla “fuera de cobertura”, así como la brutal escena de absoluta desesperación mientras escucha a Sissy follar con su jefe (un trepa salido felizmente casado y con hijos) y su huída en un travelling lateral por las calles de Manhattan. [leer más]
3. «Los descendientes», Alexander Payne. Payne, cuidadoso hasta el último detalle, sin caer en banalidades ni sentimentalismos (aunque el tema da para esto y más) nos habla de la incapacidad de comunicarnos abierta y sinceramente con aquellos más cercanos y queridos, como nuestros miedos nos van alejando en vida, pero sobre todo de la imposibilidad de comunicación con alguien que ya no está, que ya no escucha y que no tiene capacidad de réplica. La frustración que genera toda una serie de preguntas sin respuesta, de reproches sin contraataque, un silencio perpetuo. También hace hincapié en el concepto de herencia como un testigo que pasa de padres a hijos. La herencia material, en forma de tierra virgen y paradisíaca en una de las islas del archipiélago hawaiano, y la herencia personal, aquello que aprendemos de nuestros padres, las manías, los vicios, las virtudes, los rasgos en el carácter que nos acercan y nos distancian a su vez. [leer más]
2. «En la casa», François Ozon. Es complicado resumir en unas líneas el alambicado juego de espejos en que se mueve En la casa, explicar cómo las sucias armas del relato del joven Claude y del retorcido chantaje mutuo que establece con su profesor se van adueñando de la película con una sorprendente fluidez. Baste decir lo más importante: que funciona. De pronto uno se da cuenta de que las trampas de Claude se han convertido en las del guionista (o al revés) y ya no sabe a quién creer. De nuevo, al espectador le han pillado y ya no tiene más remedio que dejarse llevar, desconfiando de todos, entrando en las distintas capas de la historia según se lo indiquen (porque el libre albedrío ya lo perdió en el minuto 5 de metraje) y disfrutando del asombroso ejercicio del que Ozon (y Claude) han tenido a bien hacerle partícipe. “En La Casa” es un taller de escritura (“¿por qué utilizas el presente?”), es Haneke, es Polanski, es Hitchcock y es Allen, cada cosa cuando le sale de las narices, y juega a todas esas bandas (y más) con un desparpajo que asusta. Es una película que se divierte dando vueltas sobre sí misma, perdiéndose en su propio juego para poco después volver a encontrarse. [leer más]
1. «Holy Motors», Leos Carax. Hay quien dice que, para disfrutar de ella, es necesario conocer los referentes para entender «Holy Motors«, una película que podría malinterpretarse como episódica debido a su voluntad de sintetizar en diferentes secuencias todo un abanico de estilos y géneros clásicos del cine francés (e incluso europeo). Hay quien dice que, si no eres un experto en las filmografías de determinados autores, la nueva película de Leos Carax resulta ser un ejercicio onanista al que es difícil adscribirse. Pero, ¿no podría decirse lo mismo de «Kill Bill«? Claro que, en el caso de Tarantino, los referentes eran tan pop y masivos que era imposible no empatizar con el tinglado. Tratándose «Holy Motors«, sin embargo, de un canto de amor a los oficios de cineasta (con esos homenajes a Demi, a la Nouvelle Vague, al cine lumpen noventero e incluso al mismo Carax) y actor (porque el protagonista, al fin y al cabo, es un actor que encara diferentes trabajos delante de cámaras invisibles en un futuro probable), ¿por qué no podía recrearse en el esnobismo de sus referentes? Al final del camino, «Holy Motors» trata precisamente de eso: del cine que se nos va, que está desapareciendo poco a poco… y al que sólo podemos intentar salvar con actos de amor desinteresados como esta película.