Puede que la fiebre esnobista por la novela gráfica haya pasado de moda, puede que lo de los superhéroes ya no estén tan en boca de todo el mundo porque el cine se empieza a cansar de ellos, puede que todo fuera un sueño y al final los cómics sigan siendo un reducto para entendidos… Pero nos la suda todo. Porque en FPM seguimos siendo muy fans del formato viñeta y, por eso, por segunda vez consecutiva hemos querido marcarnos nuestra particular lista de lo mejor de 2011 en un año particularmente prolífico: muchos son los grandes autores que han vuelto por todo lo alto (Thompson, Hornschemeier) e incluso los clasicazos recopilados con mimo (el imprescindible «Alec«), pero si 2011 se recordará por algo es precisamente por ser el año en el que todo un conjunto de nuevos valores españoles consiguieron codearse en las listas con los grandes consagrados… Sergi Puyol, Felipe Almendros, las modernas… Gran futuro nos espera.
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Mención Especial. «Soy de Pueblo» (Glénat), Raquel Córcoles y Marta Rabadán. Es definitivo: cualquier tipo de ente no existe como tal hasta que no desarrolla el sentido del humor y la mirada cínica dirigidos a uno mismo. Ya lo decía Herman Hesse… Y así lo refrendan Raquel Córcoles y Marta Rabadán al facturar con «Soy de Pueblo» la obra meta-moderna por excelencia: un cómic similar a una pedrada contra el vistoso escaparate de los modernos de mierda más absurdos para desarticular la pose forzada y dejar al descubierto lo que todos sabíamos: que, por mucho que nos esforcemos en ser lo más y partir la pana en la gran ciudad y beber gin tonics y escuchar a Lana del Rey, al final resulta que nunca dejaremos de ser unos paletos de pueblo empequeñecidos por problemas de ego que beben cerveza a escondidas y que cuando escuchan choni-tecno de extrarradio sienten un escalofrío de placer culpable. Y, sobre todo, unos tipos tristes que, por mucho que sigan en la gran ciudad, siguen comportándose como si la urbe fuera un pueblo. Lo mejor de todo es que aquí no hay nada de rabia: en «Soy de Pueblo» sólo hay espacio para el humor. Y vaya humor.
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10. «Poderes» (Apa-Apa), Sergi Puyol. Que viva la democracia del silencio y la omisión. Que viva la comunicación no verbal y la creación de atmósferas abruptas. Que viva el cómic underground y sus soledades. Que viva el dibujante (o ilustrador) y su pensamiento universal para que todo bicho viviente lo comprenda. Que viva «Poderes«, último título editado por Sergi Puyol en Apa-Apa, quien es, a su vez, culpable del fanzine «Colibrí«, de gran parte de la cartelería infantilista del condado barcelonés, de libros ya editados en la editorial catalana como «Cárcel de Amor» y «Una Caja, Una Silla» y, a su vez, militante del indie subterráneo condal en grupos como Le Pianc y Viva Ben-Hur y como escudero del sello Maravillosos Ruidos junto a su hermano Abel. En «Poderes«, Sergi atrapa el surrealismo desde lo abstracto, conectando la moderación de la feliz melancolía (no la de Von Trier) con el mundo de superhéroes poco heroicos vistos ya en dibujos animados como «Doraemon» o «Pocoyó«: pura experimentación de la madurez adulta del ser humano en un sinfín de vanidades etruscas, convulsas, limitadas y oníricas. Eso sí que es querer y “poder”.
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9. «El Héroe (libro uno)» (Astiberri), David Rubín. O cómo Rubín, por fin, llegó al primer gran puerto de su travesía artística. Un puerto que, por otra parte, se había ido intuyendo durante todo el camino como una figura recortada poderosísimamente en el horizonte. La capacidad del autor de «La Tetería del Oso Malayo» para conjugar en el mismo tiempo verbal el género más recalcitrante (llaménlo ciencia ficción o como gusten) y la emocionalidad apocada de una masculinidad en declive siempre estuvo ahí. Pero lo que resulta totalmente nuevo y sorprendente es la puntería finísima de David Rubín a la hora de abordar el carácter imperecedero del mito (en este caso, el de Heracles… aunque la extrapolación es básica a cualquier mitología) por la vía de lo imprevisible: destripándolo y penetrándolo sin vaselina con ecos de tiempos disonantes para, al fin y al cabo, dejarlo intacto en su moraleja e intencionalidad. La altura de este primer tomo de «El Héroe» es tal que hace pensar en que Rubín necesitará marcar nuevas coordenadas geográficas en su mapa creativo cuando dé por acabada la saga.
