5. «Sherlock». Después de la astracanada de Guy Richie, parecía que nadie tendría los huevos suficientes para acercarse al personaje de Sherlock Holmes en años, no fuera que le tiraran piedras por la calle o le secuestraran a la abuela como castigo. Por eso un Sherlock en versión 2.0 ambientado en el Londres actual solo podría tener como claim: “pereza” o “me abuuurro”. Gracias, Guy. Pero en FPM os decimos: no tengáis miedo, porque en la serie de la BBC no hay ni rastro del desastre que ha dejado barrido por la marea a Robert Downey Jr. La adaptación de las novelas del señor Connan Doyle en formato miniserie que hemos podido ver este 2010 es poco menos que asombrosa, adictiva y con una factura impresionante. Ayuda la presencia de Benedict Cumberbatch como un Sherlock con la misma empatía que una caja de cartón, que no tiene problemas en explotar una relación más que ambigua con Watson (aquí un Martin Freeman excelente que abandona la Oficina para convertirse en un doctor con síndrome post-traumático). iPhones, mails, ordenadores, GPS, maletas rosas, mafias chinas, contrabando y lluvia. Todo en un Londres laberíntico y complejo que se convierte durante tres capítulos en un NY o un Miami o un Las Vegas. CSI con clase. Sí, por favor.
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4. «Lost». Parecía claro que el final de «Lost» estaba llamado a ser looser total: cuando llevas una serie (o una peli o un libro o un cómic o loquetúquieras) tan alto a base de misterios sin desvelar, está claro que la ostia va a ser más que sonora. Los freaks estaban dispuestísimos a abofetear a Abrams, Lindeloff y Cuse (e incluso a sus respectivos árboles genealógicos) por no haber hecho caso a sus mil teorías conspiranoicas; y el espectador medio ya empezaba a estar un poco cansado de sentirse como un burro al que dirigen con una zanahora colgando de una caña de pescar… Sin embargo, te guste o no te guste el final (que eso es puramente subjetivo), no puede negarse que el «Lost» ha sido la serie más importante de la historia reciente de la televisión y que, finalmente, el argumento se cierra de forma sublime, pasando de los misterios (¿desde cuando todos los misterios son explicables y aprehensibles?) y centrándose en lo que siempre importó en esta serie: las relaciones personales y sus implicaciones emocionales. Sí, podría haber sido un delirio delicioso de realidades paralelas, pero al final resulto que todo era un Limbo. Y, aun así, ¿qué otra serie ha conseguido seguir sorprendiendo después de seis temporadas sin repetirse ni erosionarse? Te lo digo yo: ninguna.
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3. «Mad Men». La vuelta de “Mad Men” ha abierto de nuevo el debate sobre algunos de sus anacronismos. El creador de la serie presumió tiempo atrás sobre el estricto trabajo documental que se realizaba para que todo fuera tal y como era. El alarde generó cientos de foros dedicados a mirar con lupa cada capítulo y fueron sonados algunos de los gazapos encontrados: citar ‘el medio es el mensaje‘ de Marshall McLuhan tres años antes de que sus teorías sobre la comunicación se hicieran populares, usar modelos de pantys que no se comercializaban en la época, escuchar música diegética (“Temptation Is So Hard To Fight” de McGregor & The Bronzettes) que no había sido realizada todavía… “Mad Men” no es una cápsula del tiempo y tampoco es el Canal Historia. Es una serie de ficción que teje de forma delicada y no precisa el contexto histórico que rodea a los personajes, pero que trata, esencialmente, de los cambios sociales en cuanto a las relaciones de género, y que seguiría siendo una gran serie aunque una secretaria saliera tomando notas con un MacBook. Disfruten de la cuarta temporada. (leer más)
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2. «Breaking Bad». «Breaking Bad» es una serie en la que, a primera vista, parece que no pasa nada, pero que te acaba sorprendiendo con giros de trama originales e inesperados y explosiones de violencia magníficamente rodadas con un estilo que recuerda al mejor (y más sangriento) Quentin Tarantino. Todos los capítulos podrían estudiarse como ejemplos de perfecta narración televisiva (o directamente cinematográfica) y las interpretaciones también son impecables: Bryan Cranston ya ha ganado dos Emmys y, si hay justicia en este mundo, Aaron Paul debería ganar uno este año como mejor secundario. Se trata de una serie a la que realmente es difícil encontrar algún defecto. La tensión a veces es insoportable y la mayoría de veces el final del episodio te deja con la boca abierta. Pero, gracias a Dios, también hay momentos de humor, básicamente los protagonizados por Saul Goodman (Bob Odenkirk), el abogado cutre especializado en trapicheos: un personaje tan carismático que se merecería su propio spin-off. (leer más)
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1. «Modern Family». Las peripecias de la familia Dunphy y allegados parecen no tener fin. Y lo mejor de todo es que sus gags no se agotan en una segunda temporada que empezó fuerte y permanece tan alta como los tacones de Gloria. Si pensábamos que aquélla secuencia en la que Michel acusa a Cam de drama queen y este presenta a Lily en sociedad con «The Circle of Life» de fondo era insuperable, estábamos equivocados. Todos los personajes refuerzan sus características y las siguen explotando para descojone del espectador, todo bien servido con unas tramas sencillas pero increíblemente escritas. Lo que hace grande a «Modern Family» es que, siendo una comedia sin pretensiones, más blanca que ácida (por más que su punto de partida sea el hablar de una familia cuyo núcleo reúne todo lo que la induciría al vómito al Foro de la Familia) , consigue puntos de ironía y excelencia como sin quererlo y otorga a las sitcoms familiares un lugar destacado dentro del universo de las series que hacía tiempo que no disfrutaban. En esta temporada, Gloria está inmensa (en todos los niveles), la idiotez supina de Phil (todavía) no aburre, Mitchel y Cam van camino de convertirse en la pareja más adorable y divertida de esta década y Mani ya es un icono en sí mismo.