UN POCO DE INDIE, UN POCO DE BOSSANOVA. Así define Tracey Thorn en su autobiografía, “Bedsit Disco Queen: How I Grew And Tried To Be A Pop Star” (Virago, 2013), el estilo musical que modeló mano a mano con su pareja (en todos los sentidos) Ben Watt para convertir su proyecto conjunto, Everything But The Girl (EBTG), en uno de los referentes clave del pop que huía de los estándares propios del momento en que se desarrolló, la primera mitad de los 80. El synth-pop, la new-wave o el indie-pop no aparecían como elementos de la extraña y sorprendente estrategia de Thorn y Watt: imbuirse de diferentes sonoridades, muy alejadas de los parámetros de su Inglaterra natal -como las inspiradas en los sonidos brasileños- o diametralmente opuestas a los géneros más comerciales -como las del jazz-, para ofrecer su particular visión del pop. Su propuesta inicial se podría considerar radical dados los antecedentes de ambos: por un lado, ella venía de ser una componente capital de Marine Girls, grupo que mezclaba un post-punk sin aristas con, justamente, una buena dosis de indie-pop primigenio y que llegó a encandilar al mismísimo Kurt Cobain; y, por otro, él aún conservaba su reconocida condición de cantautor folk-pop alternativo. De hecho, los dos trabajaban amparados por el emblemático sello Cherry Red Records, lo que facilitó que su relación artística comenzase a fraguarse.
UNIDOS EN UNA HABITACIÓN. Concretamente, en una de la Universidad de Hull, su ciudad de origen. Ahí nació en 1982 y creció Everything But The Girl y, de paso, su concepto íntimo y privado. Porque, a pesar del éxito de sus primeros sencillos como dúo, la versión de “Night And Day” de Cole Porter y “Each And Every One”, Tracey y Ben no deseaban que su plan compartido se les fuera de las manos a la misma velocidad en la que habían pasado de ser meros compañeros universitarios y de discográfica a pareja sentimental y, de ahí, a formar su propio grupo. Pero su destino era convertirse en estrellas del pop, lo quisieran o no; sobre todo cuando su debut en largo, “Eden” (WEA, 1984), regado de ritmos cariocas y jazzies, conquistó a miles de corazones que buscaban regocijarse con canciones bellas y reconfortantes, endulzadas por la inimitable voz de Thorn y aderezadas por unas letras transparentes e inteligentes dedicadas al amor y a las cuitas emocionales. Sin embargo, surgiría un gran problema en el seno de la banda: Thorn quería hacer más ruido; sus raíces musicales le obligaban a ello…
LAS CINCO REGLAS. Lo curioso de ese deseo era que, antes de grabar “Eden”, la pareja había establecido cinco reglas a seguir: sin tambores, sólo rimshot (una técnica de percusión); sin bajos eléctricos, sólo contrabajos; sin guitarras acústicas -si parecen folkies-; sin piano -si simula una balada rock setentera-; y sin coros. Entonces, fuesen a más o menos serias esas normas, ¿cómo podían conseguir Everything But The Girl que su estilo ganase cuerpo y fuerza? “Sonar como Astrud Gilberto intentando ser Gang Of Four siempre resultaría problemático”. Estas palabras de Tracey Thorn reflejaban que la solución sería compleja, sobre todo si querían seguir escapando de etiquetas artificiales típicamente ochenteras como el ‘new jazz’, el ‘sophisti-pop’ y la etiqueta-eslogan ‘quiet is the new loud’ (inspirada, de hecho, en los propios EBTG). Así que tiraron por la vía más directa: la marcada por The Smiths y Morrissey (ídolo de Tracey y culpable de su andrógino look, ya que a ella le importaba “ser escuchada, no observada”) para sumergirse en “Love Not Money” (WEA, 1985) en el indie-pop al que, en teoría, nunca accederían.
NO QUEREMOS HABLAR DE ELLO. Básicamente, de su vida privada y de su intimidad, que Thorn y Watt preservaban alejándose de los focos mediáticos que se centraban cada vez más en sus figuras y rechazando la creciente fama que los rodeaba. En ese momento (y durante toda su carrera), Everything But The Girl resolvieron con entereza la difícil ecuación entre humildad y éxito, entre honestidad y popularidad, lidiando con muchas sensaciones contradictorias y comentarios erróneos que, a veces, recibían. Una situación que se agudizó después de la fase de transición que supuso “Baby, The Stars Shine Bright” (WEA, 1986) y su pop orquestal a lo Burt Bacharach con la edición del single “I Don’t Want To Talk About It”, cover del tema de Danny Whitten y antesala de la publicación de “Idlewild” (WEA, 1988), otro paso más en la escalada creativa y comercial del dúo, a pesar de que se estaba acercando peligrosamente al denominado ‘pop adulto’ acaparado por artistas de relumbrón como Sade. Sin embargo, parecía que, tras la consolidación de su trayectoria, EBTG se sentían cómodos en ese espacio musical. Por si quedaba alguna duda, su disco norteamericano –“The Language Of Life” (WEA, 1990)- y su regresión a los 80 en pleno comienzo de los 90 en forma de álbum –“Worldwide” (WEA, 1991)- ratificaban su empeño por mostrarse como un grupo amable y sobrio con un sonido placentero para cualquier oído.
