Esto no es la crítica definitiva de «El Mal Querer» de Rosalía, sino una explicación de por qué se ha convertido en uno de los grandes discos de mi vida.
Ahora hace dos semanas exactas que se lanzaba «El Mal Querer» (Sony, 2018) de Rosalía y, por lo tanto, soy plenamente consciente de que este texto llega tarde. Muy tarde. Teniendo en cuenta que vivimos en la dictadura de la novedad, si este disco se publicaba oficialmente el día 2 de noviembre, las críticas debían ser publicadas el 1 de noviembre o no ser publicadas jamás, porque, para qué vamos a engañarnos, nadie les iba a hacer caso más de dos días después, cuando el álbum ya habría sido masticado y digerido y regurgitado y vuelto a masticar y escupido en las diferentes redes sociales tan aficionadas a la despiadada erosión exprés.
El lunes 5 de noviembre ya tendríamos nuevos temas de los que hablar en redes sociales, nuevos hashtags, nuevos hypes, así que ¿para qué esforzarse en escribir nada sobre «El Mal Querer» cuando ya hace no una, sino dos semanas que se publicó oficialmente. Pues porque, en mi defensa, argüiré que esto no es una crítica al uso: no pretendo sentar ninguna cátedra ni lanzarme a exponer todos los entresijos de este revolucionario disco de Rosalía. No es mi intención deslumbrar al lector con una ristra de datos técnicos que expliquen por qué es tan fascinante la música de «El Mal Querer«, ni tampoco quiero que mis palabras se centren en explicar ese concepto que recorre el álbum canción a canción, ordenándolas con una narratividad concreta y difusa a la vez, pero siempre subyugante.
No pretendo hacer todo eso, aunque supongo que se me escaparán pinceladas porque, como todos vosotros, yo también llevo dos semanas totalmente obsesionado con «El Mal Querer«, leyendo todo lo que puedo sobre el disco y metiéndome de cabeza en toda entrevista con Rosalía que pillo por delante… Pero, aun así, repito: mi intención no es esa porque mi intención es más bien (intentar) explicar por qué, en este tiempo récord, «El Mal Querer» se ha convertido ya en uno de los discos más importantes de mi vida. Si es una obra maestra, si es un álbum que cambiará la faz de la música contemporánea o no, es algo en lo que no voy a entrar. No me voy a esforzar en la macro-influencia sobre las masas o la industria o la escena musical, porque creo que si este álbum se va a convertir en un verdadero hito es por su capacidad de ejercer una micro-influencia definitiva sobre cada persona que lo escucha.
Una micro-influencia que es diferente en cada persona… Y que en mi caso se remonta a la primera vez que escuché «Malamente«. No. Perdón. Incluso a antes. No sabría determinar el momento exacto, pero esto es algo que ya hacía algún tiempo que estaba latiendo en mis gustos musicales: en el 2016 entrevisté a Rosalía a tenor de su temazo «Antes de Morirme» junto a su ex pareja C. Tangana, y ya en aquel momento me explicó que estaba grabando un disco con Refree. Ella me enamoró tan profundamente en aquella charla que inmediatamente empecé a pensar que debería explorar el flamenco. Aquel disco, por cierto, acabaría siendo «Los Ángeles» (Universal, 2017), y puede que ese sí que fuera el principio de todo, pero un principio que se difumina con la ascendencia de El Niño de Elche, la eclosión de Maka y Dellafuente, la (mala) estrella de Gata Cattana y otros raros y bellos accidentes musicales que, durante el año 2017, me hicieron recordar cuánto me obsesionó aquel «Omega» (El Europeo, 1996) en el que Enrique Morente y Lagartija Nick acercaron rock y flamenco homenajeando a Leonard Cohen y Federico García Lorca. Todo a la vez.
Este fue el caldo de cultivo en el estuve chapoteando todo el año 2017 y, de repente, en el tiempo casi se simultanearon el lanzamiento del temazo «Malamente» de Rosalía y la aparición del disco «Ole Lorelei» (Sony, 2018) de Soleá Morente. Lo de «Malamente» fue obsesión inmediata de esas de dejar la canción en repeat y seguir descubriéndole capas de sentido en cada nueva escucha. Y lo de «Ole Lorelei«, igual de relevante aquí, fue algo así como el puente pluscuamperfecto entre el magma revisionista de flamenco que habíamos vivido en 2017 y lo que Rosalía prometía con el mencionado temazo. Soleá Morente cogía esta nueva revisión flamenco y la articulaba mirando hacia el pasado, hacia Susana Estrada y Las Grecas, hacia el gypsy pop y el flamenco pop. Incluso hacia Camela. Y eso fue un movimiento relevante y elocuente. Necesario.
