«La Familia Carter» es uno de los cómics más maravillosos que vas a leer este año… Pero también es una lección de vida que desearás compartir.
De entrada, podría parecer algo extraño: una novela gráfica que en verdad es una biografía de una familia de músicos. Dicho de otra forma: el corazón de las viñetas del trabajo de Frank M. Young y David Lasky es la música, y la música es algo intangible cuya belleza (incluso cuya fealdad) no puede ser representada de forma gráfica. De hecho, rizando el rizo del recochineo, los autores de «La Familia Carter» subtitulan este trabajo como «Recuerda Esta Canción«… Pero ¿qué canción? ¿De qué canción me estáis hablando si esto es un cómic y, por muchas páginas que pase, no escucho absolutamente nada?
Pues, a ver, voy dejando ya las bromas de un lado y entrando en el meollo de la cuestión, que no es otro que la magia convocada por Young y Lasky en esta maravillosa novela gráfica capaz de convertirse en una lección de vida de esas que no solo son capaces de obligarte a replantear todo tu sistema de valores, sino que alimenta un urgente deseo de compartir esta lección con todos aquellos que tienes a tu alrededor. Al fin y al cabo, mira a tu alrededor: todo el mundo está tanto o más perdido que tú. Y es por eso que necesitamos más cómics como «La Familia Carter«.
Pero empecemos por el principio y dejemos las conclusiones maximalistas para el final, por favor. El principio básico de «La Familia Carter» es la biografía de la familia que da título al cómic, cuyo último eslabón célebre fue June Carter, esposa, musa y compañera artística de Johnny Cash. Pero aquí ocurre una cosa: puede que June y Johnny hayan llegado hasta nosotros (entendiendo aquí «nosotros» como «España», o algo así) porque su carrera artística se desarrolló en un momento en el que nuestro país estaba abierto al mundo. Si hablamos de The Carter Family, sin embargo, estamos hablando de los años 30 del pasado siglo XX… Y por aquel entonces la industria musical todavía ni había soñado con el concepto de globalismo.
Fueron unos tiempos, de hecho, en los que casi no existía la industria musical como tal: era una infraestructura que crecía a trompicones y que, de hecho, creció en paralelo a formaciones como The Carter Family. Jornaleros del campo en Poor Valley (sí, os prometo que el Valle Pobre existe en Virginia, no es broma), la familia Carter era reflejo absoluto de se época de entreguerras: el mundo no se había recuperado todavía de la Primera Guerra Mundial y ya se estaba encaminando (sin saberlo) hacia la segunda contienda global. En el campo, sin embargo, eso no importaba: lo que importaba era llevar algo al plato para comer cada día. Y eso, por cierto, no se conseguía con una guitarra en la mano, sino con una azada.
Los inicios de A.P. Carter en el mundo de la música fueron duros. De hecho, fuero «duros» en una forma que cuesta comprender a día de hoy… Ahí está la primera gran lección de «Recuerda Esta Canción«: que te obliga constantemente a sopesar lo que tenemos ahora al contraponerlo con el panorama de hace un siglo. En las primera páginas del cómic, la madre de A.P. intenta obligarle a que deje de tocar el violín porque eso es un instrumento del diablo. Y no solo eso: tras conocer a la que acabaría siendo su mujer y el gran amor de su vida, Sara, la dura realidad se entrometerá constantemente en su pasión por la música.
Piénsalo: ¿cuál es la carrera «ideal» de un música a día de hoy? Te lo digo yo: navegar todo el día en Internet en tu habitación y, entre pausa y pausa, componer algo con el GarageBand, subirlo a YouTube, dar un pelotazo, publicar singles que vendan millones, hacer tres actuaciones al año, forrarte y vivir la puta bida, tete. Ahora, sin embargo, contrapongamos lo dicho con lo vivido por los Carter: mientras luchan por sobrevivir en su granja, por casualidad graban un disco en su estado más primitivo, van pasando los años, alguien les dice que se vende bien, todo va muy lento, poco a poco parece que van vendiendo, van viendo como el proceso de grabación mejora y al final acaban incluso tocando de forma diaria en la radio (cuando poner discos era ilegal, sí, ilegal y era necesario tener a bandas tocando y cantando continuamente para llenar las horas de emisión).
