Entrevistamos a los organizadores del Eufònic 2016 para que nos expliquen cómo ha llegado a convertirse en uno de los festivales más especiales del país.
Ya hace un par de años que diversas son las voces que susurran por aquí y por allá que los festivales musicales tradicionales cansan. Los más atrevidos susurran algo más destructivo: que los festivales musicales tradicionales son un puto coñazo. Susurran y no gritan porque, ya se sabe, al que va contracorriente se le mira mal, se le estigmatiza, se le trata de rarito. Pero que cada uno haga lo que quiera: seguir ignorando la realidad es una gilipollez supina.
Hay festivales que prefieren vivir ajenos al viento de cambio y siguen estructurando su programación en base a un puñado de tipos que se suben a un puñado de escenarios a tocar un puñado de instrumentos para cobrar un puñado de cachés millonarios. Y ya. Hay otros festivales que han decidido ir abriendo sus horizontes poco a poco… Y, más allá de unos y otros, está el Eufònic, festival que cada año se celebra en las Terres de L’Ebre descorchando el mes de diciembre y que difícilmente puede calificarse de «musical».
En el Eufònic hay música, eso está claro. De hecho, incluso puede decirse que hay música muy buena. Buena de cojones… Pero es que lo de este festival va mucho más allá, incluyendo acciones artísticas, actuaciones audiovisuales, instalaciones, performances, diálogo entre disciplinas artísticas e incluso intervenciones sobre la naturaleza y el entorno excepcional de las Terres de L’Ebre. Un cóctel molotov que se atreve a redefinir el concepto «festival musical» para que sea menos siglo XX y más siglo 21.
Y como los que mejor pueden explicar qué podemos esperar del Eufònic en su edición de este año 2016 (que se celebra del 1 al 4 de septiembre) son sus propios organizadores, ¿qué mejor que charlar un rato con Vicent Fibla, director del festival, para que nos explique en qué punto se encuentra este evento tan especial?
¿Recuerdas exactamente cuándo fue la primera vez que se te pasó por la cabeza la idea de organizar un festival como el Eufònic y por qué? Claro: fue en 2012. De hecho, fue una sugerencia del Centre d’Art Lo Pati, en Amposta. Pero, en lugar de montar un pequeño evento ahí, in da house, pensé que era mucho más interesante y divertido (y arriesgado) montarlo como lo ves, como ha ido evolucionando.
¿Y cuándo fue ese momento de inflexión en el que no sólo se te pasó por la cabeza, sino que decidiste que era necesario organizar este festival? Pues unos meses antes de septiembre del año 2012. De hecho, la primera edición pilló en 11 de septiembre, un puente. Pero, al año siguiente, esa fecha tan marcada en Catalunya se convirtió ya en impracticable y movimos el festival al primer fin de semana de septiembre. Después de calibrar todas las posibilidades, era imposible no tirarse de cabeza a hacer algo que nacía tan libre.
¿No te parece que crear algo como el Eufònic, que va contra el habitual maximalismo festivalero y contra sus programaciones trilladísimas, fue un acto (maravillosamente) suicida y (con un punto de) terrorista? Lo fue, claro. Me remito a lo de “y arriesgado” de mi primera respuesta. Me van las emociones fuertes, no estar en la zona más cómoda, investigar en los flecos… Pero ya ves, el “modelo” de festival ha tomado un carácter único, que se adapta/reinventa a cada edición, si es necesario. Y puede hacerlo aún más en un futuro.
¿Fue muy difícil poner en marcha un acto tan a contracorriente? Sí, no te voy a engañar. A fecha de hoy, aún hay quién no entiende nada de la propuesta. Y no me refiero a gente en particular, ni de una zona de otra, sino a gente ya avezada en el «mundo festivales» que, como usuarios, no comprenden por qué no es ni un festival de música, ni uno de instalaciones efímeras, ni uno de artes visuales, ni uno de arte sonoro… La gente está acostumbrado a un modelo que le es cómodo, y cuesta salir de esa zona de confort. Eso me gusta.
¿Por qué celebrarlo en un lugar tan remoto como las Terres de L’Ebre? Por la relación intrínseca con el entorno y el territorio, con el paisaje y el contexto. Y yo soy de aquí. ¿Dónde, si no? Terres de l’Ebre debe funcionar como una metrópoli, donde los barrios de la ciudad son sustituidos por pueblos diferentes. Tiene mar y montaña, interior y costa, dos parques naturales… Perfecto para una propuesta que siempre busca salirse por los márgenes.
Sé que es una pregunta con respuesta difícil pero, oye, al final todos estamos en la misma industria y seguro que te relacionas con otros organizadores de festivales… ¿Cómo reaccionan ante algo como el Eufònic? ¡Prefiero pensar que positivamente! O eso espero. De hecho, muchos se interesan por el “cómo” lo hacemos, “cómo” es posible, de “dónde” sale… Pero está claro ese carácter único, que sólo reconocen los gestores culturales que no se atienen a dogmas, a fórmulas preestablecidas. Para los demás, me remito a la respuesta de la cuarta pregunta. Sobre todo, choca que no «quieras» ser un festival de música.
¿Y cómo ha reaccionado el público general en las cuatro ediciones ya celebradas del festival? Perfectamente. Es sorprendente cómo el público a priori interesado y el no interesado, el público invisible o todos aquellos que, en principio, no estarían interesados en una propuesta así acaba conformando un magma nada ortodoxo, líquido, que responde a cada propuesta según lo que les atrae de ella. En el fondo, lo que deberían ser todos los festivales, sin una unidireccionalidad y una imposición de «lo que hay que oír» o «hacer», sino reconociendo la capacidad creativa del público.
