5. «Stitches», David Small (Random House). “Stitches“ habla de cómo el artista pone la última piedra sobre la tumba de su infancia utilizando la exposición al público, el exhibicionismo emocional como infalible método de exorcismo interior. Pero hay un segundo factor más allá del argumental-vivencial que es el que acaba plantando la estrella en la frente de la novela gráfica de Small: su forma. Más allá de las tendencias deslavazadas del cómic-diario menos interesante, el artista planifica hasta la extenuación tanto la composición interna de la página (muchas veces cercana a la estampa perversa) como el conjunto de páginas concebido como un todo. El trepidante ritmo de lectura hace imposible no quedarse prendado con los grises acuosos con los que el autor pinta una infancia triste y, sí, claro, gris. Pero ahí está la genialidad del ejercicio: a través de una ilimitada paleta de grises, Small consigue abandonar el negro y trascender hacia el blanco. Genial. (leer más)
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4. «Pinocchio», Winshluss (La Cúpula). El mismo protagonista que en el original quería ser un niño, quería un corazón, quería una lágrima, quería ser humano, en esta nueva versión pulula por entre las aventuras de los demás totalmente enajenado, sin demostrar ni un atisbo de emoción, desconectado de las múltiples tragedias que suceden a su alrededor. Y lo cierto es que aquí hay tragedias para dar y tomar… Las múltiples tramas se entrelazan suavemente, sin necesidad de mayor transición que el preciosismo de la ilustración de Winshluss. Y, cuando se llega al final de «Pinocchio«, es inevitable visualizar el cuento tradicional no como la búsqueda de la humanidad, sino como la ventaja de disponer de una coraza metálica y una total falta de sentimientos a la hora de abordar la aventura que significa vivir. ¿Pesimista? Sí. Y necesario también. (leer más)
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3. «No moriré cazado», Alfred (Astiberri). El punto de vista gélidamente distante (tanto psicológica como gráficamente hablando) de Alfred opta por un lápiz de carboncillo pálido que, a veces, más que un subrayado parece una guía dispersa y difusa… No diremos aquí que el motivo de un subrallado débil se debe a que no hay motivos que justifiquen la violencia: claro que hay por qués para la violencia. Un mirada, una palabra, un gesto, una chanza bastan para apretar un gatillo. Pero, al fin y al cabo, estos motivos para la agresión como punto y final de las disputas humanas se reduce a la misma máxima que, cuando aplicaban los gallos del lugar, nunca pensaron que podría volverse en su contra: “Yo soy cazador. No moriré cazado”. ¿Y qué pasa cuando un “cazado” decide que no quiere seguir siéndolo y que lo único que le basta es una escopeta y un puñado de balas para hacer que la balanza caiga de su lado? Lo que pasa es que, entonces, después de la violencia, la única salida es una venta abierta hacia el vacío. Sea lo que sea ese vacío. (leer más)
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2. «Asterios Polyp», David Mazzucchelli (Random House). Al principio, «Asterios Polyp» seduce por su irresistible empaque gráfico: una propuesta de puro meta-cómic en el que las convenciones de la mirada se ponen del revés y se cuestionan haciendo que la visión de cada personaje sea la visión a través del que le percibe el lector. Ya no es sólo que cada caracter independiente en el tomo de Mazzucchelli tenga su propio bocadillo y tipografía para los diálogos, sino que el autor juega con colores y semiótica visual para hacer inequívoca la percepción que se tiene de sus seres… Hacia la mitad de «Asterios Polyp«, sin embargo, te das cuenta de que estás ante una doble seducción: aquí no hay sólo una maestría teórica, sino que la materia prima que alimenta el fuego del relato de este cómic es terriblemente empática. No hace falta haber vivido la crisis de mediana edad de un arquitecto para implicarse emocionalmente en la novela gráfica de Mazzuccheli: sólo basta ser una persona que se haya visto en algún momento indecisa entre el arte y la vida para que «Asterios Polyp» haga diana entre ceja y ceja, alojando una bala en tu cabeza que ni el mejor cirujano podría extraer.
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1. Scott Pilgrim (Vols. 3 a 6), Brian Lee O’Malley (DeBolsillo). «Scott Pilgrim» no sólo ha resultado ser el mash-up definitivo de referencias post-modernas (musicales, videojueguiles, cinematográficas… y vitales) que, a lo largo de 2010, nos ha rebajado al nivel primigenio de perros de Pavlov a la espera de cada nuevo tomo… Sino que, finalmente, cuando creíamos que esto se iba a reducir a un festín algo superficial, Brian Lee O’Malley se destapó con un último tomo en el que las explicaciones ponían sobre el tapete un discurso más profundo de lo esperado (y casi esperable) sobre la tendencia de la generación de los 80 a encerrarse en el inexpugnable castillo fotificado de sus cabezas. Bienvenidos a nuestro primer cómic generacional… ¿No es delicioso sentirse la primera generación que no sólo tiene canciones, series, libros y pelis generacionales, sino que además tiene cómics a la misma altura?
[Raül De Tena]