25. «The Whole Love» (dBpm), Wilco. Cuando más difícil parecía que podrían triunfar entre las masas tras la división de opiniones que provocaron “Sky Blue Sky” (Nonesuch, 2007) y “Wilco (The Album)” (Nonesuch, 2009) entre la crítica global, Wilco consiguieron romper la baraja. Su octavo álbum de estudio, “The Whole Love”, empezó a crecer progresivamente hasta instalarse en los oídos del gran público e incluso desencadenar que más de una celebrity ajena a los sonidos alternativos confesase su amor por Jeff Tweedy y compañía. Razones no faltan para que hasta el menos ducho en materia indie acabe rendido a este disco: canciones-río de final rockero explosivo (“Art Of Almost”), pop adhesivo (“Dawned On Me”), baladas de profunda raíz americana (“Black Moon”) y ejercicios arriesgados que aprietan poco y abarcan mucho y bien (“One Sunday Morning: Song For Jane Smiley’s Boyfriend”). Parece que, al fin, los astros se alinearon para que los de Chicago alcanzasen el merecido reconocimiento de todo el universo.
24. «The King is Dead» (Rough Trade), The Decemberists. Aunque en su primera escucha suena súper raro, The Decemberists han dado con su último disco el paso más lógico que se podía esperar en su carrera. Después del exceso operístico de su anterior álbum, “The Hazards of Love”, y la tibia acogida que tuvo entre fans y crítica, no era de extrañar que con “The King is Dead” quisieran dar una vuelta de tuerca y volver a sus raíces para encontrarse un poco con la música más americana. El mismo Colin Meloy no había tenido problemas en reconocer que la gestación y desarrollo de la anterior entrega le había dejado exhausto (y parece ser que a más de un crítico también), así que después de pasearse por zonas portuarias y ponerse hasta el culo de ron (“Picaresque»), de dar rienda suelta a su amor por la teatralidad (“The Crane Wife“), y de perderse por bosques encantados y cantar historias de hombres lobos y reinas que chochean (“The Hazards of Love“), la troupe de Meloy opta por situarse al Este del Edén, descorchar la botella de bourbon, dejarlo reposar en el porche mientras achican nieve o ven crecer la cebada. (sigue leyendo)
23. «Galactic Melt» (Ghostly International), Com Truise. Rodeado del aura divina que provocan sólo las noticias más esperadas y deseadas, vio la luz “Galactic Melt”, con un tracklist totalmente nuevo, fresco y lozano… a pesar de que Healy sigue estableciendo 1985 como punto de partida de sus creaciones musicales (como reza el encabezamiento de su web: “fundiendo circuitos desde 1985”). Al contrario de lo que se pensó en su día, no hay ningún corte conocido previamente en su repertorio, señal de que el norteamericano, a pesar de la calidad del contenido de sus singles precedentes, aún guardaba en su cabeza una vasta cantidad de ideas que expresar en su primer largo como tal. Eso sí, los ingredientes fundamentales de su receta no varían: analogía a chorrón, homenajes a la cultura pop y científica de los 80 y recuerdos translúcidos de canciones que silenciosamente formaron su imaginario sonoro durante su infancia y pre-adolescencia. (sigue leyendo)
22. «Yuck» (Fat Possum), Yuck. “Yuck” es un agradable paseo de casi una hora por tu adolescencia, escucharlo es sentir la ingenuidad de la juventud por la vía de unas letras simples que hablan de soledad y de conseguir cosas súper súper importantes osea, y de lo durísimo que es tener veinte años y que nadie te comprenda y de un sonido muy afectado con tendencia a tomarse demasiado en serio. Pero lo mejor que tiene este álbum es el darte cuenta de que ese paseo es finito, que en un momento determinado se acaba y luego lo que te queda es tu vida de persona mayor, en la que las cosas ya ni son tan trascendentales ni tan súper súper importantes; y que está bien poder mirar atrás a través del entusiasmo y el respeto con el que estos cinco chicos homenajean una música que no conocieron de primera mano pero que, a la vista está, les fascina para (muy) bien. (sigue leyendo)
21. «Wounded Rhymes» (Warner), Lykke Li. No se sabe a ciencia cierta si se debió a la presión de la fama, a los sacrificios que conlleva ponerse el fulgurante vestido de estrella o a su alto ritmo de trabajo, pero Lykke Li entró en una fase de depresión personal de la cual da buena cuenta en este LP de título elocuente y descriptivo (“rimas heridas”). Para entendernos: si “Youth Novels” se desarrollaba en espacios amplios, diáfanos y bien iluminados, su segundo álbum transita por callejones angostos en los que se advierten rumores y sombras de fondo. Este cambio de escenario se podría relacionar también con el indefectible paso de los años, progresión obligatoria y natural que afectaría a Lykke a la hora de afrontar su tarea compositiva y volcar sus sentimientos. Los cortes-puente que unen y, simultáneamente, separan “Wounded Rhymes” de su antecesor serían “Youth Knows No Pain”, en el que la sueca parece dejar atrás su anterior ingenuidad y fragilidad para mostrarse como una mujer más resistente curtida en las trincheras de la vida, y “Unrequited Love”, radiografía de un corazón golpeado por el sufrimiento amoroso que incluso se reprocha haber intentando amar. (sigue leyendo)