¿Crees que la gente está cansada de las propuestas clásicas de festivales musicales y quiere nuevas experiencias? ¿O al final esto es como la telebasura: cuanto más zampan, más quieren? Hay público para todo, faltaría más. Gente que se interesa por festivales maquineros en una zona de playa, eventos en pueblos de 700 habitantes, macrofestivales… La gente, el público, no son les que se cansan: en todo caso, la responsabilidad es de quién propone, no de quién responde.
¡Hora del relevo! Para ampliar la visión del campo de batalla del Eufònic 2016, recurro a Sílvia Grumaches, responsable de prensa del festival… No se me ocurre nadie mejor para completar el retablo de poderosos colores que cada año pinta este evento. Y, sobre todo, no se me ocurre nadie mejor para contagiar el buen rollo que genera el Eufònic edición tras edición a modo similar de como ocurre con los Activia: es un buen rollo que se nota por dentro (del festi) y por fuera.
Actuaciones audiovisuales, instalaciones sonoras y visuales en espacios naturales y museísticos, artes digitales, acciones en la naturaleza, diálogos entre diversas disciplinas de arte contemporáneo vinculado a la tecnología y a la experimentación… El Eufònic 2016 viene fuertecito. ¿Qué es lo que hace que algo pueda ser incluido en la programación del festival y que no se quede fuera? Básicamente, el concepto «fuera» no existe. La inclusión puede venir de diversas vías. Para eso contamos con comisarios que nos proponen cosas y, como no se trata de la contratación de un grupo y ya está, hay que hacer muchos movimientos, estudiar viabilidad de la propuesta, encontrar la forma de hacerlo técnica y humanamente. La parte musical también es puro comisariado: no desde el punto de vista prescriptivo o de tirar de top ten del año o de una actualidad o modernidad concreta, sino de propuestas que casan entre sí y que dialogan y aportan algo al conjunto. Hay poco capricho y azar.
¿Cuáles son las principales novedades de la edición de este 2016 del Eufònic? El esfuerzo de internacionalización del festival, que ya se inició el año pasando extendiendo las redes de colaboración por la que nos llegaron propuestas de centros de creación europeos para las residencias artísticas. Por ahí se ha seguido y por ahí también han llegado más artistas internacionales. La otra novedad es que seguimos mutando e incorporando nuevos espacios para presentar propuestas, igual que otros desaparecen.
¿Cómo valoráis la primera edición del Campus Eufònic y qué podemos esperar de su segunda edición? Es algo destinado a gente muy concreta, artistas primerizos o gente interesada en determinada materia, o gente que quiere profundizar en conocimientos muy concretos. La primera edición evidenció que había demasiada oferta, así que este año hemos sincretizado mucho el tema. Es más pequeño, pero quizá más suculento.
¿En qué consiste exactamente la primera jornada #supportvisualists? Alba G. Corral es comisaria del festival y ya hace tiempo que es un work en progress el tema del apoyo a los visualistas, y cómo en muchos festivales o propuestas culturales se les sigue considerando mero adorno o apoyo de los directos. Creemos que su aportación es fundamental para redefinir no solo los directos, sino también el acceso del artista a las nuevas tecnologías. Nos pareció interesante aglutinar estas inquietudes y han quedado unas jornadas muy pintonas, donde se tratará desde la profesionalización del sector (por ejemplo, con la emergente figura del mánager de visualistas) a su salto al museo o la galería de arte.
¿Cuáles son las cinco acciones que nadie debería perderse en el Eufònic 2016? 1.Gigi Masin: porque es la primera vez que actúa en España y es un referente del ambient reivindicado por artistas contemporáneos como Oneohtrix Point Never. 2. Bad Gyal: porque la peta en YouTube y hay ganas de ver su desparpajo cantando temazos con acento chava total. (Bonus: curiosidad máxima con Las VVitch, la próxima revelación, seguro). 3. Fasenuova: porque son los mejores y, además, el espacio Mercat Vell les va como anillo al dedo, muy industrial de pueblo. Además como bonus track, Ángel Molina pinchará antes en una sesión de esas especiales suyas, temáticas, que borda como nadie. 4. Quiet Ensemble: un dúo italiano que juega con el ruido blanco y las luces. Una orquesta de neones y lámparas. Brutal y muy arty. 5. Nico Roig: raro que lo digamos nosotros, pero curiosidad máxima por ver su nueva propuesta, con una banda con miembros de Seward y Za!
Ahora que estáis a punto de meteros en la locura de la quinta edición, ¿cómo imagináis el Eufònic en su décimo aniversario? Risas locas.
Y una pregunta que siempre he querido haceros… ¿Qué carajo hace que sea tan especial el cierre en el Xiringuito de la Costa? Que se acaba el festival y que todo el mundo al día siguiente vuelve del veraneo. No sólo eso. En la primera edición casi era una fiesta de equipo, fuera del festival, pero evidentemente con su actuación de primera línea. La cosa fue creciendo. Y hay que verlo para creerlo: es mediterraneidad pura, goce y hedonismo después de tres días castigando los oídos con experimentalismo y cosas más duras. La barra libre ayuda también a que sea la mejor fiesta del fin de verano posible. [Más información en la web del Eufònic 2016]