5. «Cisne Negro», Darren Aronofsky. Qué es lo que distingue a una película maniquea de una obra maestra es algo que todavía me pregunto. Personalmente, “Réquiem por un Sueño” me parece un exceso innecesario, la obra de un flipado de la vida y un titiritero con muchas ganas de provocar. “Cisne Negro” tiene más puntos en común con esta película que con cualquiera del resto del director, pero no cae en la ida de olla ni en el ridículo, no juega con el espectador drogándolo a base de plano cortos hipervitaminados. Sin ser una película contenida, con demasiados clichés como para considerarla original (madre castradora, el recurso continuo de los espejos…), en “Cisne Negro” Aronofsky alcanza un equilibrio entre el exorcismo y la belleza, y firma una de las películas indispensables de este año y de los que vengan. (sigue leyendo)
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4. «Carlos» (Olivier Assayas) + «Misterios de Lisboa» (Raoul Ruiz). 2011 fue el año en el que la relación entre cine y televisión fue más tensa y, a la vez, más fructífera. Ahora que ambos medios dejaron atrás sus años mozos como los preferidos de las masas (es el momento de Internet y la pantalla del ordenador), es normal que las fronteras se difuminen. «Carlos» y «Misterios de Lisboa» no son películas pese a que ambas tengan su versión para la gran pantalla, pero también sería errado afirmar que son series de televisión. Por no ser, no son ni mini-series: ¿películas demasiado largas como para ser estrenadas en cine? ¿O series demasiado cinematográficas como para ser consideradas episódicamente catódicas? «Carlos» es un urgente retrato de las ideologías utópicas del pasado que no sólo se adapta a la perfección al formato de los tres episodios (ascensión, cumbre y declive del terrorista protagonista), sino que además remite por igual tanto a la generación de la televisión yanki que saltó al cine en los 70 como a un Michael Mann actual y su asombrosa capacidad para filmar la violencia de forma estilizadamente retro. Por su parte, «Misterios de Lisboa» revoluciona el formato de folletín cinematográfico con un culebrón sublime que entra con la suavidad de la seda, la misma suavidad de esa cámara en perpetuo movimiento (en travellings que parecen frotar elegantemente sobre raíles invisibles) capaz de suspender en el tiempo una historia con tantas ramificaciones como las mejores novelas-río. Sea como sea, lo que está claro es que tanto Olivier Assayas como Raoul Ruiz han abierto la veda para los que vendrán detrás a la hora de habitar los intersticios entre cine y televisión.
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3. «La Boda de mi Mejor Amiga», Paul Feig. La sucesión de gags de «Bridesmaids» no sólo es impresionante y tronchante, sino que se agradece que detrás de su sucesión de momentos hilarantes haya algo más, mucho más interesante. Y es que este combate a cara descubierta entre dos damas de honor que pugnan por ser la mejor amiga de la novia es, a la vez, una huída continua de las convenciones de la comedia romántica. El personaje de Kristen Wiig no será redimido por ese nuevo amor que intenta salvarla poniéndola en contacto con sus sueños perdidos (sería demasiado fácil) e incluso el apoteósico final queda entelado por una duda deliciosa: ¿se han reconciliado las dos damas de honor o en la actitud final del personaje de Byrne mientras se despiden intuímos que nunca serán capaces de enterrar el hacha de guerra? Sea como sea, “Bridesmaids” no sólo ha conseguido ser la comedia del año (sí, así, a las bravas) y el justificante para que la Factoría Apatow se quite la espinilla negra de la misoginia… También ha sido, más que probablemente, la necesaria renovación de un nuevo humor americano y apatowiano que se estaba quedando un poco viejuno en tiempo récord. (sigue leyendo)
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2. «Drive», Nicolas Winding Refn. Cuesta imaginar el impacto que nos hubiera provocado «Drive» si no hubiera contado con ese Ryan Gosling en permanente suspiro vital con sus mitones y su signo del escorpión atenazante; sin esa banda sonora con canciones de Desire que nos devolvían a un tiempo en el que Cocteau Twins no eran un sueño; sin ese ritmo goteante y lento; sin su increíble ambientación a medio camino entre las películas de gángsters de Scorsese y las ensoñaciones del hampa made in Lynch y sin su fotografía preñada de rojos carmesíes, azules klein y fucsias. Cuesta imaginar, y la verdad es que no merece la pena. Porque mucho más allá de la estética híper cuidada y de la aparente vacuidad que pueda dar un protagonista sin nombre y sin rumbo, «Drive» es una fábula post-moderna sobre el amor incondicional: el advenimiento de un superhéroe sin poderes cuyo personaje se inspira tanto en los protagonistas de las historias de los hermanos Grimm como en las reflexiones de J.G.Ballard y que, llegado a cierto punto, obvia algo tan mundano como el enamoramiento para aspirar a poner una piedrecita y hacer del mundo un sitio mejor y menos hostil… A su manera.
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1. «El Árbol de la Vida» (Terrence Malick) + «Melancolía» (Lars Von Trier). Alfa y omega. Principio y fin. Fieles a sus incorruptibles cosmogonías, Terrence Malick y Lars Von Trier han entregado este año dos films que habrían de verse uno detrás de otro. «El Árbol de la Vida» aborda el Génesis con la voluntad de establecer un nuevo credo humanista: las críticas que le han tachado de talibán en su cristianismo obvian que Malick recurre al creacionismo como punto de partida de este film en el que, escena a escena, se van escribiendo los nuevos mandamientos de la convivencia y la empatía humana, metaforizados a través de las relaciones diversas entre los diferentes miembros de una misma familia. Mientras que, por su parte, «Melancolía» aborda un posible Apocalipsis huyendo del fatalismo espectacular típicamente yanki y situándolo a la altura de los ojos (o más bien del corazón) de unos personajes que han de lidiar con la desgracia de una forma cotidiana. La complementación entre ambos films se acentúa cuando tenemos en cuenta que Malick opta por cantar a la gracia como motor de las interconexiones entre seres humanos en contraposición a un Von Trier que no duda ni un momento en condenar a una humanidad que merece la aniquilación. Hobbes contra Rousseau en versión celuloide.
[Raül De Tena + Estela Cebrián + Déborah Camañes + Àlex Avinyó]
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