Pero repito: fue un puente hacia lo que Rosalía ha conseguido con «El Mal Querer«. Y empiezo aquí con las puntualizaciones: para empezar, dejemos de hablar de este trabajo como «el disco de Rosalía producido por El Guincho«, porque los créditos están repartidos al 50% y, de hecho, la misma artista ha declarado repetidamente que ve su futuro más como productora que como cantante. Tomemos este como el primer toque de atención de puro empoderamiento femenino (que no feminista) de todos los que contiene un álbum con el que Rosalía sube las apuestas de lo conseguido en «Los Ángeles«. Allá la idea era acercar el flamenco al indie y viceversa, y tanto Rosalía como Refree parecieron convenir que lo mejor para buscar el nexo de unión era practicar la introspección y el respeto por ambos géneros.
«El Mal Querer«, sin embargo, es pura extroversión y, sobre todo, es una deliciosa irreverencia que, respetando los géneros de los que parte, no se amedranta a la hora de atentar contra ellos sabiendo que la revolución solo puede brotar de la destrucción, de la explosión. De los gestos grandes. De esta forma, Rosalía y El Guincho se complementan a la búsqueda de la ecuanimidad, pero está claro que la que va varios pasos por delante es ella y él, en vez de achantarse y empequeñecerse ante su poderío (como harían muchos otros hombres que intentarían hacer prevalecer su visión masculina), se dedica a engrandecerlo. Ella aporta las palmas, las guitarras, el duende (sí, ese duende que es algo intangible y casi mágico pero que aquí corretea por los entresijos de todas y cada una de las canciones), los palos flamencos y esa voz que enerva a los entendidos de flamenco. Él sube las apuestas convirtiendo cada canción en un ejercicio de depuradísima narratividad: el flamenco siempre ha tenido mucho de transmisión oral de historias y leyendas, y esa transmisión oral es subrayada aquí por El Guincho y Rosalía con el uso no solo de tramos hablados (el glorioso «bajar, bajé» de Rossy de Palma o el «Enseñame ese, cómo brilla, madre mía qué guapo, así con diamantes me gusta» de la artista), sino sobre todo a través del uso de sonidos diegéticos como cuchillos o cristalitos rotos.
Me gusta pensar (aunque no sé si tengo razón) que el proceso creativo de «El Mal Querer» ha implicado momentos en los que Rosalía aportaba una línea de guitarra y El Guincho la cogía y la transformaba en un patrón metronímico de 4×4 tan parecido al que sustenta tantas y tantas canciones de corte electrónico. Por poner un ejemplo tan clarificador como el de «Que No Salga La Luna. Cap. 2: Boda)«. Y si me gusta pensar eso es, precisamente, porque ahí está la revolución de este álbum: en su capacidad para hacer entrar al flamenco en el siglo 21 arrimándolo no al trap ni al pop, sino a la calle. A lo urbano. No es casual que la base «De Aquí No Sales (Cap. 4: Disputa)» tome acelerones de ruedas y rugidos de motor y los transforme en melodías de una forma similar a como Arca transformó en melodía el sonido de un látigo sadomasoquista en su icónica canción «Whip«. La idea es acercar vida y música o, por lo menos, acercar la vida que quieres capturar a la música que quieres crear… Y está claro que la vida que quiere capturar Rosalía es la de todos esos chavales que se pasan el día en la calle, con la música atronando a toda pastilla desde el maletero de sus coches tuneados. El flamenco de hace varias décadas atrapaba el modus vivendi de las tascas de San Fernando o de las fiestas familiares gitanas, y este nuevo flamenco de Rosalía captura la vida de las nuevas generaciones en el siglo 21.
En esa voluntad de capturar estas vidas, además, es donde mejor se entiende el propio concepto de «El Mal Querer«. Rosalía ha confirmado que la historia narrada en el disco está basada libremente en «Flamenca«, un libro anónimo del siglo XIV que explica la historia de una mujer que, tras casarse con el hombre al que ama, acaba aprisionada por culpa de los celos de él. La artista, sin embargo, se toma esta novela como un punto de partida para volar libre y hablar de una actualidad en la que las mujeres están explorando la tensión entre los ideales románticos tradicionales y la emancipación emocional (la económica ya la damos por sentada, ¿no?) del nuevo siglo. No es necesario vivir en el siglo XIV para sentirse identificado con la historia de «El Mal Querer«, que empieza con el mal augurio de «Malamente (Cap. 1: Augurio)«, sigue con una boda, con la irrupción de los celos, la herida del lamento, la ascensión en éxtasis, el renacimiento de la concepción, la pérdida de la cordura y, finalmente, ese alegato de empoderamiento que es «A Ningún Hombre (Cap. 11: Poder)«. El amor, y sobre todo el mal querer, sigue funcionando igual pasen los siglos que pasen.
