40. «Burst Apart» (Frenchkiss), The Antlers. Es debido a ese gran reconocimiento que recibieron en su día que ahora, sin quererlo ni beberlo, los de Brooklyn se encuentran ante el disco más importante (hasta el momento) de su carrera. Y son conscientes, porque es evidente que no han querido precipitarse ni apostar fácil. “Burst Apart” es un trabajo al que resulta difícil de acceder (valga la redundancia tratándose de esta gente), pero es que deja descolocado completamente con las primeras escuchas al no haber ni rastro de aquellos arranques de épica de “Kettering” o “Sylvia” que venían a funcionar de gancho en “Hospice“. Es el momento en que nos percatamos de que los cambios no se acaban ahí pues, en esta nueva entrega, el trío trata de adentrarse por completo en terrenos que anteriormente sólo había tocado tangencialmente, saliendo sorprendemente airosos de esos jugueteos con el post-rock, el slowcore o la música ambiental, como quieran etiquetarlo. (sigue leyendo)
39. «Underneath The Pine» (Carpark), Toro y Moi. “Underneath the Pine” procura crear un equilibrio insano y puramente gravitatorio entre el chill wave, el pop ochentero, el disco más espacial, el soul revival, el uso y disfrute del sintetizador en cotas bajas y, sobre todo, la fuerte presencia de un funk empapado de chill out, el ambient más sonoro y el tropicalismo destropicalizado. Intenta dejar de lado aquellas incisiones de pop urbano 2.0 que en su primer LP destacaban como las zonas más interesantes (”Fax Shadow” o “Freak Love”, por ejemplo, eran dos grandes canciones que representaban aquello), procurando acercarse más al sonido de“Thanks Vision” o “Minors”, odas que, en efecto, se antojaban más accesibles y lights, pero igualmente intensas. Por ahí lleva los tiros Toro y Moi en su segundo disco: rindiendo homenaje a los héroes de los 80 (¿alguien dijo Michael Jackson?) con un compilado de bajos hirientes, atmósferas ultra-rítmicas y percusiones que envenenan (de azules) al personal en una suerte de puente entre la new wave más liviana y el downtempo más housero. (sigue leyendo)
38. «All Things Will Unwind» (Ashtmatic Kitty), My Brightest Diamond. Shara Worden fue madre el verano pasado… Y lo cierto es que le experiencia de la maternidad se traslada completamente a su nuevo disco, «All Things Will Unwind«, donde el diamante más brillante une fuerzas al ensemble de cámara yMusic para firmar su disco más equilibrado. Sin olvidar sus voraz ansia de experimentación, My Brightest Diamond factura ahora canciones narrativas, teatrales, siempre a un paso de la histronia operística que tanto deslució a su anterior «A Thoushand Shark’s Teeth» pero también luminosas, abiertas, dialogantes con todo aquel que quiera escucharlas con la mente predispuesta a un género musical mutante y escurridizo. Digámoslo a las claras: todos los aplausos que este año se está llevando St. Vincent deberían ir más bien dirigidos a My Brightest Diamond.
37. «Parallax» (4AD), Atlas Sound. “Parallax» rubrica una vez más que Bradford Cox no entiende de límites ni de presiones, por mucho que estas sean inevitables. Él mismo se encarga de demostrarlo desde la fotografía de portada, en la que se difumina su conocida figura para aparecer caracterizado a la manera de los vocalistas de los años 50, con camisa, tupé elevado (se supone) y micrófono de la época. Toda una declaración de intenciones que ya se intuía en el último trabajo que realizó con Deerhunter, el logrado “Halcyon Digest”, en el que iniciaba una especie de viaje al pasado (a su infancia y adolescencia) a través de recuerdos melómanos que lo situaban estilísticamente entre el pop y el soul añejos de los 50 y 60, la Motown y aquel chico (también de Georgia) que miraba al mar sentado en el muelle de la bahía: Otis Redding. Así, Cox vuelve a dar un brinco acrobático tan arriesgado como el que había ejecutado con dicho disco con respecto a sus anteriores obras grupales: sin olvidarse de la experimentación burbujeante perpetrada en su anterior “Logos”, se centra en el revival bien interpretado y totalmente. (sigue leyendo)
36. «Replica» (Software), Oneohtrix Point Never. Si las fórmulas matemáticas tuvieran algún margen de error, alguna zona de cuestionamiento y conflicto, un sitio para el resquebrajamiento, ahí es donde se pondría a actuar Daniel Lopatin. El norteamericano, mitad de Ford & Lopatin (antes Games) ha encontrado en su proyecto en solitario, Oneohtrix Point Never, la válvula de escape perfecta a filias de anticristo de la electrónica para las masas, generando collages dignos del carnicero más brutito a base de beat puristas conectado con errores digitales, loops a bocajarro y canciones que pretenden hacer de esa precisa batalla que es la electrónica 2.0 un ataúd salivado del margen más amplio y generoso que la música contemporánea de hoy en día tiene para ofrecernos.