15. «Resacón 2. ¡Ahora en Tailandia!», Todd Phillips. Negar la evidencia sería absurdo: «Resacón 2. ¡Ahora en Tailandia!» es pura aliteración. No sólo se repiten los personajes de la primera parte y sus múltiples tics sino que, además, incluso la estructura se calca hasta la saciedad: boda inminente, despedida de soltero, pérdida de conciencia y todo un periplo para llegar a tiempo a la celebración. El tigre en este caso se cambia por un mono y se conserva la participación estelar de Mike Tyson. Pero, igual que negar esa evidencia sería absurdo, hay otra evidencia que no puede pasarse por alto: la segunda parte de la saga dirigida por Todd Phillips vuelve a alcanzar cotas de humor absurdo e irreverente realmente geniales. Y todo ello recurriendo sólo lo necesario a la escatología y al sexo: el realizador sabe que el principal activo de sus resacones es y será la química entre unos personajes que han de rendirse por completo ante el hecho irrefutable de que todos tenemos un monstruo en el interior. Y que, en una sociedad tan aséptica como la actual, ese monstruo sólo puede salir al exterior en forma de desbocado party animal.
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14. «Attack The Block», Joe Cornish. Si unos alienígenas atacan el sur de Londres es que claramente quieren pelea. Así es como se posiciona uno de los protagonistas de esta excelente película de Joe Cornish, auténtica revolución en el Festival de Sitges, que adopta unas referencias sobradamente reconocibles por los nostálgicos ochentenos como «Gremlins«, su versión de gama baja «Critters» o «Exploradores«. Unos adolescentes problemáticos del Brixton emprenden una batalla contra un grupo de alienígenas peludos que sin razón aparente parece perseguir al líder del grupo, Moses (John Boyega), macarra de barrio con cara de poker. Olvidaos de los Goonies: «Attack the Block» es más cañera de lo que nos venden. Pero, sobre todo, es más crítica: es también, más allá de las vísceras, la sangre, las persecuciones y las explosiones, una reflexión acerca de la conciencia de clase y de las condiciones de muchos jóvenes en situación precaria y sin un ápice de esperanza en el futuro. Brutal la respuesta de uno de ellos cuando Sam, la chica a la que primero atracan y que finalmente se volverá su aliada, les explica que su novio está de ayuda humanitaria en una ONG en África : “¿Qué pasa? ¿Que no hay niños pobres en Inglaterra?” Más razón que un santo.
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13. «Monsters», Gareth Edwards. «Monsters» no es, ni de lejos, una película de acción mainstream con una pareja protagonista que, a ritmo adrenalínico, va saltando obstáculos o, en este caso, cosiendo a balazos a cada monstruo alienígena que se le ponga al paso. De hecho, aunque así nos la vendan en su tráiler, «Monsters» no es exactamente una película de invasiones alienígenas. Corren por el film dos líneas discursivas paralelas… La primera y principal, el encuentro de la pareja Sam (Whitney Able) y Kaulder (Scoot McNairy) y su progresivo enamoramiento. La segunda, la invasión alienígena, con un claro regusto a esas películas de serie B que Estados Unidos concibió bajo un estado de tensión permanente en plena Guerra Fría. Los dos protagonistas son, a su manera, también dos alienígenas en tierra extraña. Ambos emprenden su camino a casa pero pronto se darán cuenta de que aquello que llaman casa ya no lo es. No les espera nada que les haga felices. En resumen, una bellísima historia de amor en un marco hostil, alejada de las películas de invasiones extraterrestres al uso.
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12. «Le Pére de Mes Enfants», Mia Hansen-Love. Tanto se ha hablado del metacine que, al final, parece que es un reducto de cuatro mentes sesudas que cada vez lo llevan más lejos y lo convierten en algo más complejo. Mia Hansen-Love, sin embargo, apuesta por un ejercicio de meta-cine no como teoría, sino como práctica: es esta una película sobre gente que hace películas, lo que la sitúa más cerca de «Irma Vep» (de hecho, la primera mitad de «Le Pére de Mes Enfants» recuerda poderosamente al film de Assayas) que de «Synechdoque, New York«. Y es esta, además, una de esas películas que giran sobre un eje central marcadísimo: un punto de no retorno en el que, tras encoger el estómago del espectador con un arranque de violencia inesperado a lo Haneke, todo cambia y nada volverá a ser igual. La joven directora se marca un bello canto de amor a un cine en vías de extinción, ese cine impulsado por productores suicidas. Figurada y literalmente.
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11. «De Dioses y Hombres», Xavier Beauvois. Puede que algunos (muchos) espectadores hayan evitado “De Dioses y Hombres” por puro miedo a la contemplación, por temor a quedar encallados en una trama alérgica a la narrativa y adicta a la demora a la hora de retratar los diversos ritos de la vida monacal cristiana. Y también puede que ese miedo esté justificado por cintas como “El Gran Silencio“, capaces de causar la extenuación de los más osados… Pero es que, al fin y al cabo, la propuesta de Xavier Beauvois no tiene nada que ver ni con el cine contemplativo ni con la antinarratividad, por mucho que su punto de partida haga pensar en esas directrices. La historia de la congregación del Monasterio del Atlas en Magreb y su encontronazo trágico contra el terrorismo integrista bien podría dar para siete horas de cánticos, misas y crisis de fé, pero lo sublime de “De Dioses y Hombres” es que consigue perfectamente equilibrar la tensión emocional (mucho más dura si es conducida con guante de hierro que las aparatosas escenas de acción hollywoodienses) con unos ritos religiosos que actúan como punto de fuga. (sigue leyendo)