Pero, sea como sea, vuelvo al principio de este mismo texto para recordar (y, sobre todo, recordarme), que todo esto que acabo de explicar ya lo han explicado otros en estas dos últimas semanas. Y seguramente lo hayan explicado mejor que yo. Que podría seguir hablando de cómo ciertos tramos del disco me recuerdan a Björk (esto merecería un artículo por sí solo para ser explicado con claridad). Que podría hablaros de cómo, por mucho que los puristas del flamenco renieguen de Rosalía, ella ha conseguido que yo mismo, que de flamenco sé bien poco, empiece a manejar referencias como las de Camarón, siempre Camarón, fácil Camarón, pero también otras más complejas como el pregón de Macandé en «De Aquí No Sales (Cap. 4: Disputa)» o Manolo Caracol en «A Ningún Hombre (Cap. 11: Poder)«.
Que podría hacer todo eso… Pero es que, mira, yo no entiendo de flamenco. O mejor dicho: todavía no entiendo de flamenco. Y ahí está la magia de «El Mal Querer«. Que me recuerda a cuando la dupla formada por «Dig Your Own Hole» (Astralwerks, 1997) de The Chemical Brothers y «Homework» (Parlophone, 1997) de Daft Punk me abrieron las puertas de la percepción hacia la electrónica y, a partir de ahí, empecé a empaparme de este género tanto hacia atrás, hacia Detroit y Chicago e Ibiza, como hacia adelante, todo lo que estaba por venir. Me recuerda a cuando «Our Endless Numbered Days» (Sub Pop, 2004) de Iron & Wine me señaló el camino hacia el folk que me obsesionó durante años y me condujo no solo a maravillarme con las novedades de cada momento, sino también a investigar el pasado y añadir a mi biblioteca de imprescindibles nombres pretéritos como Pentangle o Fairport Convention.
La electrónica y el folk han sido, sin lugar a dudas, los géneros más importantes en mi vida como aficionado a la música. También el pop, pero el pop siempre estuvo ahí y soy connaisseur por (gustosa) sobrexposición. De hecho, pensado en retrospectiva, cada uno de esos géneros ha sido importante en un momento crucial de mi vida: el pop en la infancia como vigorizante fuente de eterna juventud y felicidad, la electrónica en la adolescencia como un mundo de hedonismo con una perturbadora puerta trasera hacia la oscuridad, el folk en el primer tramo de mi vida de adulto como un prado pastoral en el que descansar, desde el que detenerme a observar el mundo con una recién descubierta paz de espíritu.
Y ahora llego al flamenco. A esta renovación del flamenco que se abre delante de mí gracias a «El Mal Querer» de Rosalía. Este disco me llega cuando estoy a punto de cumplir 40 años y, cuando, de repente, y casi sin venir a cuento (o no), me pongo a charlar con mi madre de la música que escuchábamos en el coche cuando viajábamos todos los veranos a Andalucía, a Sevilla y Algeciras concretamente, que es de donde son mis padres. Recuerdo el flamenco que me rodeaba en aquellos veranos de infancia en formas que durante años me parecieron horteras o, simple y llanamente, demasiado opacas como para entrar en ellas. Recuerdo el miedo que me daban de pequeño las portadas de los vinilos de Triana que mi padre escuchaba con tanta obsesión como yo estoy escuchando estos días «El Mal Querer«.
La revolución de Rosalía, con la que ella propone un umbral de encuentro entre el pasado del flamenco y el futuro de la música, me pilla en un momento de mi vida en el que yo también quiero rebuscar en ese pasado de mi vida en el que nunca me detuve a pensar porque me quedaba demasiado cerca… Pero que cada vez me queda más lejos y en el que, por lo tanto, cada vez pienso con más frecuencia. Para entenderme a mi mismo. Para entender mi presente a partir de mi pasado. Para comprender y abrazar esa importancia de las raíces y la herencia que siempre me ha fascinado en la literatura y en el cine. «El Mal Querer» me llega en el momento idóneo, me ayuda a recordar mi pasado y, sobre todo, me invita a observar el futuro con optimismo. Porque en 1997 no entendía de electrónica y en 2004 no entendía de folk, pero acabé entendiendo (y mucho) de ambos. Y en 2018 no entiendo de flamenco, pero Rosalía me ha cogido de la mano y me ha invitado no solo a que explore ese futuro que ella misma va a definir, sino también a que indague en un pasado (el mío y el del flamenco) que me ha empezado a interesar como nunca antes. Esta es mi historia con «El Mal Querer«… ¿Cuál es la tuya? [Más información en la web de Rosalía // Escucha «El Mal Querer» en Apple Music y en Spotify]