5. «Let England Shake» (Vagrant), PJ Harvey. Cuando se supo que el octavo disco de PJ Harvey iba a ser “su disco político” tampoco a nadie pareció llamarle la atención en exceso, y es que era cuestión de tiempo que la trovadora de Dorset se enfrentara a los tiempos que nos ha tocado vivir y dejara de mirar(se) hacia dentro para observar y representar lo que pasa fuera. Pero, a diferencia de lo que se podía esperar teniendo el cuenta su temática, “Let England Shake” pasa por ser uno de sus álbumes más accesibles. Su contenido contestatario, crítico y revelador encuentra en la música el medio perfecto para su mensaje. Lejos de optar por la vía descarnada de “Rid of Me” o de encomendarse la decadencia gótica de “To Bring You My Love” o “White Chalk”, la artista opta por abrazar el folk inglés en todas sus formas y convertir las doce canciones que conforman el disco en un poemario reivindicativo y de reminiscencias populares. En este disco, Harvey vuelca todas las preocupaciones sociales que la han estado acuciando durante años y que es ahora cuando se ha sentido capaz de plasmar y vocalizar con la profundidad que merecían. (sigue leyendo)
4. «Helplessness Blues» (Sub Pop), Fleet Foxes. En “Helplessness Blues“, la inseguridad se queda en el fondo y no afecta a la forma: el cantante se convierte en experto couturier, dando lugar a momentos tan brillantes y perfectamente desarrollados como las inabarcables “The Shrine / An Argument” y “The Plains / Bitter“, dos preciosas canciones río que empiezan con un bello discurrir de cuerdas y coros para morder los márgenes de una ribera con fuerza y empeño gracias a los arreglos instrumentales y la imponente voz del cantante, que en esta entrega se alza segura e impasible, sin dejar que las dudas que lo asolan en la lírica afecten el pulso de los temas. Es en estos elaborados momentos de crescendo y emoción en los que Fleet Foxes se dan la mano con los fantasmas de CSNY, Van Morrison y Simon & Garfunkel. De todos ellos extraen la sabiduría para conseguir unas melodías limpias e inmediatas de una forma totalmente natural y sin imposturas. (sigue leyendo)
3. «Cape Dory» (Fat Possum), Tennis. Es interesante fijarse en el continente de «Cape Dory«, en el lustre que aportan las guitarras incorruptas de Patrick, que dibujan tanto cenefas coloristas entre saltarinas y melancólicas (“South Carolina”, “Seafarer”) como postales de atardeceres compartidos por amantes enamorados que observan el horizonte rojizo mientras se cogen de las manos sentados en un embarcadero (“Waterbirds”). Esta metáfora ejemplificaría a las mil maravillas el poso que dejan en el corazón las composiciones de Tennis. A ellas habría que añadir cualquiera de estos adjetivos (o todos): puras, frescas, románticas, virginales… Expresiones que, durante 2011 hemos vuelto a utilizar para seguir describiendo esa explosión revisionista de los 60 americanos que tan bien está sentando a parte de la humanidad. Quién pudiera disfrutarla tumbado en la cubierta de un barco embargado por el sabor del agua salada y la suavidad de la brisa marina… (sigue leyendo)
2. «James Blake» (Universal), James Blake. La grandeza de “James Blake” reside en el factor sorpresa, sosegado y sutil, con el que el artista maneja sus canciones como quien conduce una barca describiendo formas sinuosas e hipnóticas alterando el mínimo la superficie de un lago de aguas cristalinas. Las composiciones de Blake se quiebran sobre sí mismas como si observases en “mute” un documental televisivo en el que un animal se retuerce en una convulsión seca sobre su propia espina dorsal: la violencia en su acepción más sorda y, por lo tanto, impactante. La primera vez que escuchas temas como el pluscuamperfecto “I Never Learnt to Share” es inevitable que, al llegar al final, te preguntes qué te has perdido, cómo has llegado desde aquel arranque moroso y melancólico, casi una pataleta de niño abúlico, hasta este final en buzz, fuzz y cualquier cosa que suene a zumbido emocional que al final acaba colapsándose sobre sí mismo. Y aunque en este tema la respuesta está en un sublime despliegue del concepto de progresión, en cada una de los composiciones pueden rastrearse otras múltiples respuestas no siempre tan obvias ni tan simples: lo más normal es que te encuentres continuamente alzando las cejas al toparte con giros inesperados en los que plantearse cómo, con sus juegos de manos, James Blake ha conseguido huir hacia adelante (y hacia atrás y hacia arriba y hacia abajo) a la vez que huye del formato convencional de canción. (sigue leyendo)
1. «Bon Iver» (Jagjaguwar), Bon Iver. Una vez llegados al destino final de este viaje fluvial tan aficionado a jugar al despiste, es necesario un alto al camino y su correspondiente tanda de preguntas. Que cada uno se desvele a la hora de conformar su propia lista, pero es de recibo cerrar esta crítica con la pregunta que la abrió: ¿ha optado por la repetición Justin Vernon a la hora de encarar la continuación de “For Emma, Forever Ago“? La respuesta es sencilla: aquí lo único que se mantiene (explorada en vertical, en profundidad) es la voz de este artista, un descubrimiento bellamente único que ofrece el punto medio entre el lirismo de Brian Wilson y la extravagancia tímbrica del ya mencionado Peter Gabriel. Más allá de esta constante, hay que reconocer que “Bon Iver, Bon Iver” no es ni una repetición ni una reiteración: es obstinación que prueba que la personalidad de este artista sigue siendo una especie de rupestre piedra preciosa capaz de adaptar la belleza del brillo de su reflejo a cualquier cambio de entorno, a cualquier variación del paisaje a su alrededor. “Bon Iver, Bon Iver” es, al fin y al cabo, la confirmación de que Justin Vernon va a ser capaz de llevar a buen puerto cualquier viaje musical que se proponga. (sigue leyendo)
[Raül De Tena + Estela Cebrián + Jose A. Martínez + Alan Queipo + Javier Serrano]
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