CAMBIOS RADICALES, DESIERTOS Y LLUVIA. Pero sus primeros pasos en la nueva década los apartaron de la actualidad de la época, tanto a nivel artístico -la pareja se limitó a publicar una serie de versiones de temas ajenos y propios, estos en clave acústica- como mediático, debido al síndrome Churg-Strauss contraído por Ben Watt y que obligó a EBTG a retirarse temporalmente. Tan traumática situación afectó a su visión del negocio y a sus posteriores planteamientos como grupo musical: por un lado, se acentuó su rechazo por la artificialidad y frivolidad del mercadeo pop; y, por otro, se empezó a definir el estilo por el que serían mundialmente conocidos. Porque, realmente, EBTG adquirieron verdadera notoriedad durante esta fase -que se podría considerar su era dorada-, cuando muchos de sus fans los descubrieron como si no hubiesen existido los años anteriores. Una circunstancia que, en vez de debilitarlo, hizo que el dúo la aprovechara para catapultarse (involuntariamente) al estrellato.
El primer impulso lo proporcionó “Amplified Heart” (WEA, 1994), un LP muy influido por la colaboración vocal y compositiva de Tracey Thorn con Massive Attack en la gestación de su álbum “Protection” (Virgin, 1994), no tanto en cuestiones formales –EBTG no se abonaron automáticamente a la moda trip-hop, sino que siguieron cultivando su pop diáfano, tranquilo, delicioso y ribeteado por detalles electrónicos- como en intenciones -estaban dispuestos a absorber, cual esponjas, cualquier influencia sonora contemporánea que encajase en sus esquemas-. Pero, antes de que se advirtiese esa evolución, estalló la bomba “Missing” por cortesía de Todd Terry y su esplendoroso remix. Uno de esos ejemplos en los que la remezcla supera el corte original y que, en este caso, situó en la estratosfera a sus autores cuando menos se lo esperaban, ya que se encontraban ocupados en solucionar su desvinculación con la discográfica WEA. Un éxito que se tomaron con su habitual calma, a pesar de que eran conscientes de que habían alcanzado la fama global.
EL FINAL LLEGÓ EN LA CUMBRE. Everything But The Girl sobrevivieron al triunfo colosal de “Missing” apelando a sus propias personalidades, tendentes a la normalidad más absoluta al asimilar su éxito en el calor del hogar. Su empeño en preservar su vida doméstica -su reducto para esquivar los efectos perniciosos de la celebridad- les permitía, además, calcular los pasos creativos a seguir a su antojo. De este modo, su primera decisión fue alejarse lo máximo posible de la fórmula ganadora de “Missing” para que esta no influyera en la construcción de su siguiente álbum. Con todo, “Walking Wounded” (Virgin, 1996) sí que capturaba los sonidos que se imponían en el momento de su grabación: drum ‘n’ bass, ambient, trip-hop, música de club… Estilos que corrían por la sangre de Thorn y Watt de una manera natural -tal como demostraron posteriormente las colaboraciones de ella con Deep Dish o Tiefschwarz y las incursiones de él en el terreno del house como dj y productor- y que sirvieron para renovar su paleta sonora.
Su táctica consistía, esencialmente, en no repetir esquemas ya utilizados, al menos, en su trabajo inmediatamente anterior. Por eso “Temperamental” (Virgin, 1999) abandonaba las bases sintéticas para volver a unas estructuras más clásicas y orgánicas, sugiriendo una especie de retorno a las raíces que cerraba el círculo de EBTG. Literalmente… En su punto de máximo esplendor, el dúo decidió finiquitar su carrera conjunta por razones muy sencillas y fáciles de explicar, relacionadas con la presión del estrellato (“Durante los momentos de histeria fan, sonreíamos pero nos sentíamos estúpidos. Cuando, a finales de los 90, tocábamos ante 5000 personas cada noche, pensábamos que no deseábamos estar involucrados en algo tan grande”) y la dificultad de sacar adelante su vida en común (“Existía cierta presión al ser pareja y formar juntos una banda. Llevábamos unidos mucho tiempo y no necesitábamos aumentar el números de cosas que hicieran nuestra convivencia más estresante”).
NO SABÍAN QUE ESTABAN BUSCANDO EL AMOR… Hasta que lo encontró el uno en el otro y viceversa. Básicamente, la historia de Everything But The Girl es el relato de un amor compartido por dos personas que perseguían, en su condición de músicos, su sublimación artística apoyadas mutuamente. Tracey Thorn siempre aseguró que su relación con Ben Watt ha sido (y sigue siendo) tan duradera gracias a -no a pesar- sus diferencias. Lo que facilitó que ambos separasen sus caminos profesionales a partir de la disolución de EBTG en el año 2000: ella, a la vez que se concentró en el cuidado de sus hijos, publicó hasta tres discos en solitario -el último, el navideño “Tinsel And Lights” (Strange Feeling, 2012)-, transformándose en el contrapunto tímido de Róisín Murphy, cuya trayectoria, curiosamente, guarda grandes semejanzas con la de Thorn; y él, en paralelo a sus obligaciones como padre, prosiguió su conexión con la música electrónica -a solas y bajo la marca Lazy Dog-, produjo álbumes de artistas como Beth Orton y fundó sus propios sellos, Buzzin’ Fly y Strange Feeling.
A día de hoy, resulta complicado creer que Everything But The Girl regresarán en el futuro, a medio o largo plazo, con material nuevo o clásico: “No queremos hacer ninguna gira retro ni nada parecido con nuestras viejas canciones”. Es decir, que Tracey Thorn y Ben Watt continuarán conservando su halo de grupo fundamental para muchos oyentes románticos y de mítica influencia de bandas contemporáneas (The xx, Rhye o Ivy, entre muchas otras), pese a que Thorn rebaja ese estatus legendario a la realidad terrenal: “Accedimos a los charts, salimos y volvimos a entrar en ellos, firmamos un contrato discográfico, nos desvinculamos de él, rubricamos otro distinto, nos mezclaron y nos remezclaron”. Lo afirma con su brutal sinceridad y su transparente naturalidad la más hogareña, familiar y modesta de las reinas disco.