10. «Holy Ghost!» (DFA), Holy Ghost! ¿Realmente se necesitan justificaciones para adorar el debut de Holy Ghost!? Tiene disco y funk, suena a Nueva York y a DFA, sublima el pop electrónico con la facilidad de un suflé de chocolate (con tropezones de MDMA), aborda los 80 tanto desde la alta cultura como desde la baja e incluso puede afirmarse que Millhiser y Frankel guardan de su época rapera una capacidad maestra para utilizar las rimas como una herramienta más para añadir ritmo a sus canciones. Pese a todo, no vamos a caer en la chiquillada de buscarle sucesor a LCD Soundsystem: ni el rey está muerto ni Holy Ghost! están aquejados de daddy issues… Será porque, a base de picotear en géneros dispares, han acabado por dar con una identidad musical personal e intrasferible que suena a a sexo (en los baños), sudor (en la pista de baile) y lágrimones (de subidón afectadísimo por substancias químicas). (sigue leyendo)
9. «Kaputt» (Merge), Destroyer. Cada frontera tiene sus propias líneas de separación. Las de Dan Bejar al frente de Destroyer cobran un carácter ignífugo al alejarse y acercarse a nuevas zonas de exploración y explotación sonora. Casi tres años después de parir una de sus obras más populares y criticadas (para bien y para mal), “Trouble in Dreams” -una suerte de experimento de pop radical que avanzaba por la franja de la canción de autor despreocupada, despeinada y nu rocker chavalera y casi post-universitaria-, regresa con “Kaputt”, un ejercicio de autoimplosión buscada, desacelerada, liviana y poderosa que transforma lo que era un proyecto con aristas de quedarse estancado en una de las voces centrales de la recuperación de sonidos de los primeros 80s: soul blanco, synth-pop, old wave, chill pop y una gestión de los acontecimientos sonoros históricos que convierten en reliquias los discos atorados de los trasteros. (sigue leyendo)
8. «It’s All True» (Domino), Junior Boys. “It’s All True” personifica esa obsesión de los críticos musicales por que cada disco sea un puzzle formado por diferentes piezas provinentes de otros discos y otros artistas. Una vehemencia muy parecida, por otra parte, a esos psicoanalistas empeñados en fragmentar la personalidad como diferentes compartimentes a veces disonantes que también pueden (y deben) estar formados en base a otras personalidades y personas. Lo genial del movimiento del último disco deJunior Boys reside en que, en este ejercicio máximo de impostura, Jeremy Greenspan y Matt Didemusconsiguen conformar una personalidad sólida, de mármol blanco. Un rascacielos de materiales nobles que, sin embargo, se mece con el viento para poder mantenerse en pie. Dureza y flexibilidad. Una obra que no tiene miedo de “ser descaradamente otros” porque así deja de ser Nadie y pasa a ser, precisamente, una voz única y original en el que los referentes quedan empequeñecidos. De hecho, con “Begone Dull Care” Junior Boys dejaron de ser Nadie. En “It’s All True” consiguen ser Todo. E incluso Todos. (sigue leyendo)
7. «Civilian» (Merge), Wye Oak. En su tercer trabajo, Wasner y Stack siguen tirando de sus elementos más identificativos: por una parte, la voz aterciopelada (que adquiere el nervio justo cuando cruza los tramos agrestes del álbum) más los expresivos arpegios escupidos por la guitarra de ella; y por otra, la plasticidad de la batería y los etéreos teclados de él. Aunque, en esta ocasión, dan un salto cualitativo en su propuesta al concretar en diez canciones la belleza, el sentimiento y la luminosidad (eso sí, tenue) que no lograban alcanzar por centímetros en sus anteriores referencias. La muestra gráfica de esa circunstancia sería “Holy Holy”, centro gravitatorio alrededor del cual gira el reforzado universo de Wye Oak y que materializa, a medida que avanza, la lucha de contrarios que sustenta las composiciones del dúo: arranca con inusitada fuerza, se estabiliza en cuanto Wasner pronuncia la primera sílaba, despliega una melodía zigzagueante, se detiene en paradas de dulce sensibilidad y alcanza un crescendo final explosivo. (sigue leyendo)
6. «Hurry Up (We’re Dreaming)» (Naïve), M83. Anthony dejó su Francia natal buscando nuevas sensaciones y se instaló en Los Ángeles. Y, una vez allí, se agenció una cabaña en el desierto de Joshua Tree para vivir su propia revelación. En “Hurry Up, We´re Dreaming!” (Naïve, 2011) no hay dragones triposos ni estelas hippys, pero no hay que tener mucha imaginación para oler el aire nocturno del desierto, la paranoia de la soledad, el calor pegajoso del día y el frío come-huesos de la noche. El sexto disco de M83 es una oda a los sueños, a lo onírico, a los paisajes imaginados, a las fases REM y a las vigilias. Pero, sobre todo, es un homenaje a la infancia y a las ilusiones que esta va dejando tras de sí como migajas de pan para que alguien las siga y le lleve hasta quién sabe dónde. (sigue leyendo)