Desde «El Guardián Entre el Centeno«, cualquier novela que intente retratar el callejón sin salida de una adolescencia maldita se ha visto inevitablemente perseguida por la alargadísima sombra de la obra de Salinger. En la mayoría de los casos, la comparativa suele servir para enterrar mucho más que para ensalzar… Y lo cierto es que «Exilio» (publicada en nuestro país por Roca Editorial) bien podría verse lastrada por el recuerdo de Holden Caulfield y compañía, sobre todo porque es esta una novela que en ciertos momentos se ve lastrada por su propia utilización de la reiteración como herramienta para exponer una juventud sin salida e incluso por cierto simplismo e incluso un prisma algo naive a la hora de apuntalar una trama que desemboca en un final en el que sobra el retruécano. Pero eso es lo negativo, y resulta que «Exilio» tiene muchos otros rasgos positivos capaces de deshacerse del espectro de las comparaciones y proyectar su propia sombra sobre las letras actuales. Para empezar, sus propias circunstancias: «Exilio» es la primera de las tres novelas de una Trilogía Africana que Jakob Ejersbo, autor danés conocido por su novela «Nodrkraft«, escribió a contrarreloj tras ser diagnosticado de un cáncer que le llevaría a la muerte en tan sólo diez meses a los 40 años de edad. Su intención con estos tres libros, inconexos argumentalmente y publicados de forma póstuma, era dibujar con trazos poderosos la relación entre Occidente y el Tercer Mundo.
De esta forma, uno de los rasgos más valiosos de «Exilio«, la primera parte de la Trilogía Africana, es que el proceso de autodestrucción de la adolescente Samantha resuena poderosamente dentro de otro proceso de descomposición mucho mayor: el de un país como Tanzania y el de una generación de blancos a la que le cuesta desprenderse de la vida facilísima que en un momento ostentó en un sistema social que los privilegió y que sigue tratándoles como intocables. Estamos en plena década de los 80 y la familia de la protagonista es la propietaria de un hotel fuera de las rutas turísticas del país, pero el lector no tarda en descubrir que su principal sustento viene de los trapicheos del cabeza de familia, antiguo soldado que ahora se dedica a formar a nuevos ejércitos que acabarían jugando un papel decisivo en la reforma socio-política de Africa. De hecho, en las primeras páginas de «Exilio» la hermana de Samantha vuela a Reino Unido a la búsqueda de una nueva vida, pero no tarda en volver aduciendo que los británicos no la entienden: es demasiado africana para UK y demasiado blanca para África. Algo que la propia protagonista sabe y que sin duda marca su propio proceso de autodestrucción a cámara lenta: con el fantasma del fracaso de su hermana recordándole continuamente su propio futuro, Samantha ve viendo cómo sus posibilidades se van viendo mermadas cada vez más y más. Es expulsada del instituto antes de tiempo a la vez que va consiguiendo que todos los posibles hombres de su vida acaben odiándola y, sobre todo, a la vez que se va enredando en las redes de una situación que no conduce hacia ningún sitio: un amorío con un hombre casado, «socio» de su padre y metáfora de los nuevos aires blancos que entran en África sabiendo que la militarización ya no da dinero y que lo mejor es explorar las sendas del contrabando de drogas. La propia existencia de Samantha va tocando fondo a la vez que el país que habita…
Pero no sólo este paralelismo entre la historia personal de la protagonista y la historia general de su propio marco físico e histórico marca la diferencia con la icónica novela de Salinger. Aquí también hay que mencionar en beneficio de «Exilio» un estilo post moderno (una primera persona fragmentadísima en cortos capítulos como ráfagas de metralla escupidas por una metralleta tartamuda) y, sobre todo, el hecho de que la auto-destrucción de Samantha no resulta ser un vacuo ensalzamiento del malditismo adolescente que se ha tendido a mitificar en las últimas décadas: la caída libre de la protagonista de «Exilio«, igual de inconsciente que la de Caulfield (es lo que tiene crecer entre algodones), resulta mucho más trágica al ser también mucho más extrema. Desde el principio del manuscrito, Ejersbo retrata de forma magistral un mundo de drogas y sexo que algunos personajes abrazan como herramienta de escapismo ante su propia infelicidad, ante su propia imposibilidad de vislumbrar un futuro halagüeño, sin darse cuenta de que más que una vía de salida ese mundillo es un pozo con un fondo oscuro en el que no hay agua sobre la que aterrizar, sino un lecho de piedras escarpadas dispuestas a romper el cuello de los insensatos que se han lanzado en picado.