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8. «R.I.P.» (Mondadori), Felipe Almendros. Los últimos años nos han encontrado con una nueva generación de artistas del trazo fino, contadores de historias que omiten formas y que se lanzan o bien al boceto o bien a la programación ordenada de sus ideas vía viñetas. «R.I.P.» probablemente no sea un cómic, ni una novela gráfica, ni una recopilación de bocetos, ni una especie de storyboard previo a algún cortometraje experimental, ni nada. «R.I.P.«, tercer cómic parido de los dedos, las manos y las experiencias mortíferas de Felipe Almendros es uno de los experimentos más inusuales que se hayan visto en nuestro país en materia de historieta gráfica. Almendros plasma aquí una suerte de cómic al (des)uso, abarcando no sólo temáticas relacionadas con la muerte y dedicatorias a su padre (Alfonso Almendros), sino vida y obra, éxitos y parodias, miedos y filias, complejidades de la vida y el temor a la soledad. Pura identidad. Temeroso y complejo, «R.I.P.» es uno de los ejercicios más novedosos que ha dado el cómic estatal a la hora de desnaturalizar la forma de contar cosas, aunque el contenido sea más bien abstracto. Más que nunca, amén.
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7. «Pagando por ello» (La Cúpula), Chester Brown. Hubo un día en que ser un putero era algo chic. Dejó de ser aquello que generaba ladillas con sólo pensarlo y esa mítica asociación del putero a un ser ya entrado en años, adicto al whisky y las barras de bares trash nocturnos para comenzar a ser el nuevo deporte de modernos y ejecutivos, de jóvenes que quieren experimentar y de aquellos que, sí, responden al viejo cliché. Henry Chinaski ya no es necesario. Chester Brown lanza un tratado confesional, franco y libertario de uno de sus vicios: las putas. Pagando por ello, libro que ahora edita La Cúpula en nuestro país, es una suerte de diario íntimo temático que responde perfectamente al canon de nueva novela gráfica americana (lo que suele editar La Cúpula: la plana mayor de la editorial Fantagraphics) y que, de paso, se carga aquel concepto de diario idiotista que popularizó Ana Frank (sin saberlo) y lanza una proclama rebelde, excesiva, noctámbula, maldita y libre de follar pagando. Tú también lo harías.
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6. «El Invierno del Dibujante» (Astiberri), Paco Roca. Roca se muestra ampliamente dispuesto a abordar con rigurosidad un período histórico en el que, durante unos instantes, parecía que todo podía cambiar, que todo podía (llegar a) ser como deben ser las cosas. “El Invierno del Dibujante” aborda el golpe de estado silencioso perpetrado por cinco autores (Carlos Conti, Guillermo Cifré, Josep Escobar, Eugenio Giner y José Peñarroya) que siempre habían publicado en la editorial Bruguera y que deciden inaugurar “Tio Vivo“, una nueva revista en la que el autor es el propio editor. Una aproximación al negocio editorial impropia de un momento histórico caciquil como la posguerra franquista, cuando el arte era más frecuentemente castigado que premiado e incentivado.Roca no duda en ningún momento a la hora de abrir en canal aquel instante de la historia de la viñeta patria en la que el paradigma editorial y artístico podría haber cambiado hacia mejor pero que, sin embargo, acabo revelándose como un callejón sin salida, como un grito debajo del agua: en esta lucha del (artístico) David contra el (gigantesco y corporativo) Goliat, estaba claro que David tenía las de perder. (sigue leyendo)