15. «Damiselas en apuros», Whit Stillman. “Damsels in Distress” no es una película de adolescentes al uso, tampoco un musical o una screwball comedy… Pero, a la vez, es todo eso y más. Whit Stillman vuelve a la dirección tras un largo periodo de silencio tras las cámaras con la historia de Violet y sus secuaces, almas bondadosas y petulantes que regentan el Centro de Prevención de Suicidios del imaginario campus de Seven Oaks. Con una filmografía breve pero muy personal, Stillman recurre nuevamente a las relaciones entre hombres y mujeres como base para su historia anacrónica y con una estética delicada, donde los diálogos se suceden rápidos y deliciosos creando una especie de colección de aforismos y citas memorables.
14. «Mátalos suavemente», Andrew Dominik. Antes de salir en un anuncio de Chanel, Brad Pitt hizo el mismo papel en «Killing Them Softly«, la última película de Andrew Dominik. Solo que, para esta ocasión, calza chupa de cuero y una recortada. Aquí da vida a Cogan, un mercernario que, como el Pitt del anuncio, es un tipo harto reflexivo y bastante estoico. Cogan mata por dinero. Pero un código deontológico bastante raro le impide matar a su víctima si la ha conocido previamente. Tiene que hacerlo de lejos. Por eso dice que los “mata suavemente”. A Cogan le encargan cargarse a dos tipos que han robado en la timba de poker equivocada y, debido a ese impedimento raro que tiene, no puede hacerlo por sí mismo. Para eso llama a James Gandolfini, que está deprimido, bebe mucho, como matón está en unas horas bajísimas y pega unas chapas impresionantes. Así que Cogan no tiene más remedio que hacer el trabajo sucio por sí mismo y pasearse por los antros más chungos de la ciudad buscando a sus dos víctimas, uno pobres desgraciados que van a palmar por robar cuatro perras y molestar a la gente equivocada… Explicado así, podríamos estar hablando de la nueva peli de matones losers de Guy Richie, pero no. Andrew Dominik convierte una banal historia de mafiosos y bajos fondos en una oscura reflexión sobre la crisis financiera y de confianza que viven los Estados Unidos urdiendo una trama de tejemanejes del lumpen tan opacos como desastrosos donde la violencia es moneda de cambio y que le sirve como (demasiado evidente) metáfora del sistema político y financiero real.
13. «Prometheus», Ridley Scott. Cierto es que “Prometheus” puede considerarse fallida como ciencia ficción. Pero no se puede negar que, como embarcación de cine fantástico, la película es vibrante, apasionante y fascinante: los aciertos visuales del imaginario de Ridley Scott siguen siendo infalibles (los ingenieros son poderosamente magnéticos, mientras que el interior de la pirámide, haciendo equilibrismos en la cuerda floja entre lo atávico y lo futurista, es un espacio incomparable para la creación de una tensión demasiado parecida al horror), y lo mejor de todo es que están imbricados en una esqueleto argumental y en un diseño de producción a los que poca tacha se les puede poner. Se le pueden buscar fallos de coherencia y verosimilitud que no vienen al caso porque no intenta ser coherente (eso ya se verá en las próximas entregas) ni verosímil (quien quiera ciencia que se compre un libro de Stephen Hawking). Puedes entrar al trapo o no. Pero lo que es innegable es que las dos horas de “Prometheus” se escurren sigilosamente como sólo lo consigue el mejor cine. Y si, además, sumamos un inteligente discurso sobre los eternos enigmas de la filiación, es imposible no entristecerse al sopesar la reacción de rechazo generalizada que ha sufrido el film de Scott. [leer más]
12. «Cosmópolis», David Cronenberg. Cronenberg vuelve a utilizar su impoluto pulso de cirujano para diseccionar pulcramente un film estéticamente arrebatador (el microcosmos de la limusina es una visión alucinante y alucinada, una burbuja flotando gracilmente a través de un campo repleto de cactus). Una película en la que, gracias a la presión atmosférica de unos diálogos impenetrables, un humor absurdo y surrealista se va abriendo paso como un náufrago a punto de ahogarse nadando hacia la superficie del agua cada vez con mayor fuerza: más allá de las conversaciones, más allá de los rostros de piedra, el sinsentido existencial crece y crece hasta explotar en un magnánimo pero controvertido final abierto (ante el cierre hermético del libro) en el que está claro que aquí nunca ha habido ni drama, ni thriller ni esnobismo ilustrado, sino que todas esas etiquetas genéricas, magistralmente manipuladas, se han llevado hasta el extremo de la risa. Se empieza a intuir cuando la tensión de una amenaza que nos ha acompañado toda la película explota en la genial escena del tartazo y, finalmente, la intención queda clara en la conversación entre Packer y su desquiciado némesis (un excepcional Paul Giamatti). Cronenberg es un viejo zorro y lo tiene bien claro: ante el absurdo, la única salida es reírse de todo y de todos. [leer más]
11. «Argo», Ben Affleck. «Argo» narra unos hechos transcurridos entre finales de 1979 y principios de 1980. En aquella época, los Estados Unidos se vieron involucrados en una serie de revueltas en Irán a raíz de las que la embajada norteamericana fue atacada por miles de ciudadanos iraníes. La gran mayoría de los diplomáticos que se encontraban en el lugar fueron capturados como presos políticos. Pero, aún así, seis de ellos consiguieron escapar y se refugiaron en la embajada canadiense. La película explica la historia de cómo un grupo reducido de personas, entre las que destacan por merito propio Tony Mendez y John Chambers, decidieron ponerse al servicio de su país y poner en marcha la mayor de las operaciones de rescate jamás vista hasta la fecha. Los primeros minutos de metraje son trepidantes: la violencia con la que la embajada estadounidense es atacada, la desesperación por ambas partes afectadas -la de un pueblo que no puede más tras años de sumisión y la de un grupo de diplomáticos que se ven envueltos en una situación que les supera, con la muerte como resultado más plausible– te deja petrificado en la butaca, boquiabierto y con una tensión en el cuerpo que no se te quitará en las dos horas que dura la película. Affleck acierta en todo momento y consigue que el ritmo de la cinta se mantenga. La tensión no disminuye en absoluto, sino que va in crescendo y nos acompaña hasta el mismísimo final del film. [leer más]