5. «La Vida con Mr. Dangerous» (Astiberri), Paul Hornschemeier. “La Vida con Mr. Dangerous” viene a actuar de punto intermedio entre el clímax emocional de “Madre, Vuelve a Casa” y la teoría formal de “Las Tres Paradojas“, con una poderosa historia (la de Amy Breis, una treintañera que acaba de dejar a su novio y que vive en el limbo de la inactividad, esperando que el hombre del que está verdaderamente enamorada y que habita en otra ciudad dé el primer paso en su dirección con una llamada de teléfono que nunca llega) que se ve sublimada por una propuesta formal magistral (el entrelazado del argumento con la serie de animación a la que Amy está tremendamente enganchada: “Mr. Dangerous“). De esta forma, borrando la línea limítrofe que separa la realidad de la protagonista de la ficción de Mr. Dangerous, Hornschemeier pone sobre la mesa una disfunción tan típica de esos treintañeros despojos de los 80 en la que viven la realidad a través de sus propias obsesiones y filias: el entorno sólo puede ser aprehendido en base a las enseñanzas extraídas de esa obsesión y, de hecho, las personas que nos rodean son más o menos válidas cuanto más podamos introducirlas en nuestra idealización. Una forma como otra cualquiera de retratar a unos personajes desconectados de la realidad, incapaces de involucrarse de forma natural en un entorno que les causa dolor e incomprensión. (sigue leyendo)
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4. «Alec» (Astiberri), Eddie Campbell. Como tantos otros autores, Eddie Campbell empezó siendo Alec MacGarry y acabó siendo Eddie Campbell. Como aquel Pinocho que empezó siendo una ficción de madera y, tras mucho deambular, acabó encontrando la realidad, la carne, el hueso, el corazón, las lágrimas. Y es que a lo largo de los dos tomos que conforman “Alec”, el autor describe una progresiva evolución desde la despreocupación y la disipación alcohólica de juventud, cuando era más fácil obligar a Campbell a que vistiera la gabardina raída de MacGarry, hacia una madurez en la que la profesionalización y la intelectualización del medio de la novela gráfica sigue chocando frontalmente, una y otra vez, contra la posibilidad de mantener una vida “normal” que queda al descubierto sin los ambages de la ficción. Un camino que se inicia en el juego de espejos que pretende un cómic auto-biográfico escorado y lateral pero que acaba en una especie de diario al descubierto en el que, superado el exhibicionismo del cuerpo, la nueva frontera es el exhibicionismo de la mente con finalidad fliantrópicas. ¿O no debería ser el fin último de cualquier dietario el conocernos y comprendernos mejor a nosotros mismos? (sigue leyendo)
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3. «Monstruos» (Ponent Mon), Ken Dahl. Como en su expresiva portada, «Monstruos» pone el dedo sobre una yaga tabú de la que todos evitamos hablar: el sexo como pulsión de destrucción. Como acto a la vez de suicidio y de magnicidio. Porque está claro que todos somos conscientes de que, dejando de lado el placer, cuando follamos nos exponemos a un intercambio de fluidos e intimidades en el que pones en juego tu integridad mental y, sobre todo, física. De esta forma, Ken Dahl consigue que el estómago del lector se contraiga hasta el tamaño de un puño cuando plantea la gran pregunta: si tienes una enfermedad de transmisión sexual menor como puede ser el herpes, ¿lo mejor es decirlo a tus parejas sexuales y arriesgarte a no tener sexo nunca más o mejor callarte y propagar un mal que es comunmente «menor» pero que realmente puede transformarse en un serio (y desagradable) transtorno? Ya sea con el humor como suavizante bien aromatizado a través de la información como herramienta de poder, «Monstruos» consigue que te acabes topando con esa sombra de la que huyes desde que diste el primer beso.
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2. «Binky Brown Conoce a la Virgen María» (La Cúpula), Justin Green. ¿Se puede vectorizar el ateísmo, la repugnancia post-adolescente por el clero y sus vicios reprimidos y transformarlos en una de las cimas gráficas de la temporada a golpe de conectar a «Beavis and Butt Head» con Robert Crumb, Daniel Clowes y la filosofía del punk gamberro más naturalista? Justin Green ha logrado dar con Binky Brown, probablemente él mismo de chaval, y dar a luz a este «Binky Brown conoce a la Virgen María«: una parodia a todo color que La Cúpula ha editado este año en castellano y que generó tantas risas como vómitos, tantos aplausos como denuncias, tanto escozor como devoción. Nunca la militancia ateísta y agnóstica fue tan marciana y visceral.
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1. «Habibi» (Astiberri), Craig Thompson. Estábamos equivocados si creíamos que «Blankets» sería la cima insuperable de Craig Thompson e incluso la obra capital que lo convertiría en un wonder boy abocado a la página en blanco… Y es que, después de un largo silencio, «Habibi» trasciende los puntos débiles de la anterior obra del autor (es decir: el ombliguismo algo idealidazo del formato autobiográfico) para conformar una actualísima historia de amor que algunos se tomarán a pecho por su caracter interracial, pasando por alto que la verdadera fuerza de la propuesta de Thompson reside precisamente en su canto de amor hacia la posibilidad de la reconciliación de las razas a través de la fuera poderosísima de la cultura. Y aunque lo dicho podría solucionarse a través de un argumento de estructura impecable como el de «Habibi«, el autor va un paso más allá y se lanza a los brazos de la etiqueta «meta» al fabular cada página como un laboratorio de experimentación de lo gráfico donde las palabras (en diferentes idiamos) y las imágenes (antropomórficas o simbólicas) acaban entrelazándose como icono absoluto y aniquilador capaz de derribar las barreras laterales de la viñeta y abrir nuevos horizontes para la novela gráfica como formato.
[Raül De Tena + Alan Queipo]
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