El proceso es largo, doloroso, de esos que te dejan exhausto. No es de extrañar que, por el camino, el matrimonio de los Carter se desgaste. No es de extrañar que acaben metiendo a su familia en todo este proceso (Maybelle, prima de Sara, formará parte del trío básico de The Carter Family, al que años más tarde se sumarán a The Carter Sisters en un mini-grupo satélite que incluirá a varias de las hijas de las dos matriarcas). Pero por encima de todas las cosas, por encima del dolor y del cansancio, por encima del desgaste y el desamor, esté la pasión por la música.
Vuelve a pensar en Justin Bieber grabando su primer YouTube… y ahora considera la consagración y la devoción de A.P. Carter por la música: lo suyo no era componer, sino recorrer Virginia de cabo a rabo a la búsqueda de canciones en proceso de defunción. El pater familias de los Carter se dedicaba a ir de casa en casa a recoger canciones con una idea en la cabeza: impedir que murieran, continuar con la tradición, perpetuar unas letras y unas melodías que capturaban a la perfección el zeitgeist de una época que todavía ni había escuchado la palabra zeitgeist.
A las claras: «La Familia Carter» es un ejercicio de pura humildad, una novela gráfica que restablece tu sistema de valores y te obliga a pensar que hubo un tiempo en el que todo funcionaba de otra forma… y, de hecho, tampoco funcionaba tan mal. El mundo de la música, especialmente. Lo interesante, sin embargo, es la aproximación que hacen Frank M. Young y David Lasky al mundo de los Carter: sin alardes, sin filigranas, supeditando la forma (clásica de una forma magistralmente efectiva) a lo que realmente interesa aquí, que es la historia de esta familia imprescindible a la hora de entender el folclore americano de principios del siglo pasado (no en vano, son piedra de toque en la imprescindible «Anthology of American Folk Music» de Harry Smith, sin la que sería imposible entender el revival folk yanki de las últimas décadas).
Puede parecer, de entrada, que Young y Lasky dejan fuera de «La Familia Carter» cualquier atisbo de voluntad autoral, cualquier intento de influir sobre el lector a la hora de que este reciba los hechos puros y duros. Otros autores habrían buscado el discurso meta, los recursos formales deslumbrantes para hacer de lo explicado un reflejo del presente… Pero «Recuerda Esta Canción» se estructura más bien como una biografía puramente periodística que busca los hechos y destierra las florituras.
Hay, sin embargo, una flor bellísima que crece dentro de la novela gráfica y que, de alguna forma u otra, da sentido a todo lo leído. Al principio del cómic, A.P. conoce a Sara en uno de sus viajes intentando vender árboles. En este viaje en concreto, lleva un esqueje de manzano que espera vender a alguien y, en vez de eso, se pasa el día cantando junto a Sara, de tal forma que, al llegar la noche, decide plantar el manzano en el primer terreno que pilla por el camino. A partir de ahí, veremos cómo ese manzano se convierte en diferentes cosas: primero, en termómetro de su relación con Sara; más tarde, en reflejo del estado anímico de A.P…. Y, finalmente, en el epílogo de Johnny y June, sabremos que la intención de Young y Lasky siempre ha estado bien clara desde el principio: el manzano es ni más ni menos que la intención del patriarca Carter de capturar una música moribunda, plantarla de nuevo, permitir que eche raíces y dejar que se reproduzca. En este epílogo, el manzano de A.P. tiene muchos otros manzanos a su alrededor… Igual que la música de The Carter Family ha llegado hasta nuestros tiempos con todo una nueva genealogía de géneros y bandas que han nacido y crecido a su amparo, a partir de sus raíces.
Esa es la lección final: «Recuerda Esta Canción«. En serio, recuérdala, porque es una canción sin música, pero es una canción que habla de un tiempo en el que el arte no era una celebración del ego como es ahora, no era una carta de amor hacia uno mismo que ha de reportarte fortuna y fama, sino más bien una forma de comulgar con la comunidad, una especie de argamasa o cemento que haga más fuerte a la sociedad en la que vives. Menos tú, más nosotros. ¿No es un mensaje que merece la pena difundir? [Más información en la web de la editorial Impedimenta]